Mario Saldaña
Un servinakuy no declarado
Sobre la actual convivencia del Ejecutivo y el Legislativo
El histórico temor de los políticos peruanos a suscribir pactos explícitos o alianzas –en las que cada una de las partes asume activos y pasivos, obligaciones y responsabilidades– obliga a que nuestra gobernabilidad se sustente en diversas formas de soporte mutuo no explícitas. Así, como buenos peruanos promedio, imbuidos de la informalidad que atraviesa a nuestra sociedad en todos sus estamentos y niveles, las agrupaciones políticas prefieren un buen servinakuy a “mal” matrimonio.
El lado negativo de esta inocultable realidad es que dicha gobernabilidad, y por ende nuestra democracia, termina siendo frágil y volátil. El servinakuy político complica sobremanera la posibilidad de acometer como corresponde las reformas institucionales y de todo tipo que impulsarían nuestro desarrollo. En el caso actual, vemos como el fujimorismo se ha aproximado a posiciones muy cercanas al oficialismo (no podía ser de otra forma, habiendo tanta afinidad programática) gracias a las buenas maneras y diversos gestos provenientes del Ejecutivo. Esto ha producido notorios resultados: un contundente e histórico voto de investidura, la aprobación de la ley para el caso de La Oroya, la reciente designación del Defensor del Pueblo y, muy probablemente, un amplio respaldo a las facultades legislativas solicitadas por el Gobierno (que no quiere decir una autorización al 100%) y a la Ley de Presupuesto 2017.
Todo indica que el modus operandi de esta convivencia o servinakuy será ir tema por tema, caso por caso. Lo cual ciertamente ralentiza el proceso de toma de decisiones, cuando lo lógico es que este periodo inicial (normalmente muy corto, denominado “luna de miel”) de la gestión de PPK sea aprovechado al máximo para sacar adelante los cambios que han de imprimir el sello histórico a su administración.
Sin embargo, todo indica que es el mejor escenario posible. Es claro que para el fujimorismo sentarse en un mesa con el presidente a hacer converger planes, acciones y reformas de largo plazo (que es lo que dicta el sentido común, pero no la política) constituye un pasivo y un riesgo que no está dispuesto a correr, por las consecuencias políticas que ello le acarrearía, en sus perspectivas hacia el 2021. Pero claramente sería lo mejor para el Perú.
¿Dónde está entonces nuestra oportunidad como ciudadanos? En exigir que las reformas no solo se pacten, sino que también se ejecuten. Por el lado de los servidores públicos (Ejecutivo y Legislativo) ya deben haber caído en cuenta de los beneficios que les está trayendo esta vocación colaborativa de bajo costo y alta rentabilidad política en el mediano plazo. Abrir al máximo (a base de una negociación productiva) ese abanico de acuerdos y coincidencias, relegando las diferencias, debería ser el camino a seguir. Oficialismo y fujimorismo, pensando en el Perú, no deben ambicionar poco.
En los hechos (pues no tiene por qué declararse a los cuatro vientos), cuanto más se parezca este servinakuy a un matrimonio, mucho mejor para ellos. Y también mucho mejor para todos nosotros.
Mario Saldaña C.
@msaldanac
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