Coalición o el abismo

Mucha gente me pregunta si en esta, la última semana del año, estamos mejor —como país— que en la anterior, cuando la vacancia presidencial se veía venir inexorablemente. Claro, habiéndose producido el indulto a Alberto Fujimori una porción de la opinión pública y de la clase política asimila el hecho a una suerte de hecatombe moral, legal, política y hasta social.

Adelanto mi respuesta: la semana pasada nos asomamos al abismo (sobre todo luego de que los vicepresidentes Vizcarra y Aráoz adelantaron su renuncia en caso de que se aprobara la vacancia), la incertidumbre y el desconcierto arrasaban con las expectativas y decisiones de todo tipo y el resultado hubiera sido nefasto. Hoy, dentro de todo, se observan mayores alternativas para la gobernabilidad; incluso en el caso de que las investigaciones de Lava Jato continúen en las instancias competentes y abarquen al actual jefe de Estado y a la propia señora Fujimori.

Pienso que el presidente hizo uso de su potestad constitucional para indultar a Alberto Fujimori en el peor momento y de la peor forma. Hay varios cuestionamientos y dudas respecto a que la situación médica del ex presidente ameriten el perdón humanitario, y creo que tanto las personas que han salido a marchar y protestar a las calles como aquellos funcionarios (ministros incluso) o personas contratadas por el Estado que han renunciado por convicción están en todo su derecho de hacerlo y se les debe respetar al 100%.

Pero lo que tenemos al frente (además de ser un tema absolutamente opinable) es un problema de gobernabilidad. Y más allá de las malas formas, de la paupérrima comunicación, del pésimo timing y de las conjeturas generadas por el indulto, el señor Kuczynski es el primer obligado a defender la gobernabilidad y la democracia.

Se dirá que actuó por chantaje del keikismo y sus furgones de cola (la izquierda radical entre ellos), que era mejor que renuncie y deje a sus vicepresidentes, y que ahora es un rehén de Kenji y Alberto Fujimori. Pero la única realidad es que es él quien ejerce la Presidencia y no solo tiene el derecho, sino la obligación de defender su mandato. Les diré algo más. Personalmente consideré la semana pasada, debido al pragmatismo conocido de PPK, que daría un paso al costado para buscar una salida ordenada, evitando someter al Perú a la incertidumbre de las elecciones. Pero el jefe de Estado ha decidido defender su Gobierno hasta el final, dentro de los cánones democráticos y constitucionales, y eso tiene un valor en sí mismo, más allá (repito) de la opinión que cada uno pueda tener.

Pero siendo que el presidente ya optó por la vía de la negociación y el diálogo para mantenerse en pie, debe llevar esa lógica en forma consecuente hasta el final. Eso supone crear una coalición gubernamental con el sector que lidera Kenji Fujimori (y auspicia su padre Alberto), junto a lo que queda de la bancada oficialista y otros sectores (fujimoristas o no) que puedan sumarse.

El presidente ha salvado una vacancia (o una renuncia), pero si busca mantenerse en el Gobierno tendrá que recurrir a los sectores que puedan sostenerlo a transitar hasta el 2021 con la menor cantidad de sobresaltos (lo cual es un decir, porque todo indica que se vienen muchos y de diversa magnitud), sobre la base de una agenda mínima de gestión gubernamental y de un respaldo popular que debería incrementarse (algo) a consecuencia del indulto a Fujimori.

Es lo que hay y es lo que se tiene en frente. Tanto PPK como el equipo que lo acompañe deben reconocer esta situación límite para evitar desbarrancarse en el camino. Una coalición o el abismo.