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La estupidez progresista es sideral: ¡Huaycoloro en España!

Las fobias contra el capitalismo que destruyen las sociedades

La estupidez progresista es sideral: ¡Huaycoloro en España!
Víctor Andrés Ponce
19 de noviembre del 2024


Una de las razones de la terrible y devastadora inundación de la ciudad de Valencia en España tiene que ver con que el Estado español en los últimos años comenzó a eliminar cerca de 300 presas que se habían construido desde el régimen franquista hasta la actualidad. El argumento para eliminar estas presas era el pensamiento políticamente correcto, el racionalismo que puede dibujar los mejores proyectos en contra de la realidad y los órdenes naturales de la sociedad. Se trataba de devolverle a los ríos sus cauces naturales, originarios y, de esta manera, recuperar la flora y la fauna extinguida, por “el maldito capitalismo que nos lleva a la extinción humana, por el maldito urbanismo que consume los recursos del globo terráqueo”.

El ideal bucólico del ecologismo radical, profundamente anticapitalista, organizó un viaje en el tiempo para algunas ciudades españolas: del siglo XXI viajaron al siglo XVIII y, de pronto, la naturaleza recordó su carácter indómito y salvaje y notificó que para recuperar los cauces originarios de los ríos y la flora y fauna desaparecida, los hombres tenían que irse.

Lima es una ciudad que tiene barrios e infraestructuras del siglo XXI, pero también tiene sectores anclados en el siglo XVII y XVIII. Uno de esos sectores son los poblados que se levantan a los costados de las quebradas secas en el verano y, como no hay presas, reservorios y represas para cosechar el agua –una de las características de cualquier sociedad desarrollada–, cuando en los Andes llueve el desborde del río Huaycoloro se lleva casas y vidas de los pobladores. Una clara notificación del subdesarrollo.

Muchas ciudades españolas se han convertido en huaycoloros gracias la estupidez progresista que pretende restaurar el planeta ignorando las cuatro revoluciones industriales y la urbanización planetaria que ha elevado la condición de vida de los hombres a situaciones inimaginables, situaciones que los antiguos de varios milenios atrás solo imaginaban para los dioses. Es posible que muchas ciudades europeas se encuentren a merced de la naturaleza como en tiempos antiguos por la locura progresista.

¿Por qué es un tema tan trascendente? Es posible que la ofensiva progresista en contra de las instituciones y juicios morales de Occidente (familia, propiedad privada, aborto, eutanasia, entre otros) se repliegue ante los aluviones electorales que se avecinan a favor de las corrientes conservadoras (desde Estados Unidos, Italia y países europeos) y los estrategas neomarxistas lleguen a la conclusión que, electoralmente, es un grave error promover la victoria de los enemigos.

Sin embargo, el anticapitalismo necesita una coartada y el argumento del ecologismo radical es el que se reviste de cierto halo científico. A lo mejor en este sector son más aceptables los subrayados y los énfasis progresistas. Finalmente, así se pueden destruir ciudades y detener la incontenible urbanización. Igualmente se pueden detener inversiones en minería, en agroexportaciones, en pesquería y turismo, y se puede invocar el derecho de las generaciones futuras a seguir respirando aire fresco.

Todos estos relatos son despropósitos sin sentido. Nadie puede detener la urbanización y el crecimiento económico del planeta. Lo único que resta es construir estados de derecho y respetar los derechos de propiedad para que la innovación capitalista genere nuevos productos que limpien el planeta, tal como sucedió con el motor de Ford que eliminó la amenaza mundial de la bosta del caballo en las ciudades; tal como también sucedió con la electricidad que limpió el planeta de los combustibles fósiles y así sucesivamente. En otras palabras, solo el capitalismo puede limpiar el planeta. ¿O hay otra alternativa?

Víctor Andrés Ponce
19 de noviembre del 2024

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