Jaime Chincha
La otra raíz de la informalidad
Sobre el enorme déficit de Educación Básica que tiene nuestro país
En medio del Mundial de fútbol, el caso Orellana y los operativos del Ministro Urresti, una noticia ha pasado por lo bajo en estos días. Más se ha comentado la necropsia al cadáver de Edita Guerrero que de lo siguiente: apenas el 27% de la Población Económicamente Activa (PEA) terminó el colegio. O sea, casi 6 millones y medio de peruanos trabajan con muy pocos conocimientos y, encima, mantienen a una familia. Si a eso le agregamos que gran parte de esta crítica PEA está en desventaja laboral, tenemos la explicación perfecta para uno de los puntos más débiles que cargamos como país: baja productividad y baja capacitación que termina en la economía informal.
Y ahí están las respuestas a casi todos los males nacionales que reflejan algunos titulares: la informalidad no paga impuestos, la informalidad contamina los ríos y los valles, la informalidad abusa del buen trabajador porque lo explota; la informalidad impide que más peruanos accedan a la salud, a una jubilación, a un seguro de vida. La informalidad va en combi, paga una china y se baja con pie derecho en cualquier esquina; la informalidad llega hasta el Congreso porque aquí en el Perú se puede postular desde la mismísima cárcel. Pero el INEI nos aterriza en el descampado: más del 60% de las empresas se encuentra en condición de informalidad.
Si bien Castilla considera reducir la informalidad con su paquete, buscando que las pequeñas empresas se conviertan en medianas, y que estas absorban los costos de la formalización buscando generar así empleo digno, las cosas no se arreglan únicamente desde el MEF. Las cifras del INEI apuntan más bien al sector Educación; más aún si lo que se quiere es gobernar con todas sus letras, y no solo capear este temporal desacelerador. Porque si la PEA está así, ello obedece al tremendo déficit de la educación básica en el Perú; dicho en otras palabras: el Estado ha fracasado en las últimas cuatro décadas en su rol educador, desde Velasco hasta nuestros días (con uno que otro vano intento por ahí). Esto es lo que nos gritan cifras tan ofensivas como esta: apenas la dieciseisava parte de la PEA cuenta con una carrera universitaria completa. Y es entonces cuando el gobierno incluye en el menú un arroz con mango bien yuca de digerir: ¿si el Minedu ofrece estos catastróficos resultados en las escuelas públicas, cómo así va a poder ahora con las universidades? O sea, ¿por qué otra vez la misma mula yendo por más trigo?
La nueva ley promulgada por el Presidente se queda en las formas, los requisitos, los profesores; solo la cáscara, cero en consistencia. No nos dice nada, por ejemplo, sobre cursos y carreras orientados a sectores protagónicos en cada región. Es decir, la San Antonio Abad con la mejor facultad de turismo; la Antúnez de Mayolo con los mejores profesores de minería; la Nacional de Cajamarca con los más distinguidos ganaderos; y todo un largo etcétera que brinde a cada región los profesionales que necesita.
Por Jaime Chincha
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