Heriberto Bustos
Exacerbando los odios
Promover desencuentros no ayuda en nada a la democracia
Aún sin conocer las consecuencias económicas, sociales, políticas y culturales, nos vamos acostumbrando y prestando al juego de la confrontación que viene ocurriendo de manera creciente en los últimos tiempos, con anuencia de sectores y personalidades ligadas al Gobierno. La iniciativa fue tomada por un grupo del Poder Ejecutivo, que enfiló sus “dardos” contra el Poder Legislativo y el Poder Judicial, contando con el apoyo de “operadores políticos” atrincherados en instituciones civiles (remedos de partidos políticos) autoproclamadas defensoras de los derechos humanos, así como sectores interesados de la prensa nacional. Estos acontecimientos se han convertido en una especie de caldo de cultivo apropiado para el renacimiento de los odios existentes en el país.
Para entender la existencia y exacerbación de los odios, intentaremos un apretado repaso histórico, recordando la persecución y asesinato, realizados por varios gobiernos, de muchos militantes del APRA entre los años 1930-1950. También la muerte de integrantes de grupos guerrilleros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, liderado por Luis de la Puente Uceda; del Ejército de Liberación Nacional, como Javier Heraud, en el primer periodo de Belaunde (1963-1968); los asesinados en el Frontón en el primer gobierno de Alan García (1985-1990); las persecuciones políticas durante el Gobierno Militar, liderado por Juan Velasco primero y Francisco Morales Bermúdez después (1968-1980); finalmente los estragos y consecuencias de la lucha contra el terrorismo en la época de Fujimori (1990-2000).
De lo mencionado, podemos desprender los sentimientos de aceptación o negación de lo ocurrido y entender el odio o rechazo presente en las mentes y corazones de muchos peruanos contra las organizaciones políticas señaladas como responsables. En especial —por la cercanía de los hechos— de quienes se consideran de “izquierda”. Son sentimientos que deliberadamente han sido excitados para comprometer adhesiones en la denominada “lucha contra la corrupción”, escogiendo como blanco a los partidos políticos llamados tradicionales.
Importa asumir que el odio va acompañado del deseo del mayor daño posible al que se considera enemigo o adversario, en quién se fijan todas las frustraciones que se viven. Se trata del peor y mayor sentimiento negativo, que no se extingue cuando se utiliza; por el contrario, se refuerza en el tiempo. Aquí subyace la explicación de por qué se mantienen los antis; resultan obvias, como ejemplo, las reacciones de alegría cuando apresan a Keiko, se suicida Alan o enferma Pedro Pablo, así como la incomodidad cuando se hace referencia a Susana.
Jamás debemos cerrar los ojos frente a la realidad. La corrupción está en las venas de nuestra patria. Los ventajistas no tienen partido, y luchar contra ello va más allá de sentimientos amicales o de camaradería. Para ello requerimos inteligencia, desprendernos de las manipulaciones, desaprender los falsos contenidos ideológicos, superar odios y apostar por el Perú.
En un país diverso y rico, como el nuestro, hay cabida para todos y espacio para diferencias de opinión y acción. Es más, construir o fortalecer la democracia invita a trabajar en el logro de una cierta cohesión, buscando puntos de unidad, respetando diferencias, sin pretender imponer abierta o veladamente tal o cual ideología, aprovechando la presencia transitoria en el Gobierno del momento.
La democracia requiere ser fortalecida. Promover los desencuentros no ayuda en nada a ese fin; peor aún, utilizar el odio como soporte de la confrontación social. Necesitamos, como dice el Papa Francisco, “…derribar los muros de la desconfianza y del odio, y promover una cultura de reconciliación y solidaridad”. Y admitir que las ideas se combaten con ideas.
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