La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
Si se desarrollara un balance riguroso de las transformaciones económicas y sociales en las más de dos décadas de democracia ininterrumpida en el Perú, la conclusión sería que la política y los partidos fracasaron en todo, mientras que el crecimiento, la inversión privada y los mercados y la reducción de pobreza, evitaron que el fracaso político disolviera el país. La política fracasó en todo y los mercados nos salvaron.
En el fracaso de la política la ausencia de los partidos como instituciones representa una regularidad que nadie puede cuestionar. Los partidos del siglo pasado, de una u otra manera, implosionaron e iniciaron el camino de los fracasos cuando se opusieron a las reformas económicas de los noventa. El vacío de poder generado permitió el golpe del 5 de abril y el inicio del camino autoritario contra los partidos, contra la llamada “partidocracia”.
Más tarde el progresismo desarrolló una estrategia para controlar las instituciones y gobernar sin formar partidos ni ganar elecciones. En ese camino desarrolló una serie de reformas legales para debilitar en extremo a los partidos o a las llamadas “cúpulas partidarias”. Entre ellas el referendo de Martín Vizcarra y las reformas promovidas por el progresismo: negativa a la bicameralidad, prohibición de la reelección parlamentaria, regular en extremo el financiamiento privado a los partidos y las llamadas elecciones primarias abiertas obligatorias (PASO). En el Congreso se legalizó el transfuguismo en nombre “la conciencia individual” del parlamentario. Allí están los resultados.
El objetivo de todas estas normas es evitar que surjan aristocracias partidarias, cúpulas y colectividades partidarias que se conviertan en factores permanentes de diálogo y negociación en el sistema republicano, tal como sucede en los Estados Unidos, en el Reino Unido y las democracias más longevas de Europa.
En el Perú, un caudillo, un empresario, con ciertos recursos, puede convertirse en político y líder de un partido porque las aristocracias partidarias (en el sentido griego de un grupo distinguido por la sabiduría y conocimiento público) han sido reemplazadas por “el líder único e incuestionable”. Sucede en las derechas y las izquierdas. Es en este contexto, de ausencia de aristocracias partidarias, que Vizcarra y el progresismo perpetraron dos golpes de Estado, que pretenden hacer pasar como constitucionales (el cierre inconstitucional del Congreso y el golpe de masas contra el gobierno de Manuel Merino), y permitieron la llegada de Pedro Castillo al poder.
Keiko Fujimori, César Acuña, Rafael López Aliaga y Hernando de Soto, desde las derechas, siempre demostraron una gran limitación para detener la ofensiva progresista que encumbró a Castillo en el poder, precisamente, porque no estaban acompañados de profesionales, de aristocracias o cúpulas estables y permanentes en la política.
Las llamadas PASO del progresismo peruano –que nada tienen que ver con las primarias del gran sistema político del mundo libre; es decir, los Estados Unidos– en el Perú, en América Latina o algunos países europeos, pretenden empoderar al Estado sobre los partidos como organizaciones intermedias. De una u otra manera, el JNE, la ONPE y la Reniec se convierten en los grandes “reformólogos” de los partidos políticos. Es evidente que, bajo estos criterios, nunca volverán a nacer las nuevas aristocracias partidarias que la democracia peruana necesita con extremada urgencia para evitar la destrucción a la que nos llevó a la tragedia de Castillo.
En el Perú el progresismo lo organizó todo para convertir a los partidos políticos en apéndices de otros poderes fácticos. No solo la eliminación de la bicameralidad y la prohibición de la reelección parlamentaria –vital para crear una clase política profesional integrada por varias generaciones–, sino también el controlismo soviético que limita el financiamiento libre, bancarizado y transparente, del sector privado a los partidos políticos, y la guerra cultural que se debe desarrollar abiertamente, tal como sucede en los Estados Unidos. De esta manera, los progresistas ahogaron el financiamiento privado y transparente del sector privado de los partidos que defienden la Constitución y el libre mercado, mientras el antisistema era financiado abiertamente por Venezuela, el chavismo y las oenegés de izquierda pululaban de aquí para allá.
En ese sentido, a nuestro entender, la decisión de la Comisión de Constitución de eliminar la injerencia estatal y de otros poderes extrapartidarios a través de las llamadas PASO y la cancelación de los movimientos regionales para que formen partidos nacionales, son pasos importantes en el objetivo de fortalecer a los partidos y crear las aristocracias políticas que necesita la democracia peruana.
COMENTARIOS