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Los experimentos gubernamentales de la izquierda en Perú y Chile han comenzado a destruir a las dos economías más pujantes, más dinámicas e inclusivas de la región. No obstante que Chile y Perú son el primer y segundo productores mundiales de cobre, respectivamente, ambas economías se han frenado y desacelerado con la llegada de las administraciones de izquierda.
En otras palabras, los gobiernos de Pedro Castillo y Gabriel Boric han logrado lo que unos años atrás parecía imposible: detener el avance de dos de los mayores milagros económicos entre los países emergentes. El Banco Central de Chile proyecta que la economía mapocha apenas crecerá entre 1.5% y 2.5% en el 2022. Para el próximo año casi todos los pronósticos hablan de una caída de la economía chilena. En el caso del Perú las proyecciones señalan que apenas se llegará a un 3% del PBI, una cifra que no permite reducir la pobreza que afecta a más del 25% de la población.
La desaceleración de ambas economías solo se explica por el proyecto de nueva Constitución en Chile –que acaba de ser rechazada masivamente en el plebiscito del domingo– y por los anuncios del gobierno peruano acerca de impulsar una constituyente y de nacionalizar los recursos naturales.
La desaceleración económica en el primer y segundo productor mundial de cobre del planeta se produce no obstante que en el primer semestre de este año los precios del metal rojo alcanzaron récords históricos. Todo lo cual revela que sin los inmejorables precios del cobre ambas economías podrían haber entrado en recesión.
Antes de la pandemia y la instalación de la Convención Constituyente, Chile era el país con el ingreso per cápita más alto de América Latina, con las clases medias más extendidas y consolidadas de la región y con una pobreza debajo del 8% de la población. El Perú, por su lado, en tres décadas había triplicado su PBI y había reducido la pobreza del 60% de la población a solo 20% antes de la pandemia.
Sin lugar a dudas, los avances económicos y sociales en ambos países deben ser considerados como los momentos de mayor inclusión en la historia republicana de Chile y Perú. Más allá de los relatos y narrativas que distorsiona las creencias de una sociedad, y que impulsaron a los estudiantes chilenos a incendiar Santiago exigiendo que el país del sur se convierta en una réplica de Cuba o Venezuela, es incuestionable que los modelos económicos de los dos países, basados en la inversión privada y la desregulación de mercados, son difíciles de superar.
La pregunta que emerge en esta situación es, ¿cuál es el relato o la narrativa que elaborarán las izquierdas bolivarianas para explicar los frenazos económicos en Chile y Perú? Generalmente los proyectos de izquierda y las propuestas bolivarianas llegaban al gobierno en medio de crisis económicas, con inflaciones desatadas y aumentos de pobreza. Algo de eso sucedió, por ejemplo, en Venezuela, Bolivia, Argentina y Ecuador en la primera década del nuevo milenio.
En los casos de Chile y Perú, los gobiernos colectivistas, las corrientes comunistas, llegaron a los ejecutivos en momentos en que el crecimiento y el proceso de reducción de pobreza se sucedía a través de varias décadas. En momentos en que los pobres avanzaban a convertirse en clases medias y el bienestar de la sociedad era un hecho posible. Todo esos círculos virtuosos han sido detenidos en seco por la extrema ideologización, inexperiencia y corrupción de las administraciones de izquierda.
Si en este contexto las fuerzas democráticas y republicanas construyen los relatos y narrativas que expliquen el desastre en Chile y Perú, quizá asistamos a una derrota de los proyectos colectivistas y comunistas por varias décadas. Tal como alguna vez sucedió en los países de la ex Unión Soviética que, luego de la caída del Muro de Berlín, avanzaron a economías libres.
En cualquier caso, los desenlaces en Perú y Chile asemejan a una página en blanco en donde todo está por redactarse.
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