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Presidente se elige en medio de extrema polarización
Este domingo los peruanos elegiremos el cuarto gobierno democrático sin interrupciones desde que el fujimorato se desplomara a inicios del nuevo milenio. Considerando que en el siglo XX la regla en la vida política era diez años de democracia seguidos de otra década dictadura, la persistencia de la democracia es de por sí una hazaña institucional. En este contexto, si tomamos en cuenta la historia de las democracias longevas y de la lucha por la libertad solo deberíamos plantearnos un objetivo irrenunciable de cara al Bicentenario: la persistencia de la democracia y el avance inexorable hacia la quinta elección nacional sin interrupciones.
¿Cómo explicar la continuidad constitucional? Desde la caída del fujimorato, en el Perú no se ha podido organizar un nuevo sistema de partidos ni desarrollar un nuevo horizonte cultural sobre cómo organizar la economía y la sociedad. Sin embargo la democracia se benefició de las reformas económicas de los noventa, que desregularon la economía y demolieron el proteccionismo y el Estado empresario.
Sobre esas bases económicas surgió un poderoso sector privado, conformado por grandes corporaciones, centenas de mercados populares y millones de emprendedores, que permitieron que el PBI del Perú se triplicara, que se redujera la pobreza a solo un quinto de la población, y que el Perú empezara a configurarse como una sociedad de clases medias.
Cuando una sociedad abandona la pobreza y la democracia continúa sin interrupciones, generalmente surge un electorado crítico que de alguna manera empuja el carro hacia el camino de la libertad. No hay otra manera de explicar el porqué el Perú no se derrumbó en el abismo chavista de Venezuela, Bolivia y Ecuador, por ejemplo. La reducción de pobreza y la expansión de las clases medias quizá sea la única posibilidad de explicar la continuidad institucional. Y, sobre la base de esas tendencias y experiencias, hoy los peruanos elegiremos el cuarto gobierno democrático en medio de una elección extremadamente polarizada.
Cuando culminó la primera vuelta todo señalaba que el 70% de los peruanos se había expresado a favor de propuestas pro mercado, rechazando la propuesta estatista del Frente Amplio. Sin embargo, sorprendentemente, la campaña electoral para la segunda vuelta comenzó a desarrollarse en un escenario de centro izquierda alentado por la estrategia fujimorista de etiquetar al pepekausismo como “la candidatura de los ricos”.
De pronto el humor, el ideario izquierdista, populista —que los peruanos hemos derrotado y superado en los últimos 25 años para alcanzar el mejor momento institucional, económico y social desde la fundación de la República— comenzaba a ser preponderante en las estrategias electorales de Keiko Fujimori y PPK. Hasta se habló de regular algunos precios y fundar bancos y ministerios de todo tipo.
Las concesiones a la izquierda continuaron y, sobre el error fujimorista de haber designado a Joaquín Ramírez como secretario general de Fuerza Popular, PPK fue colonizado totalmente por la izquierda. De pronto los calificativos del Ollanta Humala del 2011 (corruptos, violadores de DD.HH. y narcoestado) comenzaron a ser parte de la artillería pepekausista. Las estrategias se desplegaron pero los puentes para organizar la gobernabilidad fueron derribados. Y así cerraremos esta cuarta elección nacional en contra de todos los pronósticos.
¿Qué tan graves son las heridas políticas para la gobernabilidad? El fujimorismo y el pepekausismo, como las dos principales fuerzas políticas del país, deberían entender que el sueño republicano que empezamos a consolidar persiste; no obstante que en las elecciones del 2006, del 2011 y del 2016, la historia de la democracia pudo cambiar con el triunfo de las propuestas radicales y antisistema. Algo en el modelo político, económico y social no anda bien. Unos prosperan demasiado rápido y otros lo hacen con extrema lentitud, por la ausencia de un Estado nacional que resuelva los problemas institucionales, de infraestructuras, educativos y de salud.
Algo no anda bien e inventar una guerra con el arsenal izquierdista puede ser eficaz electoralmente, pero destruye la gobernabilidad y sigue abonando para la estrategia radical hacia el 2021. Sin embargo ya consolidamos la cuarta elección nacional y la democracia respira todavía con normalidad. ¡Celebremos, a pesar de todas nuestra debilidades, y llevemos el Estado, la democracia y el mercado a los Andes y a las llanuras de la Amazonía!
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