La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
Más allá del registro de algunas encuestas que señalan que un sector de la población considera que a Pedro Castillo no se le dejó gobernar y mantiene su respaldo al chotano, la mayoría de la sociedad identifica al gobierno de Castillo como el inicio de la pendiente hacia abajo en el Perú. De alguna manera la recesión del 2023 y la desinstitucionalización del país aparecen vinculados con el desastre nacional que implicó el Gobierno del profesor de Chota.
En las provincias del sur, por ejemplo, una y otra vez se han rechazado las convocatorias radicales para volver a jaquear la gobernabilidad, porque la recesión y la pobreza en que se sumergieron las familias sureñas se vincula a la violencia insurreccional luego del golpe fallido de Castillo. En cualquier lugar del país –ya sea en el sur, en el centro, en el norte o en Lima– el declive del Perú es identificado con Castillo, más allá de que la involución empezara una década atrás con la sobrerregulación del Estado bajo la influencia de las narrativas progresistas.
Igualmente, a estas alturas muchos de los sectores de las clases medias que llegaron a inclinarse por el antivoto, por la adhesión en contra y prefirieron elegir al peor candidato de la historia republicana, al menos preparado y con claros vínculos con Sendero Luminoso, hoy están arrepentidos y no volverían a cometer el mismo error. Castillo entonces también debilita el antivoto.
¿Qué pretendemos señalar? Que más allá del registro de las encuestas –una herramienta más para el análisis político– Castillo puede ser para las izquierdas lo que la hiperinflación de los ochenta fue para las políticas populistas y demagógicas. Como todos sabemos la tragedia de la hiperinflación, que arrojó a más del 60% de la población debajo de la línea de la pobreza, nos alejó del populismo y nos ha permitido mantener tres décadas de responsabilidad macroeconómica.
No pretendemos señalar que el desastre de Castillo nos ha curado de varias décadas de izquierda. De ninguna manera, porque sería un simple deseo. Lo que pretendemos señalar es que el desastre de Castillo le ha restado enormes posibilidades a las izquierdas antisistema, sobre todo si seguimos avanzando en esta frágil estabilidad con un evidente rebote económico.
Es evidente que las izquierdas y las fuerzas antisistema siguen manteniendo un tercio de las preferencias electorales. Sin embargo, la fragmentación y la dispersión también afectan a este sector, y vuelve casi imposible que surja una figura que represente a todo el espectro antisistema. El fenómeno Antauro Humala es tan circunstancial que se atrevió a señalar que iba a derogar el cristianismo e inaugurar una religión panandina. ¿Acaso no sabía que se enfrentaba a una de las tradiciones más enraizadas en el sur del país?
Por todas estas consideraciones y, conscientes de que el fujimorismo mantiene intacta sus posibilidades de acceder a una segunda vuelta, no sería nada extraño que –en medio de la balcanización de la política– pasen a la segunda vuelta dos fuerzas de la centro derecha. Quizá estaríamos ante un nuevo comienzo.
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