La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
En las últimas dos décadas de democracia en el Perú junto a la polarización política sin cuartel entre fujimoristas y antifujimoristas se desató la lucha entre los corruptos y los adalides de la lucha contra la corrupción. Sin embargo, casi todos los candidatos que ganaron las elecciones liderando la lucha contra la corrupción, ya convertidos en jefes de Estado, terminaron envueltos en escándalos de corrupción. Pedro Castillo, es el último candidato que pretendió representar una respuesta radical a toda forma de corrupción, sin embargo, desde el primer día de su administración el erario nacional se transformó en un botín.
¿Qué puede significar todo esto? Que la corrupción es una de las expresiones de un mal más profundo, que está en los subsuelos del Estado, de la política, que necesita abordarse. En este contexto, la política se ha convertido en el escenario en donde se enfrentan quienes combaten la corrupción y quienes son acusados de cometerla. Los medios de comunicación se convierten en cajas de resonancia de estos debates y los especialistas de los temas políticos pasan a ser los abogados penalistas, los magistrados del sistema de justicia y policías retirados.
¿Hacia dónde vamos si no se cambia el curso de las cosas? El primer resultado será que nunca se avanzará contra la corrupción. Hoy los candidatos más radicales del antisistema levantan las banderas contra la corrupción para luego ser acusados de cometerla. Un círculo vicioso que no tiene fin mientras las instituciones se deterioran cada vez más, la política carece de debates sobre las reformas constitucionales, la economía y diversas reformas.
¿Cuáles son las causas entonces de la corrupción? Aquí ensayaremos una aproximación, un intento de respuesta. A nuestro entender una de las causas principales de la corrupción es la ausencia de una partidocracia. El país necesita 2 o 5 partidos políticos que representen a la sociedad nacional, de lo contrario, la micro representación que ha surgido, inevitablemente, dispara la corrupción en todos los niveles de gobierno y en las más diversas dependencias del Estado. Finalmente, vale recordar que no hay democracia, no hay sociedad plural sin un sistema de partidos.
El Perú es el territorio de la fragmentación política más extrema en donde los caudillos regionales, en donde los capitanes distritales arman movimientos para capturar el Estado. Y es evidente que, en semejante balcanización política, es imposible que los movimientos se organicen por programas e ideologías.
¿Cómo llegamos a este momento en que se pretende eliminar toda forma de partidos? El fujimorismo en los noventa, desde el Estado, comenzó una feroz campaña en contra de “la partidocracia” que luego sería retomada por el progresismo en los últimos años. Los gobiernos autoritarios y el intento de controlar el Estado más allá de las elecciones requieren eliminar a los partidos. Hoy gracias a las normas actuales e, incluso, sentencias pasadas del Tribunal Constitucional, Perú Libre, una bancada de 47 congresistas puede convertirse en 6 representaciones.
En una democracia avanzada el parlamentario que abandona una bancada pierde la curul y el partido lo reemplaza. La idea es fortalecer la partidocracia.
En ese contexto, la decisión del Congreso de eliminar las primarias abiertas y obligatorias (PASO) le restituye el poder a las cúpulas partidarias y posibilita avanzar en la construcción de una partidocracia. Igualmente, el proyecto de eliminar los movimientos regionales para empoderar a los movimientos nacionales es otro gran paso.
Con dos o cinco partidos nacionales es imposible que un empresario por más voluntad que desarrolle controle una organización nacional, sin contar con una red intelectual e ideológica que posibilite desarrollar la identidad política y el sistema organizativo del partido. Asimismo, la lucha contra la corrupción se dirige contra programas, discursos y responsables más allá de las culpas individuales de uno o dos personajes. Igualmente es imposible que sectores que nunca forman partidos ni ganan elecciones pretendan controlar el Estado a través del control de las instituciones tutelares.
En resumen no se puede imaginar la democracia sin el gobierno de los partidos.
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