La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
En medio de la guerra política Ejecutivo y Legislativo y la feroz judicialización de la política, la competitividad y la productividad de la economía empiezan a rodar cuesta abajo. Como en un sueño que se realiza inesperadamente, la izquierda, el populismo y las propuestas antisistema, sin haber ganado una sola elección, comienzan a ahogar al capitalismo y al crecimiento económico con el objetivo de desatar la resurrección de los colectivismos, a vista y paciencia de las élites políticas, empresariales e intelectuales.
Luego de haber crecido a tasas de 6% anual —que posibilitaron triplicar el PBI, reducir la pobreza (del 60% de la población a solo 20%) y expandir el bienestar y las clases medias en el Perú como nunca antes— desde el 2014 el país comenzó peligrosamente a ralentizar el crecimiento: tasas de menos de 3%, insuficientes para reducir pobreza y absorber la demanda anual de empleo de alrededor de 250,000 jóvenes que se incorporan a la economía. Y llegó la hora inesperada: el 2017 el Perú volvió a aumentar pobreza, luego de haber sido un campeón en la eliminación de este flagelo en la región, y se convirtió en una sociedad con 46% de su niñez con anemia.
La explicación de la lentificación solo es una: pérdida creciente de productividad y competitividad en la economía. Desde el 2012 casi todos los rankings de los organismos internacionales señalan que el país sigue cuesta abajo en estos indicadores. Por ejemplo, se acaba de publicar el último Ranking de Competitividad Global, del Foro Económico Mundial, en que el Perú se ubica en el lugar 63 de un total de 140 países evaluados. En casi todos los pilares del ranking, el Perú aparece por debajo de media tabla. Y como denunciando la guerra política desatada entre Ejecutivo y Legislativo y la judicialización de la política, en el indicador referido a instituciones el país se ubica en el lugar 90. Terrible.
¿Qué significan todos estos datos e indicadores? Que la oleada de reformas económicas y sociales de los noventa ya no son suficientes para sostener crecimientos altos que posibiliten reducir la pobreza. En otras palabras, la estabilidad macroeconómica alcanzada, la consolidación del libre comercio mediante tratados de libre comercio, la desregulación de precios y mercados, y la reducción del Estado empresario ya no suman para crecer a tasas que nos permitan seguir reduciendo pobreza y consolidando el bienestar. El motivo: el Perú ha pasado de ser una sociedad de ingreso bajo —con una competitividad basada en salarios bajos— a una de ingreso medio, en la que no se pueden seguir pagando remuneraciones bajas, pero tampoco se puede competir con las sociedades industrializadas.
El Perú, por lo tanto, debe acometer una segunda oleada de reformas para salvar el capitalismo y, sobre todo, preservar la democracia y las libertades. Si alguien tiene dudas sobre la relación entre libertad y capitalismo debería preguntarse por qué la República avanza hacia su quinta elección nacional sin interrupciones, pese al desmadre político e institucional. La respuesta: el crecimiento, la reducción de pobreza y la expansión del bienestar. No hay otra.
Para relanzar el crecimiento, pues, se necesita un nuevo entorno institucional. Si el referéndum de las cuatro reformas aprobadas en el Congreso en vez de convertirse en un espacio de convergencias se ha vuelto un espacio de guerras y campañas entre Ejecutivo y Legislativo, ¿cómo avanzamos a tener un nuevo sistema de justicia, a reformar el sistema político? Igualmente en estos 28 años, mientras el Perú desregulaba su comercio y firmaba numerosos TLC, empezaba a convertirse en uno de los más sobrerregulados de la región.
Ni qué decir de la legislación laboral, una de las más rígidas del planeta, que decreta derechos, pero solo desata informalidad. Asimismo, si el país no se propone elevar la calidad de su capital humano mediante las reformas educativas y de salud, no habrá fuerza laboral innovadora que se enganche en las poderosas tendencias de la IV Revolución Industrial. Igualmente, si no se relanzan las asociaciones públicas privadas y el sistema de obras por impuestos para invertir en infraestructuras no existirán la conectividad energética, eléctrica, en redes, etc., ni las carreteras, los puertos o los aeropuertos para seguir ampliando mercados e inversiones.
En otras palabras, si las élites peruanas no reaccionan, tarde o temprano la arremetida anticapitalista, colectivista, se impondrá. Y con ese triunfo casi siempre sobrevienen los funerales de las libertades.
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