Manuel Gago
Rumbo al Bicentenario
La corrupción sigue enquistada en el Estado peruano
–Postularé para ser alcalde –le dijo el joven a
su madre, acaparando la atención de los viajeros.
–Te volverás corrupto –respondió la madre. Y los
pasajeros se despacharon a su gusto durante el
trayecto. No fue ayer. Fue hace bastante tiempo en
un bus interprovincial.
Muchos dirán tener motivos para celebrar los 200 años de la independencia, orgullosos del ceviche, del pisco, de Machu Picchu y de Perú en el Mundial de Fútbol 2018. Por el contrario, importa poco o nada el desarrollo de la economía para generar solvencia en la sociedad. La mayor parte de la población no reconoce la reducción de la pobreza lograda en los últimos veinte años, de 60% a 20%, y tampoco el surgimiento de las nuevas clases medias urbanas y rurales, formadas por las inversiones y los puestos de trabajo generados. Clases medias endebles, falsas y a un paso de volver a la pobreza por la ausencia de reformas nuevas vinculadas al Estado, economía, educación y salud.
Por las inversiones y por la infraestructura construida –obras además insuficientes por los presupuestos estancados, malgastados y robados– las comunidades andinas fueron transformadas. El incremento de la producción económica, experimentado desde los noventa, no transformó como se esperaba la manera de entender la vida de las personas. El consumo por consumo no es suficiente. La adquisición de bienes y servicios con créditos fáciles, hipotecando el futuro, no es todo. El peruano medio se estancó deslumbrado por la publicidad que ofrecía mercadería para todos los bolsillos. La frivolidad, el consumismo y el esnobismo se impusieron frente a la sensatez y serenidad. Para muchos, los centros comerciales son sinónimo de modernidad.
Del quinquenio de Ollanta Humala el país heredó el incremento de la tuberculosis (14% de la población) y la anemia (50% en niños en edad escolar, afectando su desarrollo cognitivo, cansados y sin capacidad de concentración y discernimiento). La viabilidad del país estaba en peligro por la calidad de la población futura. Los presupuestos destinados a asistencialismos no han servido para detener esas dolencias de salud y tampoco la violencia contra la mujer, la exclusión y el racismo. Los presupuestos del Estado se despilfarran en publicidad, asesorías y consultorías siempre sobre lo mismo. No han servido para interiorizar ideales de patria en lugar de patrioterismo. En lugar de ofrecer deberes al país, solamente se reclaman derechos. ¡Cuánta falta hace promover la educación cívica! No obstante, los contenidos de los medios de comunicación no ayudan en este empeño huérfano.
La Cuarta Revolución Industrial no llega a las universidades públicas. Mientras en Argentina fabrican autos eléctricos con tecnología propia, la burocracia pública peruana retrasa la producción de litio y todo empeño innovador. Los funcionarios del Estado no sienten como suyos la velocidad de los mercados, la competencia ni el entusiasmo de los innovadores. La competitividad productiva no es parte de su vocabulario. La parsimonia reina para orgullo de los peruanos. No hay político planteando cambios en la estructura del Estado, el mayor enemigo de los peruanos. Los conocimientos técnicos, la experiencia y la sensatez han sido reemplazados por la demagogia en las mesas de diálogo, inventadas para eternizar los conflictos por los que viven del pleito y la pobreza. En la provincia de Espinar, en Cusco, S/ 132 millones en proyectos relacionados con la salud, educación y economía de las comunidades están paralizados. Se lucen la incompetencia del Estado, por ausencia de capacidad gestora de las autoridades, y el marxismo, empeñado en detener los proyectos de desarrollo por razones políticas.
Por los resultados de la gestión pública sabemos hacia dónde va la sociedad peruana. La autoridad depende del voto de la población. Con la pandemia del coronavirus se entiende mejor la naturaleza del peruano medio convertido en autoridad. Mientras la gente muere de Covid-19, las autoridades, en lugar de prevenir y hacer docencia, redoblaron las prohibiciones y los controles ciudadanos que generan corrupción. Los fiscalizadores municipales y policías están en sus garbanzales. “La norma” absurda es aprovechada por la criminalidad vestida con chalecos del Estado. Por los comunistas instalados en Palacio de Gobierno, el sector privado fue excluido de la estrategia contra el coronavirus. Las autoridades de alto nivel rechazaron las donaciones de oxígeno de empresas privadas.
Mientras el número real de muertos por Covid-19 se oculta, Perupetro –la empresa de todos los peruanos; es decir, de un puñado de funcionarios– otorgará seis pozos importantes de petróleo a la petrolera China National Petroleum Corporation (CNPC), con bases de concurso elaboradas a su medida por funcionarios públicos ex empleados de la empresa china. La corrupción, señor Vizcarra continúa en su Gobierno. La puerta giratoria que condenó a Pedro Pablo Kuczynski continúa intacta durante su Gobierno. Ni con Vizcarra ni con coronavirus cambia el país. Ni con las muertes y destrozos materiales ocasionados por Sendero Luminoso en los ochenta y noventa. Las mafias organizadas en el Estado cambian de titular con cada periodo de Gobierno. Después del coronavirus volveremos a la normalidad de siempre. Ya lo verá usted. ¡Y que viva el Bicentenario!
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