Manuel Gago

Queriendo dar pena

La reacción de muchos ante la ola delincuencial

Queriendo dar pena
Manuel Gago
16 de octubre del 2024


En 1987 un atentado terrorista destruyó una granja avícola en la costa. Por entonces los terroristas de Sendero Luminoso dinamitaban e incendiaban todo a su paso; su consigna ideológica era la destrucción de los medios de producción para agudizar la pobreza, la falta de trabajo y la desesperación social, los primeros pasos para el asalto del poder por la vía armada, experimento fracasado hace 20 años. Por los cuantiosos daños ocasionados, el quiebre de la avícola fue inminente. ¿Pero qué vino después?

Por su liderazgo y determinación firme, Julio Favre, el propietario de la avícola, fue seguido por sus trabajadores. En lugar de lloriquear y pedirle ayuda al Estado, todos juntos se armaron de valor, ese que rara vez se manifiesta en el país, ese que incomoda a los políticamente correctos. Valientemente, sabiendo de los peligros por venir, pecharon a los terroristas. Los maoístas –masticando odios y resentimientos– al ver un frente contra ellos decidido a todo, nunca más volvieron, porque la cobardía se hace valiente en el anonimato, en la oscuridad, en la muchedumbre, agazapada en la manifestaciones públicas detrás de niños, jóvenes y mujeres. 

En el cuento “Hija de la fortuna” –nuevamente oportuno– el autor, Freddy Contreras, relata cómo los comuneros ponen fin a la prepotencia de los senderistas, acostumbrados a adoctrinar en el colegio y castigar a cualquiera y por cualquier cosa con el fin de mantener al pueblo sometido. Cada fin de mes cobraban cupos y los pobladores pagaban con alimentos y con parte de su sueldo, hasta que un día, cansados de los hostigamientos, certeros garrotazos en la nuca dados por los comuneros terminaron con la vida de los “combatientes”, como se hacían llamar los terroristas. Los cobardes nunca más asomaron en ese poblado pobre ni en otras comunidades cercanas. Huyeron por la voluntad férrea y unánime de la gente. 

En esos mismos años, conmocionaron los asesinatos de María Elena Moyano, Pascuala Rosado y Pedro Huilca, cometidos por sicarios del narcotráfico al servicio de Sendero Luminoso. Fuentes confiables contaban que numerosos dirigentes de izquierda fueron coaccionados por los enviados de Abimael Guzmán, el cabecilla del senderismo. Les dijeron: “Compañeros, la guerra popular ha comenzado, un paso al frente. Y si no, ya verán”. Oponerse a Sendero Luminoso les costó la vida a Moyano, Rosado, Huilca, al alcalde de Huancayo Saúl Muñoz y a muchos otros. ¿Acaso estos sacrificios no tienen ningún significado en ese mundo popular que hoy reclama a gritos protección al Estado? Lo cierto es que los “ajusticiamientos” (asesinatos) senderistas no doblegaron, no rindieron al llamado “Perú profundo”. Si así hubiera sido el destino nacional sería distinto, Guzmán habría gobernado y heredado el poder a otro igual a él. 

Nos equivocamos al creer que las muestras de valentía durante la época terrorista configurarían a un poblador peruano distinto, con capacidad suficiente para distinguir por sí mismo al enemigo principal: el socialismo. “Tremendos manganzones, queriendo dar pena”, hubieran dicho las víctimas del senderismo al ver lo acontecido recientemente en las calles de Lima y otras ciudades. Y es que dar pena se ha quedado incorporado en el alma del peruano medio. ¿O no? 

Las debilidades de la democracia, de la ciudadanía y, sobre todo, de los liderazgos políticos y sociales son aprovechadas acertadamente por los comunistas. Las falencias, los errores y la distorsión de la realidad son puestos en bandeja en los medios y redes sociales para el consumo de la ingenuidad. Una vez más acudimos a lo experimentado antes. Para este columnista, parte sustantiva de la ola delincuencial es digitada con fines políticos, busca allanar el camino a las corrientes totalitarias y estatistas.

Manuel Gago
16 de octubre del 2024

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