Cecilia Bákula
Que diciembre sea un mes diferente
Recuperar el verdadero sentido de la Navidad
En medio de la vorágine de la vida diaria y de la coyuntura política que pareciera no darnos tregua, se inicia el mes de diciembre, el de la tan ansiada época de Navidad. No obstante, lejos de ser una etapa de reflexión y paz, a veces se convierte en una secuencia de días de ajetreos, todos urgentes y no siempre indispensables, que nos impiden encontrar, en el barullo y las “obligaciones”, el sentido original y fantástico de esta celebración. Así llegamos a ella ya agotados y sin fuerzas para disfrutarla.
Transformada ahora en una fiesta casi del todo comercial, vale recordar su origen y sentido profundo; se trata de una celebración religiosa cuyo mismo nombre, que proviene del latín nativitatis, está referido a la fecha en que, se presume, nació Cristo, señalando para ese acontecimiento el día 25 de diciembre. Fue en el año 350 en que el Papa Julio I propuso ese recuerdo. Y más adelante, en el 354, el Papa Liberio estableció formalmente que esa fecha estaría dedicada al recuerdo y conmemoración del nacimiento de Cristo. Desde ese momento se señaló esa fecha como solemnidad para la Iglesia y se dejó de lado el recuerdo de la fiesta pagana de las Saturnales, que había estado muy difundida en Roma y que coincidía con el solsticio de invierno. Por ello, para dotar de un nuevo sentido a esa celebración, se incorporó, para ese día, el recuerdo y la alegría por el nacimiento de Jesús.
Nada de malo tiene regalar, nada de malo tiene adquirir y mucho menos que haya crecimiento económico, movimiento comercial y momentos para compartir y celebrar. Lo que sería muy bueno es renovar cada año el espíritu de la fiesta originaria, dándole a la Navidad mucho de su significado auténtico, asociado al amor, la humildad, la entrega, la esperanza, solidaridad y paz.
Es bien cierto que en estos días uno puede comprobar como hay muchos corazones que se conmueven, muchas personas generosas que ayudan y asisten a otros. Sin embargo, lo importante no es el don material, sino el don de uno mismo en tiempo, dedicación y voluntad. Y todo ello en silencio y pensando en el otro, y manteniendo esos valores a lo largo del año, como una forma de conducta que no tenga que esperar la llegada de diciembre, para aflorar.
Este año me ha sorprendido maravillosamente la generosidad de personas a las que he convocado para poder atender a otras muchas. Y al mismo tiempo, no he dejado de verificar cuánto ha aumentado la necesidad, tanto de quienes esperan recibir como de quienes, necesitan dar. En estos días, uno verifica que es muy cierta aquella frase que señala que “hay más alegría en dar que en recibir”.
El peruano es, desde siempre, solidario, generoso y acogedor. Por ello, solo nos falta dotar de cierta espiritualidad a nuestro festejo navideño y hacer que sea una oportunidad para compartir con otros. Una ocasión para hacer aflorar lo mejor de nuestras intenciones y acciones, y dejar un tanto de lado lo meramente mercantil para encontrar, en cada uno, ese espacio indispensable que necesitamos llenar, con silencio y paz.
Que esta sea para cada uno una bendecida Navidad. Y que aunque nos cueste esfuerzo, recuperemos la esencia espiritual de la celebración del nacimiento de Jesús, maravilloso hecho histórico sustantivo y siempre actual.
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