Hugo Neira
Política y siglo XX. El concepto de personalización (I)
En el 80 aniversario del Desembarco aliado en Normandía
El pasado 6 de junio se conmemoró en Francia el 80° aniversario del Desembarco aliado de Normandía, con un despliegue excepcional de actividades y la presencia de veinticinco jefes de Estado. Es una fecha y un mes propicios para recordar qué cosa es el nazismo y por qué se le sigue estudiando. Estimado lector, de eso me ocupé hace once años para un capítulo de mi libro ¿Qué es Nación? en páginas que recordaré en dos columnas. Esta es la primera. La próxima, dentro de quince días.
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La personalización del poder siempre es una reducción, ocurre cuando se extingue la pluralidad democrática. Cuando las cosas se definen por un hombre al poder o el fin de la nación. Sin embargo, la Alemania de 1919, pese a la derrota, era todo menos eso. ¿Qué explica la progresión de los nazis? Tienen sus altibajos, pero en líneas generales, en el transcurso de los años veinte y treinta se harán numerosos. La sociedad humana no produce nada de manera rectilínea. ¿Por qué avanzan? Los avatares de la República de Weimar no agotan la cuestión. Se olvida que Alemania todavía demócrata, entre 1925–1928, había conseguido salir de sus problemas financieros y se elevaban los salarios de los obreros. Si el hitlerismo es una tendencia militarista y racista, no es la única al día siguiente del fin de la guerra. Si los ‘camisas pardas’ están en contra del Diktat (así llaman al Tratado de Versalles), lo está también, francamente, el país alemán entero. Fue aprobado por ser el resultado de una capitulación de guerra. A los vencidos no se les consulta. Si el nazismo es un nacionalismo, los hay muchos en los primeros años de la posguerra. ¿Los nazis? Hubo decenas de millares de otros activistas y grupos de derechas por todas partes. Los “cuerpos francos”, por ejemplo, bandas armadas de exsoldados, que después del frente, se alquilaban, tanto para el orden como para el desorden. Pero se fueron disolviendo. Los nazis, no.
El Tratado de Versalles había impuesto la inmediata desmovilización. Fue un desatino, millones de hombres pasaron de las trincheras a la desocupación. Sin guerra ni oficiales ni enemigo externo, los “cascos de acero” se situaron a la derecha, los Stahlhelm, y a la izquierda, los Reichsbanner. Los primeros un millón de adherentes, los segundos, 3,5 millones. “Alemania, país desmilitarizado al perder la guerra y remilitarizado porque los alemanes son soldados”. No es una generalidad vacía, lo dice en esos años, un gran escritor, E. Junger. “El espíritu soldadístico”. Los nazis llevaban uniforme, pero eso era frecuente. La costumbre del uniforme y actuar en grupo con violencia, animaba a Hitler, pero también a las muchas asociaciones militares de esos años —los Wehrverbande—a los que se hacían llamar Wiking, los Oberland de Baviera, la Orden joven alemán. Ordre jeune-allemand, señala Dreyfus. La cuestión es que había cien mil potenciales Hitler. ¿Por qué, pues, Adolf? ¿Por qué su núcleo de camaradas se va ampliando al correr de los años veinte y treinta?
Buscamos lo específico, cuesta hallarlo. Lo que emerge, habría dicho Hegel. Si el nazismo nace en la galaxia de pequeños grupos de extrema derecha, cierto es que también luce un perfil clasista e izquierdista tomado de los obreros que recluta, y dentro de su partido, Hitler tuvo aliados muy especiales, los nazis de izquierda, los hermanos Strasser, que habían dejado el partido comunista por considerarlo poco radical. George Strasser es eliminado “en la noche de los cuchillos largos”. Cuando Hitler entró en el poder ya no necesitaba a los SA. El otro Strasser, Otto, que pretendía un “nacionalsocialismo revolucionario”, lo persigue la Gestapo y escapa a Canadá. En el camino, que es a lo que vamos, los nacionalsocialistas, que no dejaron de considerarse revolucionarios, de ahí la confusión de los dos hermanos Strasser, tuvieron que competir en el campo de las izquierdas, ahí donde no faltaban sólidos partidos. Spartakistas, bolcheviques alemanes, y el considerable electorado de la KPD, con Thalmann. Nada podía augurar la transferencia de votos de obreros comunistas a Adolf Hitler en noviembre de 1932 y en marzo de 1933, pero es lo que ocurrió. ¿Consecuencia directa de la crisis, del plan Young, de la quiebra de los bancos alemanes cuando Nueva York suspende sus créditos? Pero, una vez más, ¿por qué por Hitler, que en nada ocultaba sus propósitos, un antisemitismo sin concesiones y un poder total, unificador, no menor al que ejercía Mussolini en Italia?
La victoria de Hitler en las urnas nunca fue concluyente, mientras hubo República de Weimar. Obtiene en 1932 una votación importante como para que fuese propuesto Canciller, un 37% de los votos. En marzo de 1933, el momento de más alta votación, un 44%. Tuvo que ir en alianzas para obtener la mayoría absoluta. Hubo un ascenso espectacular si se toma en cuenta el 2,6% de 1928, antes que la crisis de Wall Street le eche en los brazos capas enteras de la población popular y media. Sin embargo, el NSDAP no pudo convencer del todo a las derechas moderadas de liberales y católicos. Ni del todo a las clases medias, pese a que se ha dicho que el hitlerismo electoral era su expresión. Es falso, estereotipo, lugar común, los estudios posteriores de las últimas consultas —con los nazis en el poder, no hubo más elecciones— revelan que convence a un 46% de los obreros, y un 23% de electores de clase media. También a una buena proporción de campesinos. Pero Hitler gobierna siendo expresión de un tercio de los ciudadanos. El tema se arregla a su manera. En 1932, arde el Reichstag. A sus miembros les impone la necesidad de otorgarles poderes “habilitantes”, o sea, ilimitados. No habrá más Reichstag. Luego, el Estado seductor del hitlerismo captura la sociedad mediante el pleno empleo (aunque transitorio, economía de guerra), la propaganda y el entusiasmo. A partir de la toma del poder, gobierna con plebiscito, 1934, 1935, 1935. Puede ganarlos, no hay opositores.
Cabe, pues, el uso del concepto de personalización. Significa, en el caso nazi, dos mutaciones. Por una parte, el partido mismo, que se vuelve una fuerza de autorreferencia del líder. Por otra parte, hay cambios en su actitud, en lo que vamos a insistir, en el rol variable de Hitler hasta llegar a ser el Führer. Es cierto que hizo entretanto lo que todo candidato a las urnas hace, visitar asilos, dar la mano a todo el mundo y sonreír benévolamente al público. Lo seguirá haciendo hasta llegar a Canciller. A partir de entonces, es lo que quiere ser, el jefe incontestado. Aquel que ocupa la escena por completo. ¿Es que acaso eso es lo que quería un gran número de alemanes? ¿No echaban de menos los tiempos de Guillermo II, el poder en manos de una autoridad incuestionable? El alemán piensa la masa y la potencia como un ejército, dice Canetti. El inglés como un navío.
La personalización no es un hecho natural, se construye. Erwing Goffman ha presentado el mundo como un teatro donde cada individuo juega un rol, y desde los saludos a la manera de vestirse, el vivir se ritualiza. Es una hipótesis interesante, conviene incorporarla a la visión del nazismo, entre otras visiones de su política, como un juego de actores. Por ejemplo, ese montaje de algo singular, la “camaradería” nazi. El proceso de personalización debe avanzar introduciendo lazos personales con los militantes, nexos directos, de mando y obediencia, y Hitler venía de la fraternidad de combatientes en las trincheras. Un partido como el nazi, una religión política, no camina solo por un programa sino por los lazos sentimentales, emocionales. Hitler venía de la experiencia de Viena y de su vida bohemia. Para la personalización es necesario un mensaje personal que absorba las otras ideologías en circulación. Hitler aprenderá a la vez la necesidad de la flexibilidad y la rigidez del Jefe. Las abundantes memorias sobre su mando difieren como si hablasen de personas distintas. Y no nos recostamos en interpretaciones psiquiátricas. Hitler manejaba a sus heterogéneos partidarios siempre como el Jefe. Ante sus colaboradores técnicos era el jefe de una empresa. Para los realistas, las autopistas, Autobahnen. Para los seguidores delirantes, la guerra total y los campos de exterminio. Al fondo hay sitio. [...]
¿Qué es Nación?, Fondo Editorial USMP/Instituto de Gobierno, 2013. Cap. II, Construcciones occidentales, pp. 127-132.