Hugo Neira
Papá Noel. Elogio y vejamen
Una crónica de hace 58 años
Lo que es a mí, las navidades me ponen melancólico. La fiesta es hermosa, por eso mismo me remueve la memoria, las abuelas de mi infancia, mi padre, mi madre, y acaso, vuelvo a tener, si no la angustia, esa espera del regalo navideño. A veces a mi padre no le alcanzaba para gran cosa. Una de esas noches de Navidad, llegó a la casa de mis abuelas en donde yo vivía, y apenas había reunido unos soles para comprarme un regalo. Mientras los mayores celebraban, en un rincón, hasta la madrugada, me echo a leer el libro que me trajo mi pobre padre y me quedo fascinado. Era una historia tras otra. Cuentos infinitos. Se acerca entonces y me pregunta si me había gustado. Claro, le dije. No acaba nunca. Era Las mil y una noches. Años más tarde, era columnista en el diario Expreso. Y esa broma con Papá Noel me la sugiere Lucho Loayza, que con Raúl Vargas y Abelardo Oquendo, éramos los atrevidos editorialistas en ese diario. Puede el amable lector admirar la tolerancia del director, José Antonio Encinas, puesto que la nota periodística era risa y mofa de un mito muy respetado. Mirando hacia atrás, la veo como una era de oro del periodismo peruano. Crónicas libres, con humor y tolerancia. No había comunicadores, sino gente que sabía escribir un texto argumentativo. Esto, en 1961. A mis 25 años.
Elogio
Viejo trotacontinentes, te has echado a los hombros la esperanza del mundo. Eres el padre de los niños huérfanos. Tu abundante figura se desdobla en cada tienda del mundo. Y sirves a los mercaderes. Nos habían dicho que tú deseabas dar algo a todo niño, pero no te deja ni respirar la ley de la oferta y la demanda, y estás unido por extraños vínculos al poder de cada padre de familia. Por eso te queremos Papá Noel. Porque eres simplemente la mejor imagen, despreocupada y simpática de la humanidad que sueña en regalar y dar alegría. Papá Noel, padre universal, a ti te han inventado los niños.
¿Cuál es tu origen? ¿Eres un viejo obispo de Turquía llamado San Nicolás, que lanzaba bolsas de dinero por las ventanas a los necesitados? ¿O, eres un geniecillo germano anterior al cristianismo? Es posible que entre los gnomos que han atormentado al hombre y se han burlado de él a través de las edades, tú seas un pacífico disidente. Un bondadoso apóstata, duende jovial que vives en los hielos y que al llamado de los niños, cruzas el mundo sin tiempo para cambiar de ropa ni dejar descansar a los renos.
Yo sé que mirarás extrañado esta comarca peruana que recibe Navidad casi desnuda en sus playas (era otro clima en esos tiempos) y que no conoce la nieve ni los renos. Pero el dolor y el deseo son comunes en todos los humanos e igual te piden regalos los niños rubios que acariciaste en Escandinavia, que los pálidos latinos, o los oscuros hijos del pueblo que te confunden con sus padres.
¿Qué culpa tienes si los niños te piden juguetes de guerra? Ellos ven la violencia en la televisión y escuchan sus clamores en el lenguaje de los adultos. Cuando te vayas de esta tierra, seguramente lo harás dolorido. Hay tanto que dar. Es tan corta la bolsa. Tu trineo, sin embargo, no debe desviarse de esta ruta, en otra pascua... Volverás, y tu poder irá creciendo en dar cuanto más crezca el poder del hombre. Porque eres, viejo Atlante, la generosidad, la fraternidad, la caridad misma, disfrazada de alegría.
No les importan a los peruanos ni tu traje, ni la extrañeza animal de tus renos. Tus botas alegran estos hogares de quincha y barro, en donde, en abierta esperanza universal, te perdonan que seas gringo y te esperan jubilosamente. Eres antiguo, alto y fuerte como un hércules pagano, y te quieren aunque gordinflón y ventrudo. Quién como tú se hace cargo de los dolores del mundo tiene que ser poderoso. Tus barbas esconden una sonrisa triste por el escepticismo que inunda como una lepra el corazón de los pequeños. Antes eras mito, fantasía, delirio. Los niños se desvelaban para hallarte en la noche definitiva. Hoy te exhiben sudoroso y cansado, con un sueldo y un horario, en cualquier calle de Lima. Contigo están matando la poesía. Y la alegría irremplazable de la Nochebuena. Ya no es preciso buscarte en los sueños. Bastan las grandes tiendas, infanticidas.
Después de la Nochebuena, cuando las manos de la infancia acarician los osos de felpa, los autos de lata, las ametralladoras plásticas, en algún secreto lugar del alma, por fin descansas, pero, en ese instante, ¿quién se acuerda de ti?
Vejamen
Gringo barbudo, tanto abrigo y tanta piel en verano te hacen sospechoso. ¿No esconderás en la espesa barba blanca un libro de facturas? En el trineo cargado de regalos ¿no traes acaso una máquina registradora? Antes venían al Perú los Reyes; viajaban por el desierto costeño en lentos camellos, tan lentos que llegaban el seis de enero. Tú llegas en un avión de rapidez comercial y dices palabras bondadosas. Pero te conozco, te adivino. Solo en tu hotel te miras al espejo con expresión complacida y antes de quitarte las ropas coloradas murmuras palabras extranjeras.
Papá Noel, todavía en tus barbas quedan restos de estalactita: hace poco tiempo celebraste en una luminosa caverna nórdica tu última fiesta pagana. Nadie pensaba en ti en Lima de ese entonces. Navidad era íntima y calurosa. Un pequeño nacimiento nos bastaba: animalitos de colores y al centro un niño dulce y desvalido que tendía las manos y nos daba a conocer la alegría.
Llegaste con las luces neón, con el cemento, con el cine parlante. Eres sonriente, nuevo y feo como esta ciudad que nos ha aparecido después que la Lima que se iba terminó de irse. Te crees práctico pero eres la irrealidad misma. Te envuelves en pieles níveas y de franela roja: qué calor debes tener Papá Noel, hombre ocupado, sin pausas que refresquen.
Dicen que vienes sobre la nieve en un trineo halado por renos pero aquí no hay nieve, ni trineo, ni renos. Dicen que te descuelgas por las chimeneas pero aquí no hay chimeneas. Te han visto en helicóptero, en motoneta, en patinete, siempre congestionado con apuros de comerciante. Pero eres dulce, muy dulce, dulcísimo: eres gordo, muy gordo, gordísimo: ¿no serás diabético, Papá Noel? ¿Te has tomado la presión últimamente? ¿No tienes mareos, no te inquieta ese dolorcito en el costado? En tu bolsa repleta de lata pintada y productos plásticos hay barcos de guerra, ametralladoras, bombas para matar el tiempo y las muñecas, y hasta una exacta reproducción de bomba de cincuenta megatones. Eres un horrible traficante de armas, Papá Noel.
Tienes la vulgaridad del demagogo, hablas demasiado y no comprendes el asombro de los niños tímidos y el silencio de los niños solitarios. Ignoras el principal de los regalos sin sombra ni peso. Desconoces completamente la palabra ternura, avanzas pisando fuerte con tus tenebrosas botas de conquistador. Tus manos regordetas están callosas de contar billetes, no puedes acariciar. Y la caricia, Papá Noel, es la llave para que el corazón de la infancia que no se abre con dádivas. Eres calculador, eres interesado, tú siempre ganas.
Tu cara está maquillada, simulan tus mejillas una falsa frescura. Aseguro a todos que si te lavaras la cara aparecería la red de arrugas que tendió la mala vida que llevas. Oh, mentiroso, te gusta ganar amigos e influir sobre todas las personas. Oh, secuestrador del niño del pesebre. Devuélvenos la Navidad que te robaste, sin tiendas abarrotadas, sin radios clamorosos, sin comidas en conserva, sin letreros de luz grosera, sin costumbres extranjeras. Devuélvenos la cena parca, el afecto sin interés, el amor a la tierra, la dulce oscuridad, el silencio. Tu ingenuidad no te redime. Tu billetera ahíta prueba que eres tonto, pero no inocente. Hombre de éxito, triunfador, optimista. Tú no tienes alma, porque el alma es melancólica. Eres un viejo desalmado, Papá Noel, papanatas. (HN, 25.12.1961)