Cecilia Bákula

Nuestra débil democracia y el próximo proceso electoral

Es indispensable intentar el afianzamiento de los partidos políticos serios

Nuestra débil democracia y el próximo proceso electoral
Cecilia Bákula
08 de abril del 2024


Hace algunos días comentaba el error tan grande que cometía la presidenta Boluarte al mostrar ciertos niveles de ostentación en joyas. El caso de los relojes, tan mal manejado tanto por ella misma como por sus abogados, y con el que los medios de comunicación buscan afianzar la atención nacional en temas que podrían estar vinculados a la comisión de delitos, no debe distraernos de la problemática política del país.

Será ante la Fiscalía que la señora Boluarte tenga que dar testimonios claros y verdaderos sobre su incremento patrimonial y de los rápidos lujos a los que ha accedido y exhibe, aun cuando indique, con desparpajo, que le fueron prestados por un amigo. ¿Qué nivel de amistad es esa que pone en jaque a una autoridad? Pero más allá de las falaces expresiones y las mayores dudas y suspicacias que generan esas afirmaciones, es necesario estar atentos para que la investigación en curso no aparte nuestra atención de lo que viene sucediendo a nivel político y que será una cruda realidad de cara a las próximas elecciones.

Son varios los frentes en los que la crisis se hace cada vez más aguda, y baste haber escuchado la presentación del presidente del Consejo de Ministros, para tomarle la temperatura a un gobierno que más parece estar en campaña que tener capacidad para afrontar la problemática actual. No hay sector del gobierno que deje de estar desacreditado por ineficiencia y el ministro Adrianzén y su nuevo gabinete, no parecen estar conscientes de ello, porque desde el problema gravísimo de los medicamentos genéricos, la intolerable inseguridad en que vivimos, el caos en el sector educación que se permite desatender las más mínimas necesidades de los escolares pero sí acepta que maestros reprobados o no graduados se incorporen a la docencia; la desatención a la minería formal y el crecimiento de la informalidad en esa actividad; el atraso en infraestructura; el desgobierno en las regiones; la pésima y baja percepción de la ciudadanía respecto a las autoridades hasta el crecimiento de la corrupción que ya parece haberse instalado en la Casa de Pizarro, son solo algunos casos que podemos mencionar.

A todo ello, debemos agregar, como si fuera poco, el caos que se viene gestando respecto al próximo proceso electoral que el Perú debe vivir a principios de 2026. En este momento, no se trata de clamar por adelanto de elecciones, se trata de “sobrevivir” sin ahogarse hasta el año 26 y ello pasa por el inminente e indispensable cambio de las autoridades en los entes que regulan los procesos electorales,; sin ello, los augurios son muy malos. Y si a esto agregamos una inusitada creatividad política ya que a la fecha, el JNE ha indicado que ya son 25 grupos políticos los que se han inscrito para participar en la próxima contienda electoral y que hay no menos de 12 que buscan subsanar su inscripción.

En una país como el nuestro en el que la población no llega a conocer ni comparar y menos busca información previa al voto y, habiendo tenido como conducta electoral habitual, el elegir al que aparentemente es menos malo, la perspectiva de llegar a tener autoridades capaces, preparadas y dignas de tal responsabilidad, es muy precaria.

Se percibe cierto sentido de mesianismo que lleva a cualquier ingenuo a suponer que tiene condiciones de redentor de nuestro país y esa actitud se opone radicalmente a la cordura y a la responsabilidad que debiera primar en la conducta de quienes aspiran al sillón presidencial. Ello se hace más evidente cuando quienes desean postular, no son capaces de comprender a nuestro electorado pues el que haya que elegir entre más de 30 listas resulta grotesco, inaplicable e insensato. No parece posible que entre esas más de 30 agrupaciones, no se pueda encontrar puntos de acuerdo y hasta similitud de propuestas y perspectivas. Pero nadie está dispuesto a posponer intereses personales y muchas veces subalternos, en aras de la gobernabilidad, el entendimiento entre partidos políticas de por sí muy débiles,. Ello, en nada contribuye a proteger nuestra muy débil democracia.

Dicho lo anterior, podemos señalar que la existencia de muchos partidos políticos implica necesariamente poca legitimidad en el tiempo. Lo vemos ahora mismo al comprobar que la presidenta de la República, carece de una bancada en el Congreso porque la dispersión de los partidos y de sus integrantes, llega a complicar y a poner en riesgo la legitimidad de una autoridad. Una cantidad tan sorprendente de grupos aspirantes a ganar en la contienda electoral, no solo significa dispersión de esfuerzos, sino incapacidad de quienes lideran estos grupos para posponer sus propios y mezquinos intereses, aun cuando el precio sea la poca gobernabilidad.

Imaginar una cédula de votación con 30 o más grupos, significará obligar a la población a que elija al “tun tun” pues además de optar por una plancha, habrá que elegir a senadores y diputados. ¡Qué reto para una población que en su mayoría no conoce ni desea conocer las propuestas de cada grupo! porque, en lo profundo, los ciudadanos desconfían de quienes sin historial de práctica política se lanzan a intentar vanamente conquistar al elector.

No está mal que haya partidos políticos pues son indispensables para el ejercicio de la buena democracia; lo grave es la desconexión de muchos de ellos con su propio electorado; hemos visto como una vez concluida la lid electoral, quienes postularon sin éxito, desaparecen de la esfera pública y el elector se encuentra en abandono y confusión. Por ello es indispensable intentar el afianzamiento de los partidos políticos serios, capaces de lograr alianzas transparentes en beneficio del país, la democracia y la gobernabilidad.

Cecilia Bákula
08 de abril del 2024

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