César Félix Sánchez
Maquiavélicos y fracasados
La política peruana es su mejor cantera
¿Hay algo peor que ser maquiavélico? ¿Es decir, que creer que la política es un discurso absolutamente autónomo de la moral, cuyo único criterio de valoración es el éxito en la conquista y conservación del poder? ¿Y que toda mentira, disimulo, traición o abandono de los principios se justifica por eso? Sí. Es peor ser un maquiavélico fracasado.
Cuando en los momentos posteriores al 30 de septiembre parecía que el presidente Vizcarra se haría con todo el poder, ante el apoyo masivo de una población que no quería escuchar razones, quizá algunos creyeron que podría salirse con la suya, convertido en el gran elector del 2021 y en una figura expectante para el 2026 con una popularidad inédita. Pero, como decía en aquellos días José Barba Caballero, “el eterno dios del movimiento” impera en la política, y parece ser que Vizcarra afrontará el destino de tantos otros hombres públicos peruanos: investigaciones y procesos interminables
Una de las características definitorias de este régimen –el constitutivo formal, dirían los filósofos– fue el uso cotidiano e incluso innecesario de la desinformación, acompañado por la descalificación virulenta (y casi siempre conspiratoria) de aquellos que se atrevían a cuestionar las “versiones oficiales”, a veces increíblemente delirantes. Así, se pasó del “fujiaprismo” a los “doctores en pesimismo”, a los “malos peruanos que nos quieren poner zancadillas” o a los indefinidos (y muy probablemente imaginarios) políticos “tradicionales” que quieren “sabotear las elecciones”.
Quizás en otras épocas tal hybris hubiera sido un capítulo más en la amplia historia nacional de la infamia, pero en este 2020 ha tenido consecuencias trágicas masivas para el Perú. La batalla contra el COVID se perdió incluso antes de librarse, el 30 de septiembre de 2019, cuando el Gobierno acabó finalmente por degenerar en una suerte de junta de consultores cuyo único interés era la promoción de la propia imagen antes que realizar una gestión real efectiva. Era la primacía de la “política de la percepción” a la que atribuí el futuro fracaso de la política anti COVID en una columna publicada en El Montonero antes de la cuarentena. En la cámara de espejos deformantes en que se convirtió el Gobierno de Vizcarra, las pruebas rápidas eran tan buenas como las moleculares y se le ocurrió incluso la genialidad de recomendarlas como diagnóstico a la OMS. De igual forma con los bonos fracasados y contagiadores, con la descabellada cuarentena de género, etc.
Ahora el destino parece haber alcanzado a Vizcarra. No en cuanto al fracaso absoluto en la lucha contra la epidemia y el colapso de la economía y sociedad peruanas, que acaso poco le importen, sino a su hundimiento político y personal definitivo.
Este panorama tan triste nos lleva a pensar que la política en nuestro país atrae a individuos que ven en el poder una especie de forma de realización personal subalterna, no el servicio o la defensa de un ideal. Esa es la eterna cantera de maquiavélicos sin bandera: un sistema político que permite que nos gobiernen personas con graves heridas emocionales, a veces criadas en hogares destruidos, que ven en la conquista del poder a cualquier precio una suerte de compensación por traumas del pasado. No queda más que tomar todos los recaudos para evitar caer en manos de gentes parecidas en el 2021.
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