Hugo Neira
Lo normal como decepción
No estamos en Semana Santa, pero el domingo 21 se le parece. Domingo de Ramos. ¿Qué de bueno ha ocurrido? Llanamente un acuerdo entre gobierno y oposición. Así de simple y así de enorme. Puntual. No una alianza. En fin, algo positivo. Se acaba esa etapa gris que media entra una campaña electoral feroz y las responsabilidades de partidos y elegidos. Sin embargo, me he puesto a ver los diarios. Acerca de la recepción del momentáneo acuerdo entre oposición y gobierno y el trato que le han dado en los medios. Hay matices. Por ejemplo, en El Comercio (20.08.16) toda una página ocupa el rostro de Fernando Zavala y este comentario: «Oleado y sacramentado». Ese diario informa que «tras unas veinte horas y durante dos días, el gabinete Zavala obtuvo el voto de confianza en el Parlamento». En su editorial, sin embargo, encuentran en la voz de los opositores, «oblicuas exhibiciones de fuerza», se refiere a Marcos Arana. Y en efecto, hubo frases infelices: «Vayan a trabajar, pero no crean que van a durar cinco años» (Vitocho).
El diario Expreso es prudente. «Ahora viene lo difícil», y no le falta razón. La República prefiere levantar, como se dice en la jerga periodística, una frase del primer ministro: «Hay que perfeccionar el sistema de AFP y de ONP». Pareciera sensato, una noticia que interesa al gran público. Pero unos cincuenta años de práctica periodística –los míos– me hacen dudar. Creo que sin dejar de informar, esquivan el lado político de lo ocurrido. Piensan que estuvo mal que el Primer Ministro atendiera el pedido de la oposición.
¿Describir, también, cómo había dejado el país el gobierno saliente? Hacerlo era un gesto mínimo. ¿Ante el Parlamento? Ante la ciudadanía. Pero les ha parecido una debilidad del premier Zavala. Incluso un columnista llega a decir que «se especula sobre el tamaño de las rodilleras que usará el premier Zavala ante pedidos futuros que serán infinitos». Querían bronca, no acuerdos. No les gusta la política. Entonces, ¿qué hacen de comentaristas? En general, flota en el aire como una decepción. Acaso la truculenta hipótesis era que la actual oposición pisaba el palito. ¡Qué crédulos! Dos días discutieron, preguntaron, pero aprobaron.
Mi lectura de lo ocurrido en el Congreso es otra. Es un clásico de la ciencia política «la minimización relativa de los antagonismos» (Philippe Braud, El jardín de las delicias democráticas). Que en otras ocasiones no se haya usado nos permite decir que estamos no solo progresando en mecanismos democráticos, sino que dejamos al fin el periodo paleolítico de la vida política peruana. Ya era hora.
Muchos no han entendido el estilo psicológico en política de los días que corren. La lógica de los gobernantes quiere seguir la lógica de los electores. Los peruanos quieren ver funcionar el Estado. Hay prisa. Pero hasta ahora los escándalos han nutrido a los diarios y no los programas de los gobernantes. La información al revés, y frívola.
Por otra parte, hay que saberlo. Las relaciones entre el presidencialismo y el parlamentarismo es un debate actual en la América Latina. Un sistema parlamentario se acomoda mejor en otros lugares del mundo, no en el nuestro. El presidencialismo, que es lo que tenemos, tampoco es recomendable. Atenuarlo con un presidente más bien débil, no es negativo. No por eso hay que sustituirlo con «cheques en blanco», señala Arturo Valenzuela, autor de un libro sobre El fracaso de la democracia presidencial. ¿Sabe el amable lector, que las sociedades donde el presidente es relativamente débil son las que producen más democracia? Aquí, muchos opinológos creen lo contrario. Lo que quiero decir es que las tensiones entre Parlamento y Ejecutivo van a ser frecuentes, pero esto no será un problema de los elegidos. De la clase política. Más bien de los medios de prensa, tal como lo veo en este instante. Se han acostumbrado a vivir del escándalo. La normalidad los asombra. Por eso han maleteado al gabinete Zavala y a los congresistas. Ese debate no tiene «sangrecita».
No todo nos prepara para los retos que vienen. Tenemos un sistema de partidos no binario —izquierda y derecha—, sino trinario. Lo de a tres es pésimo. Eso fue el Chile de Allende, su bloque de socialistas y comunistas, la derecha conservadora y los socialcristianos de Frei, que se negaron a apoyar a Allende. Ya saben lo que ocurrió. Otro defecto, no tenemos cámara alta. ¿Sabe el amable lector que los países bicamerales funcionan mejor porque la cámara alta permite las alianzas? Pero cuando le preguntaron al ciudadano de a pie, allá por los años noventa, dijeron que «no querían viejitos». Como dice el padre Gutiérrez, «la voz del pueblo no es necesariamente la voz de Dios». Otras reformas, pocas, se necesitan para enmendar esa arquitectura incompatible con las necesidades actuales.
Hugo Neira