Cecilia Bákula
La gran noche de la humanidad
El hombre debe recuperar su esencia de ser el predilecto de la creación
Por el título elegido para esta columna pareciera que nos vamos a enfrentar a un texto casi apocalíptico o de un contenido tenebroso. Es cierto que, en términos generales, el mundo occidental está prefiriendo la vida en las tinieblas de la moral y la ética, en vez de optar por la luz de la verdad. Y en el panorama nacional nada nos hace pensar que nuestro futuro inmediato estará libre de noches oscuras.
Pero hoy, me refiero a la noche más intensa e importante de la humanidad, la que antecede, espera, aguarda con ansias y vislumbra la Resurrección de Cristo que es sin duda el hecho histórico más trascendente de nuestra historia personal y como sociedad. Quizá para muchos la noche del Sábado Santo en la que se celebra la Vigilia Pascual no tenga trascendencia alguna, porque los que hoy tenemos fe, hemos equivocado la enseñanza y desde hace ya varias décadas, la propia Iglesia ha entibiado, peligrosa e innecesariamente el llamar a los fieles a la reflexión, a la enseñanza constante y repetitiva del valor de esta fecha que, como bien dijo san Pablo, nada en la historia tendría sentido y ni aún los padecimientos de Cristo habrían sido redentores sin la Resurrección. En 1 Corintios, capítulo 15, versículo 14, Pablo señala “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería vuestra fe” y es tan cierto que lo debemos proclamar a todos los vientos. El mensaje salvador de Jesús es decir y confirmar que hay vida eterna y en eso se centra su enseñanza y su discurso de conversión.
La tradición católica señala que han existido tres noches de gran importancia en la historia de nuestra fe; la noche del nacimiento de Cristo cuando Dios mismo se revela al hombre, la noche en que Cristo ha muerto, es decir el Viernes Santo, porque el mundo está sin Dios y la noche de la Vigilia Pascual. Es esta última la que concentra mayor importancia y significado y es por ello que quienes hayan tenido el privilegio de asistir al rito maravilloso de la Vigilia, habrán podido escuchar la fuerza de las palabras que se recitan en el llamado Pregón Pascual y entre muchas de las frases que se proclama, encontramos ésta que dice “feliz culpa que mereció tal redentor”.
La Iglesia entera aguarda con esperanza renovada que las campanas repiquen y anuncien “el nuevo día”, se goza con el canto victorioso del Gloria, se encienden las luces y el universo entero despierta a la confirmación plena del cumplimiento de la promesa: hay vida eterna.
Sabemos que al despuntar el alba del tercer día, el primero de la semana para el mundo judío, las mujeres fueron al sepulcro con la intención de concluir la preparación del cuerpo de Cristo, para que pudiera recibir una sepultura definitiva. Ellas, las santas mujeres, debieron pasar en vela desde el viernes hasta la aurora del domingo; habían visto el horror del sufrimiento de nuestro Señor y querían actuar con caridad y de acuerdo a la tradición. Pero ellas NO tenían fe, sí tenían inmenso amor, grande amor y taladrante dolor. Quizá el dolor les hizo olvidar las veces que Jesús les avisó que al tercer día resucitaría. Será por eso que los Evangelios no nos dicen nada de María; ella la perfecta creyente, solo sabía esperar que se cumpliera la palabra dada.
Es una pena, realmente una tragedia que el mundo laicista, queriendo construir una sociedad sin Dios, no se percate que está construyendo una sociedad que se afana y estimula para ir contra el propio hombre; un mundo donde se busca acabar con los principios éticos y morales que permitan la vida con dignidad, para darle al ser humano la imposible potestad de ser dios. Dejemos que Dios sea Dios y que el hombre recupere su esencia de ser el predilecto de la creación. Solo en ese momento, entenderemos la fuerza regeneradora de la gran noche de la humanidad, cuando el mundo grita que el sepulcro está vacío, porque Cristo ha resucitado, diciendo con la Iglesia universal, el anuncio de alegría de la liturgia ortodoxa: “Christos anesti! ¡Alithos anesti!, dando así testimonio de que su resurrección también ilumina permanentemente nuestras vidas.
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