Cecilia Bákula
La barca de Pedro en Lima
Empieza una nueva era que debemos ver con optimismo
Como sabemos, el sábado 2 de marzo monseñor Carlos Castillo Mattasoglio, sacerdote diocesano, tomó posesión de la Cátedra Arzobispal de Lima. Fue designado por el Sumo Pontífice Francisco para reemplazar al cardenal Juan Luis Cipriani Thorne en esa función pastoral, pues este había cumplido la edad establecida para la jubilación en esos cargos. Ríos de tinta han corrido desde que se anunciara la designación de Monseñor Castillo; mucho se ha dicho y escrito, un tanto por desconocimiento y otro tanto por creerse que va a haber un "cambio de rumbo en la Iglesia particular de Lima". Por ello, me parece pertinente explicar algunos detalles para orientar nuestro conocimiento al respecto.
El cardenal Juan Luis Cipriani, asumió el cargo de arzobispo de Lima el 9 de enero de 1999, en reemplazo de monseñor Augusto Vargas Alzamora. Renunció a su cargo el 28 de diciembre de 2018, al cumplir 75 años de edad, habiendo asumido dicha función hasta el 25 de enero de 2019; es decir, que tuvo la responsabilidad durante 20 intensos años, en lo que hubo de defender y proclamar la doctrina y la fe de la Iglesia católica, aún contra corriente, aún contra detractores y en situaciones de gran complejidad.
La labor que le espera a monseñor Castillo, no es diferente; es exactamente la misma. Aunque, sin duda, habrá cambios en algunas formas externas, ya que se trata de personas distintas, con formación eclesial diferente y personalidades particulares; pero con una misma y sólida fe y una única vocación común: servir y ser otros Cristos. Y eso no ha de ser fácil, pues hay que proclamar "a tiempo y a destiempo" la palabra de Dios, defender sus enseñanzas y proclamar, por fe y convicción, que el único camino del hombre a la felicidad es la santidad.
Pero eso no debe alarmarnos, ni los cambios han de ser motivo de duda o turbación. El cardenal Cipriani inicia su formación humana en el área de ingeniería y opta por ingresar a las filas del Opus Dei para realizar y completar allí sus estudios sacerdotales. Monseñor Castillo orienta su vida universitaria en el campo de las ciencias sociales, hasta que ingresa al Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo, en Lima, recibiendo una formación diocesana. Y es que en la Iglesia, como en muchas otras instituciones, existen variados carismas, diversas cualidades y habilidades; pero la meta, la visión, la misión y el objetivo, es uno solo.
Si hacemos una lectura cuidadosa de los evangelios, de las epístolas y sobre todo del libro de los Hechos de los Apóstoles, veremos que para la Iglesia de Cristo, desde sus inicios, se convoca a todos, pues en la barca de Pedro —es decir, en la Iglesia a él encomendada— hay lugar para todos aquellos que, siendo diferentes en la individualidad humana, tienen un mismo sentir, un mismo actuar y una misma meta: la salvación eterna. Todo cambio debe ser entendido como una renovación que no ha de ser ni caprichosa ni antojadiza. Proviene de la oración profunda del Santo Padre para designar con responsabilidad a quien debe otorgar una nueva responsabilidad.
Empieza una nueva era que debemos ver con alegría y optimismo, pues cuando el hombre se deja guiar por la mano de Dios, su actuar siempre será el correcto. Por todo ello, nos toca agradecer profundamente los 20 años de servicio pastoral de monseñor Cipriani y apoyar con entusiasmo y compromiso la gestión de monseñor Castillo, para que su labor sea más fácil, más fructífera y su accionar alcance a toda la Iglesia de Lima, sobre todo a los más necesidades de esperanza y paz.
No dudo que puede haber más o menos empatía con una u otra personalidad; ni que hay posibilidades de amistad y más cercanía a unas formas que a otras. Pero en la Iglesia no seguimos a las personas, seguimos al pastor, cuya labor recae en un individuo. Y no por ello dejamos de lado la obediencia, el seguimiento y el respeto.
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