Manuel Gago
Izquierda oenegera controla la política peruana
No le importa la pobreza ni la falta de agua potable
Después de las audiencias públicas en contra de Keiko Fujimori por lavado de activos, el fiscal Domingo Pérez nos ha notificado a todos los peruanos que si somos acusados por la Fiscalía de cualquier cosa, no importará si existen o no suficientes elementos probatorios para incriminarnos. A partir de ahora, en audiencias públicas maratónicas, se evaluará si el acusado tiene o no una vida desaforada, si es simpático para sus vecinos y si sus conversaciones privadas son prolijas o no.
Con la anuencia de un sector de la prensa nacional y con el apoyo mayoritario de la población, el fiscal Pérez nos ha comunicado que, después de su actuación televisada, los “delitos” que deben ser castigados no estarán relacionados con la trasgresión de las leyes y las normas, sino que dependerá de la conducta, de los valores, el comportamiento y el pensamiento político de los acusados. Además, si el fiscal que acusa y el juez que procesa la acusación piensan y sienten distinto a usted, no se moleste en defenderse, de todas maneras irá preso.
En el caso Fujimori, el fiscal Pérez aprovechó la audiencia transmitida a nivel nacional para hacer política en lugar de sustentar sus acusaciones. No le ha importado la consistencia de sus acusaciones, sino las carencias y los errores políticos y personales de la acusada. Así, el fiscal cumplió al dedillo el rol encomendado.
Con su desempeño, Pérez ha demostrado ser un alumno aplicado de la izquierda oenegera instalada en el sector justicia desde la época de Alejandro Toledo. Hoy, esas ONG le susurran al oído a Vizcarra que puede ser candidato. Ya encontraron a su político ideal, dócil, aquel que atenderá sus “sabios consejos”.
Si usted cuestiona el comportamiento reprochable y al margen de la ley de Vladimiro Montesinos como asesor presidencial, debe reprochar también a todos los poderes ocultos, sin ninguna excepción. Con Vizcarra, ese poder en la sombra lo ejercen esas ONG instaladas cómodamente no solo en Palacio de Gobierno y en el sector justicia, sino en todas las instituciones del Estado y, sobre todo, en los sectores trabajo, Inclusión social, ambiente, salud y educación. Es decir, las ONG están controlando las decisiones gubernamentales.
A las ONG, muy influyentes en gran parte de los medios de comunicación, no les interesa la reducción de la pobreza ni el agua potable para los sectores populares ni el cuidado del medio ambiente en las zonas mineras. Sus relatos y discursos están directamente en contra de los sectores productivos del país, de las inversiones privadas y del mercado libre. La intención es detener la generación de riqueza y, por consiguiente, la reducción de la pobreza y la dotación de servicios públicos de alta calidad.
A los funcionarios oenegeros les interesa proteger sus privilegios únicos y subvenciones millonarias para continuar desarrollando relatos falsos y mentiras desvergonzadas. ¿Quiere pruebas? La audiencia pública del fiscal Pérez es una de ellas. Otra, a las ONG del ambientalismo ideológico no les importan los ríos, lagos y playas de mar contaminadas por las basura y los desagües. Se ocupan de supuestas contaminaciones provocadas por la minería moderna y responsable, con la intención de detener la producción de cobre.
¿A quién beneficia eso? ¿No será a uno de sus financistas? Sobre al agua, no dicen que Perú es privilegiado en recursos hídricos y que el problema no son los “dueños del agua”, como maliciosamente relatan, sino la ineficiencia del Estado (que ellos han acaparado) por no construir represas ni plantas de tratamiento de agua potable, de residuos sólidos y de aguas residuales.
Si las ONG conviven con Vizcarra, entonces, nos preguntamos ¿en qué sustenta Vizcarra su popularidad? ¿En alguna iniciativa económica que resuelva las necesidades de los pobres? No. ¿Su vehemencia populista le ofrece al país nuevos puestos de trabajo, mejores oportunidades para los jóvenes y solución a los problemas de la inseguridad ciudadana y de transporte público? No. Entonces, la gaseosa popularidad del mandatario se sustenta en un relato artificial e impostado, idéntico al oenegero.
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