Hugo Neira

Intelectuales, errancia y apego

En Lima la libre inteligencia resulta incómoda

Intelectuales, errancia y apego
Hugo Neira
24 de septiembre del 2018

 

Todos tenemos una rutina. Incluso los flojos se despiertan, miran la hora, y consideran que unos minutitos más de sueños no hacen ningún mal. Y se vuelven a despertar a las once de la mañana. Ahora bien, para escribir en El Montonero suelo leer previamente los diarios. Es mi yoga, la queja de «los delincuentes disfrazados de hinchas», de Pedro Ortiz Bisso; «el año nuevo de Villanueva» de Mario Ghibellini, buena pluma, que no grita sino musita. A Berckemeyer con su «Habemus político». ¿Realmente? ¿Tanto los necesitamos?

¿Qué es todo esto? Hay algo en común, incluso en quien firma. Una retórica de la crisis y  el naufragio de los espectadores. O cómo ser independiente en este remolino de aguas servidas. Flota sobre los cielos limenses lo que los alemanes llaman un Zeitgeist. En castellano se le traduce desde una perífrasis, a saber, «el espíritu de un tiempo». O sea, hábitos colectivos corrientes en cultura y mentalidades. Marcan una época. Pero si es pena y desengaño, es lógico puesto que no se ve la luz al fondo del presente túnel. Entre tanto, nuestro Zeitgeist habla, expone, profiere, perora y, aunque eso no nos salva, nos mantiene a flote. ¿Cómo lo llamaba Freud? Creo que catarsis.

Y por aquello de las libres asociaciones, se me viene a la memoria el teatro de Bertolt Brecht, sus tres groschen, conocidos como «La ópera de los tres centavos». Sus personajes, como en nuestro actual escenario, son amorales y criminales. Y como en Lima, hay tragedia pero con música. Entre tanto, una minoría mediática reparte una adicción: enseñar a odiar. Se sirven de fake news para distorsionar la opinión con la misma técnica que llevó al Brexit y a la victoria de Trump. La información confiable casi ha desaparecido. Se toman como enemigos del fujimorismo y en realidad son herederos de Vladimiro Montesinos. Y de Goebbels, que manejaba las emociones. Ay de ti, Lima, del chisme al negocio de la desconfianza, estilo Rosa María Palacios.

Hay un artículo de Mijael Garrido Lecca en Perú.21 (22.09.2018). Confiesa que tiene pena. Así de sincero. Dice que le encanta su trabajo, pero «no recuerda cuándo fue la última vez que sentí ilusión por el futuro del país». Por un lado, reconoce que los peruanos son chamberos, «esquivan los zarpazos de la vida». Pero a la vez, otros peruanos «le han hablado, casi todos, de la posibilidad de irse afuera». Si ha tenido la cortesía de hacérmela llegar, es que quiere que le responda.

Mira, Mijael, tengo un libro en marcha cuyo eje es la temática de la errancia y del apego. La errancia no es un tema solo peruano, sino de la humanidad. La especie es sedentaria, pero la tradición de la errancia habita el universo simbólico germánico y hebreo. Abraham quiere decir en hebreo «el que se va a la otra orilla». Errancia es la de Pablo en el cristianismo, no por azar, el viaje a Damasco. En la tradición occidental viaja Gulliver, y hay errancia en el Quijote. Errancia no es turismo, es el exilio voluntario. Pero ¿acaso no fue ese el destino de lo mejor que hemos tenido?

Garcilaso, el inca, en España rehizo su vida, no podía volver. Y no olvida al Perú, lo entiende a la distancia. ¡Enorme lección! Y dejando la colonialidad, ¿no se fueron Olavide y Baquíjano y Carrillo? No esperaron la independencia. Ellos ya lo eran. ¿Y qué me dices de Mariátegui que se transforma tras su viaje a Europa? «En Italia desposé una mujer y unas ideas». Y dejaba Lima por la Argentina cuando le sorprende la muerte. ¿Y el joven Haya? México revolucionario, luego el Oxford de Malinowski y Laski. Y la Alemania del Weimar y la Rusia bolchevique. Y Vallejo —«aparta de mí este cáliz»—  es por España. Y muere pobre y cosmopolita. Me dirán, Arguedas no se fue. Claro que no, se pegó un tiro.

No te preocupes Garrido, la errancia se acompaña del apego. Julio Ramón Ribeyro. Sus cuentos magníficos tienen que ver con gente en casas de quintas y los escribe en París. Ser peruano es incurable. Permíteme decir que mi libro más extenso, Hacia la tercera mitad, lo escribo en una isla del Pacífico, en Polinesia. Y son 40 ensayos sobre historia, política y huachafería. Me atreví a decir que el vals peruano es Strauss bailado con contoneo de negras, y observé que su letra es queja y a la vez alegre su música. «Nadie ignora el goce de su pena.» Somos complicados.

Hay que irse por temporadas. La sonsera es contagiosa (sin zeta, peruanismo). Yo me fui varias veces. Y vuelvo. ¿Conoces la teoría de Alfred Schutz sobre el outsider? Te la regalo. «Es aquel que no comparte los supuestos básicos del grupo social al cual se incorpora». ¿Por qué crees que se fue Mario Vargas Llosa a los 27 años? ¿Y por qué Macera está callado, en Chosica, siendo el más grande de nuestros historiadores en vida? ¿Y de Soto va y viene? Cuando se tiene la mirada libre, «se ven los síntomas que el endogrupo no puede percibir» (Schutz). Es entonces la freischwebende Intelligenz. La libre inteligencia, que en Lima resulta incómoda. Si eso te ocurre, hay que irse. Los de mi generación se iban algunos para siempre. José Miguel Oviedo. Julio Ortega. En la tuya, los mejores tienen un pie aquí y otro allá. Carlos Meléndez. Alberto Vergara. No se puede contar del todo con aquellas universidades que se han vuelto mezquitas por su maniqueísmo. Hay algunas que se dicen católicas y lo que les falta es solo una cosa. Un minarete islámico.

 

Hugo Neira
24 de septiembre del 2018

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