Cecilia Bákula
¿Hacia donde vas, Perú?
Reflexión sobre la dramática coyuntura
Quizá, la pregunta debería estar formulada de otra manera: ¿hacia dónde te llevan, Perú? O de una manera más realista, preguntarnos ¿hacia dónde te dejas llevar, Perú? Superados los cien días de cuarentena, las acciones del Gobierno dejan mucho que desear en términos de resultados; y las cifras, sobrecogedoras por cierto, no hacen más que demostrar que si bien fueron oportunas las primeras pautas planteadas, y que nos pusieron casi como un modelo de rápida respuesta, se desdicen con los pasos dados posteriormente. Cien días en los que lo errático ha sido lo habitual y en los que se ha seguido insistiendo en acusar y culpar a “otros”, de la situación que vivimos los más de 30 millones de peruanos.
Respecto al cumplimiento o no de las normas, hay que entender que estas no mostraron lógica en todo momento y luego, las propuestas y soluciones dadas, desde la más alta autoridad, no solo no convencieron, sino que no dieron los resultados esperados y el pueblo, en su sencillez, es sabio para comprender esos mensajes equívocos. Creo que la población llegó a pensar que cumplir las indicaciones no conducía por un camino con resultados visibles, ni siquiera perceptibles. Se pretendió –o al menos así se pudo percibir– que el Gobierno no había tomado, por ejemplo, el peso de la realidad de la informalidad nacional, como si fuera una novedad... y ello, en vez de acercar a los responsables a acciones imaginativas e inmediatas.
Por ejemplo, respecto a la distribución de los bonos de apoyo social, obligó tempranamente a que miles de ciudadanos salieran a las calles a intentar, con desesperación, cobrar ese monto que los alejaba transitoriamente del hambre con lo que, por necesidad o no, la contaminación se hizo incontrolable. Un caos colectivo que se agravó, además, por la comprobación que había habido errores gruesos, muy gruesos, respecto a la asignación del recurso de ayuda y que una gran cantidad de pobladores en situación de extrema necesidad, no se habían podido beneficiar con esa ayuda, cuando otros, irresponsables, la recibieron sin estar en condiciones de fragilidad o riesgo.
En esta crisis, reales problemas han salido a la luz y lo han hecho de manera frontal. Una de ellas es la bajísima, por no decir nula digitalización del Estado, que hubiera permitido, entre otros, la asignación y entrega de los bonos mediante una bancarización digital universal. Aún hoy en día, hay gestiones que solo se pueden hacer de manera presencial y eso complica muchísimo la eficiencia y, por supuesto, la supervisión y acción de control social que, en estos tiempos, es indispensable.
Y qué decir de la educación. La pandemia nos encontró en pañales, por no decir desnudos, ante el reto que significó intentar una eficiente educación digital. Sé que hay esfuerzos muy interesantes, pero el problema está en cómo llegar a todos, en lograr, cuando menos, la universalidad de la educación inicial y primaria y que alcance a todos los menores, sobre todos a aquellos en zonas altas y alejadas a las que no llega la luz, no hay Internet y, por supuesto, no han podido llegar aún los maestros. Si ya la educación era deficiente, este año tendremos mediciones pobrísimas.
No me queda duda de que algunos colegios y universidades están haciendo un esfuerzo potente en hacer frente a esta realidad, pero la obligatoriedad del Estado frente al derecho universal a la educación, no está siendo atendida. Solo nos falta esperar que ahora, no se intente culpar del fracaso del Gobierno a las instituciones que están logrando algunos éxitos en estos temas. Porque si hay una actitud facilista recurrente es la de achacar los fracasos a otros –cuando no, con reacciones populistas baratas– y asignar culpabilidad a los gobiernos anteriores o hasta a los muertos. Seguramente hay responsabilidad de muchos otros, pero en estos tiempos, no parece conocerse la necesaria actitud de humildad realista, asociada con un necesario mea culpa.
No quiero mencionar en extenso la tenebrosa realidad de la salud porque es tan grotesca que ofende a toda la ciudadanía. Incapacidad, indolencia, sobrecostos, lentitud, soberbia e ignorancia, parecen ser términos adecuados para referir lo que se vive en cuanto a la atención a la salud. Y, en medio de ese caos, gracias a Dios aparecen algunas respuestas positivas y no pocos héroes que dan muestra de resistencia y generosidad infinitas pero por más que sean conductas que brillan y destacan, pasan inadvertidas ante la gravedad de la mala acción del gobierno.
Si además de estos pocos ejemplos, por no mencionar las contradicciones en las normas, la pérdida de tiempo para proponer medidas asociadas al transporte público, a los préstamos blandos ofrecidos a las pymes, la caída monstruosa de nuestra economía, los problemas del agro y el desconcierto nacional, la pregunta inicial es muy válida: ¿Hacia dónde se quiere conducir al Perú, o hacia dónde estamos dejando que lo conduzcan?
Un verbo confuso y altisonante no permite encontrar en la conducción actual, esa luz esperanzadora que, en medio de la peor crisis, puede ser un aliciente para que el sufrimiento mengüe con miras a un futuro mejor. Y seguir recurriendo al ansiado apoyo popular en base a no creíbles mediciones de opinión, nos hace comprender que el norte no existe; que es lo inmediatista lo que prima y que quizá, por saberse en la puerta de salida, de lo que se trata es de escapar.
Pero la población tiene también su parte de responsabilidad. Y debe asumir el valor de su voto y la obligación que tienen los mejores ciudadanos, de toda tienda política, y profesión, de dar un paso al frente, para presentar opciones coherentes, posibles, honradas y casi heroicas, para sacar al país adelante. Si los cálculos nos hablan de unos 10-15 años para superar esta crisis, es el momento de entender que jugamos el destino de nuestros hijos y nietos. Y ante esa realidad, la de poder perder a dos generaciones, la reacción constructiva de todos, ha de ser la respuesta valiente a un llamado urgente que no admite el negarse. Como los grandes héroes de nuestra historia y vaya que tenemos ejemplos dignos de relievar, cuando la Patria llama, la respuesta ha de ser siempre, ¡sí!
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