Manuel Gago
Guerrear para alcanzar la paz
Armas a la población para su defensa
Poco antes de la caída de Alberto Fujimori, sonaba el estribillo “el miedo se acabó”. El sonsonete inventado por el senderismo y la progresía fue bien aprovechado por “sindicatos” de construcción civil. Por entonces, las inversiones inmobiliarias estaban encaminadas. Los créditos hipotecarios dinamizaban la economía. Se incrementaba el poder adquisitivo del peruano promedio y se veían oportunidades a la vista. Pero sobre todo, el senderismo era derrotado en el campo militar.
Criminales disfrazados de obreros de construcción civil asaltaban obras exigiendo cupos de trabajo para sus “sindicalizados”. Esos cupos anunciaban lo que vendría más tarde. Pero ni el inversionista inmobiliario ni la autoridad los tomaron en cuenta. Una vez más el “dejar hacer, dejar pasar” se manifestaba para la desgracia nacional. Para presionar, los encargados de las obras eran arrojados de cabeza a los cilindros de agua por los “sindicalistas”, burlándose de los jefes frente a sus trabajadores. Las valentías terminaban ahogadas. Los constructores fueron doblegados por criminales organizados. Por entonces, sin ánimo de presumir, la construcción civil era mi ocupación. Tenía siempre a la mano un rastrillo para limpiar y emparejar los suelos. Con la herramienta en la mano recibía a los “sindicalizados”. Y así, las turbas nunca intentaron invadir mis obras, ni pagué una sola peseta y menos sus “trabajadores” fueron parte de mi planilla.
Para alcanzar la paz hay que prepararse para la guerra. Pero la paz, como concepto es amplio y abstracto; sinónimo de quietud, tranquilidad, inmovilidad, silencio. Y también de inerte, sin vida, de muerte. Según principios de física, la estática - en sistemas mecánicos - estudia las fuerzas en reposo, en equilibrio, en paz. La dinámica es todo lo contrario, está relacionada con fuerza, energía, potencia, movimiento, avance, agilidad, acción, ruido. La paz ansiada por cierta humanidad es, entonces, utópica e idealista. Es una ilusión. No puede ser meta mientras exista vida. Para alcanzar esa paz idealizada, los pueblos tendrán que guerrear contra las adversidades y contra los enemigos hasta vencerlos, reducirlos y dejarlos sin ganas de atacar. Los pueblos tendrán que armarse no para atacar sino para defenderse.
En las actuales circunstancias –de improvisación, desgobierno, luchas políticas, intromisión de poderes extranjeros–, no habría otra estrategia contra la delincuencia que la unidad de la población con las fuerzas de seguridad nacional. Pero el Gobierno fracasa proveyendo seguridad. Los estados de emergencia y policías revisando mochilas y documentos de la gente no resuelven el problema desde la raíz. Son actos temporales sin resultados sostenibles. Es más, ciertas autoridades aconsejan “no hagan nada, entréguense dócilmente a los criminales”, apuntando a desarrollar una sociedad de aplastados, de cobardes, de mutilados moralmente.
La victoria contra la delincuencia llegará si la gente común y los emprendedores organizan comités de autodefensa. Caso contrario cada quien es responsable de sí mismo, de su familia, de vecinos y trabajadores si los tiene. La mejor defensa es prepararse para guerrear, armados o desarmados así la autoridad recomiende lo contrario. No hay “plan Boluarte”. No esperar del Ejecutivo soluciones audaces e innovadoras.
No obstante lo avanzado en cuestiones económicas, los desequilibrios sociales son altamente perturbadores. Las armas y explosivos de la delincuencia aterrorizan. ¿Hora de imitar a hombres y mujeres de la zona andina que se enfrentaron al senderismo con lo que tenían a la mano: Cuchillos, palos, garrotes, piedras, machetes, rejones? Ya verá usted si al delincuente le quedarán ganas de asaltarlo sabiendo que está organizado y armado.
Pero la progresía, la de los barrios acomodados y seguros, se opone a la autodefensa legítima. Dice que atenta contra los derechos humanos. Discursea en favor de la criminalidad.
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