Falsas luchas contra la discriminación e intolerancia

Si hace cuarenta años las cámaras fotográficas de los teléfonos celulares hubieran estado en las manos de todos, el terrorismo senderista –autor de muertes y destrozos– no hubiera durado mucho. Sin embargo, conociendo la capacidad estratégica del maoísmo, habrían considerado el uso –con sus ventajas y desventajas– del dispositivo electrónico que todo lo ve, todo lo graba y todo lo publica en tiempo real para evitar que sus huestes sean identificadas, ubicadas y atrapadas por los policías.

Lo sucedido contra la congresista Patricia Chirinos en un bar de Barranco (Lima) fue registrado por varias de esas cámaras que generaron tremendas y apasionadas discusiones, lecturas a la carta e interpretaciones al gusto de cada quien. El derecho de indignación es proclamado por el griterío de los bebedores; y el derecho de ocupar cualquier espacio público, con quien sea, va por lado de Chirinos y su acompañante, el también congresista Luis Aragón. Al margen de lo acontecido, no hay quién reclame por el derecho de la población de no ser espectadora de barbaries y estupideces, derecho no tomado en cuenta por los protagonistas de este pleito y de otros similares. Un derecho inexistente en la mentalidad de ciertos personajes públicos y de una masa con “su yo diluido y sujeto a las manipulaciones del poder”. 

Asimismo, en la dichosa cantina fue burlado el derecho de la no discriminación de cualquier cliente en lugar público, derecho que la progresía promueve con entusiasmo y con letreros obligados a la vista de todos los establecimientos. Lugares como ese bar tienen letreros pero, por lo visto, muchas veces carecen de planes de contingencia o protocolos para detener los eventos de discriminación que se puedan presentar. Letreros literalmente pintados en la pared que no son acatados ni por sus promotores. Si ese derecho de no discriminación y no exclusión se activaba para impedir la agresión contra Chirinos, la progresía abandonaría su refugio preferido, su templo, su fuente de inspiración compartida. El propietario perdería lo que para él son valiosos concurrentes.

El suceso desnuda a cierta sociedad en su dimensión falsa e hipócrita, mostrando el típico comportamiento de masas, de “almas colectivas” contagiadas, cohesionadas por un poder. Atacantes identificados –según ellos– como cultos, académicos, gente de bien, finos, el último bastión de la moral peruana. Bueno pues, ese supuesto último reducto demostró ser bruto y achorado, exactamente como suele señalar con menosprecio que es la derecha, su oposición.

Después de muchas copas, a ese baluarte de supuestos niños bien jugando a la revolución en chiringuitos y huariques de renombre le encaja a la perfección lo de bruto, según la RAE: “violento, rudo, ordinario, tosco, carente de miramiento y civilidad”. En simple: populacho de baja estofa, masa con “alteración total de la conciencia”. Y además de ordinaria, con un subconsciente distinto a la aparente decencia e ilustración con que suele presentarse. Ellos mismos se grabaron y dejaron huellas de su conducta primitiva, bárbara y salvaje. Mostraron su doble rasero. Al descubierto el Doctor Jekyll y Mister Hyde. 

El dispositivo electrónico –que todo lo ve, todo lo graba y todo lo publica en tiempo real– sirvió una vez más para descubrirlos tal cual son. Violentan con alevosía y ventaja esa discriminación e intolerancia que dicen combatir.