Cecilia Bákula
El Perú que queremos y el que tenemos
Líderes y partidos políticos
Los resultados del último proceso electoral nos muestran un retrato del Perú como un país intensa y profundamente dividido, polarizado y fragmentado.
Esta situación se entiende como un momento muy difícil para la gobernabilidad inmediata. Y también como una circunstancia de casi imposibilidad para tender puentes y establecer puntos de unión, o aunque sea cercanía, entre los grupos que se presentan con severo individualismo, innecesario triunfalismo, poca o nula humildad y grave desconocimiento de la gestión pública y de la esencia de la política y de las necesidades del Perú.
No obstante, es imposible pensar que una situación así, de diversidad de grupos, pueda mantenerse sin que haya necesarias e indispensables (convenidas) alianzas. Ello me lleva a pensar varios temas que presento a continuación:
1.- El primero es comprobar la inconsistencia de la mayoría de los grupos políticos cuyo único afán pareciera ser llegar, copar y usar el poder (siempre transitorio y siempre esquivo) sin tener una clara noción de cómo dar respuesta a las interrogantes más básicas: ¿qué deseo?, ¿por qué lo deseo para mi país? y ¿cómo voy a lograrlo? Preguntas que son tan básicas que no reciben como respuesta más que discursos cargados de lugares comunes, generalidades, ataques , enfrentamiento y frases triviales e inconsistentes. Por ello el ciudadano no supera el conocimiento superficial, realmente epidérmico de las propuestas que, en la mayoría de los casos, no existen ni se saben comunicar.
2.- El segundo es que resulta aterrador que muchos de los grupos políticos se atrevan a convocar a e incorporar en sus filas a personas cuya hoja de vida dista de aquello que podríamos llamar “probidad” ciudadana. Que hayamos tenido como candidatos a personas con prontuarios deleznables, nos enfrenta no solo a la burla hacia el elector, sino también a la tendencia creciente de creer que para gobernar, dirigir, legislar no se requiere valores, capacidades, honestidad e integridad. Si los grupos políticos consideran que “esos” candidatos los representan y se sienten cómodos con ellos en sus equipos, estamos ante un grave deterioro de la autoestima personal y social;
3.- Como tercer punto, la incapacidad de comunicación entre los líderes, de grupos tradicionales o nuevos y emergentes, para conocer las propuestas de otros (el gran valor de la alteridad), y para convocar en vez de disgregar y para sumar en vez de restar. Aquí me percato de que he utilizado la palabra “líderes” y ahora siento que ese término está en desuso. No porque la población no los requiera, sino porque parece que esos seres pertenecen a una especie casi en extinción. Y eso porque predican sin sustento, no hablan con el ejemplo y no logran superar la mediocridad de su pequeño universo. Es decir, no trascienden; y líder que no trasciende, no es líder. No es el momento de analizar las características de un líder, pero valdría la pena hacerlo de manera personal.
4.- Este punto se refiere a la tenaz ignorancia de lo que es la labor y responsabilidad parlamentaria, pues este proceso electoral era solo para elegir a los miembros de un parlamento cuya vida está anunciada como muy breve. Muchos de los aspirantes a una curul no se habían percatado de las funciones congresales, claramente establecidas en nuestra Constitución y en el reglamento del propio Congreso. Por ello se lanzaron a una oferta cuantiosa de obras públicas y de infraestructura, reformas amplísimas, sin darse cuenta de que su labor será –si es que se lo permiten y si se empeñan rectamente en hacerlo en este corto periodo– elaborar leyes que, para ser útiles, deben ser producto de un análisis riguroso, redacción adecuada y necesidad sustentada, y que ello va junto a la labor fiscalizadora. Gran bien harían si se decidiera revisar los miles de normas que ya no tienen vigencia o han devenido en inaplicables, y así “podar” el frondoso bosque de leyes que nos atrapa.
Ante este breve enunciado, que no dilato porque para muestra un botón, me pregunto: ¿dónde cabe el deseo de lograr el país que queremos y necesitamos?, ¿cómo logramos en ese escenario, con creciente presencia del antivalor, que se perciba como necesaria la real y seria democracia, el derecho al futuro mejor, a la inclusión en equidad, a la primacía de la honestidad, a la vida en concordia y a la reciprocidad entre los nacionales?
Sin duda el panorama es sombrío y necesitamos, casi como si fuéramos un paciente terminal, encontrar a ese médico que no solo da recetas sino que también instruye, hace docencia, resalta por sus atributos personales y éticos. Y que está dispuesto a dar todo para la construcción de un país en donde el desarrollo no sea una quimera, la educación no sea un lujo, la salud un derecho, la seguridad una necesidad, el bien del otro la responsabilidad de todos. Ello requiere de autoridades con autoridad, de ciudadanos con conciencia de serlo y con medidas (leyes) que tiendan a lograr ese mañana de largo aliento, que sin duda sobrepasará en el tiempo a este cortísimo interregno parlamentario.
Los que se han declarado satisfechos y contentos porque algunos partidos y agrupaciones no “llegaron” a ocupar curul alguna, tienen una visión de futuro tan estrecha que no se percatan de que en política nada está dicho y que conviene ahora trabajar para ganarse el derecho y el privilegio de haber convencido (o engañado) a muchos incautos ciudadanos. Todos en común seguimos siendo soñadores porque los que somos de a pie, queremos ser capaces de vivir en una mejoría en todos los ámbitos, para dar cumplimiento a la demanda de toda la población de tener autoridades que se comprometan con la atención del clamor popular y la demanda de que se cumpla la consigna que nos acompaña desde los tiempos fundacionales cuando el sueño inicial del Perú era ser “Firme y feliz por la unión”.
Esa promesa peruana, cumplir ese sueño, es tarea de todos. Pero en este momento recae en el ejercicio legislativo que deberán llevar a cabo los recientemente elegidos para orientar el futuro hacia la consolidación de la República, del sistema democrático, de los valores de organización económica que tenemos, sustentando nuestro bienestar en el orgullo por nuestro glorioso pasado y nuestro prometedor futuro.
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