Juan C. Valdivia Cano
El mayor enemigo de la educación (I)
¿Qué relación hay entre Contrarreforma y modernización tradicionalista?
En el Perú, la concepción educativa mayoritaria no ha variado sustancialmente en el paso de la Colonia a la República, a pesar de los cambios cosméticos y secundarios, o meramente tecnológicos. Una educación que parece tener como fin supremo mantener las cosas como están, educando y formando a los diversos defensores del miserable statu quo educativo que nos caracteriza: el del subdesarrollo y del tercermundismo, que no es para sentirse orgulloso. En educación solo se hacen algunos cambios y sugerencias puntuales, pero parciales y aislados — especialmente en la infraestructura y en la tecnología— para que no cambie nada esencial: los paradigmas pre republicanos permanecen intocados.
Desde el Ministerio de Educación y los expertos hasta la última escuelita fiscal, se habla de todo, menos del fondo ideológico subyacente a la concepción educativa tradicional y mayoritaria: los paradigmas o la concepción educativa pre republicana. En nuestra hipótesis a esta concepción, que podemos denominar, sin afán de originalidad “escolástica colonial”, derivada de una obsoleta cosmovisión popular con base en paradigmas posmodernos: el catolicismo de la Contrarreforma especialmente. Pero también el positivismo “pop” (F. de Trazegnies) y el marxismo ortodoxo, ahora en contubernio con los defensores del statu quo.
Ese fuerte poder ideológico y esos esquemas mentales generan un tipo de educación particular: sus propios métodos y técnicas, sus propias relaciones docente-dicente, su didáctica, su pedagogía, sus currículos o programas, su gestión. Se caracteriza, en general, por ser repetitivo y mimético, autoritario, dogmático, acrítico y, por lo tanto, tedioso o aburrido. Y la consecuencia más grave de este “modelo” es que no sirve para educar en la reflexión, para aprender a pensar por propia cuenta; es más bien lo que lo impide. Esto provoca rechazo no sólo al mal profesor, al profesor escolástico, sino a la disciplina que él representa frente a los estudiantes.
Eso genera un tipo de educación que no se basa en razones, argumentos o discusiones públicas, sino en la repetición y en la fe en la autoridad: un respeto que se funde ambiguamente con el miedo. Todos esos factores, indisolublemente vinculados, hacen de la “escolástica” el enemigo público número uno de la educación, ya que el factor ideológico y los valores a los que está vinculado determinan todo los demás, le imponen su sello. Y todo lo demás en educación, como sabemos, está bastante mal. No es una pesadilla, lamentablemente: ocupamos los últimos lugares en América Latina. Y no se ve mucha gente buscando en serio, hasta el fondo, o sea hasta la raíz del mal, esas razones determinantes. Nuestra Hipótesis es que ese mal esencial, decisivo y básico (hay otros) es el ideológico, paradigmático o educativo: asunto de cosmovisiones, ideologías o paradigmas, visiones y concepciones educativas.
Solo un ejemplo, teniendo en cuenta el carácter esquemático de este primer artículo sobre el tema: durante once años de educación escolar se le exige al estudiante memorizar decenas de definiciones; pero llegan a la universidad sin saber qué es una definición, aunque la definición de la definición (de cepa aristotélica) tenga más de veinte siglos (género próximo y diferencia específica de lo que hay que definir, dicho brevemente). ¿Por qué a ningún profesor de colegio se le ocurrió explicar qué es una definición si exigían tantas definiciones desde el primer hasta el último año de colegio? ¿Por qué no facilitar un instrumento, una herramienta, es decir un concepto, una definición de la definición bien explicada?
No parece suficiente, ni muy lúcido, obligar a memorizar tantas definiciones y no decir qué cosa es una definición clara y distintamente. Es que, en la educación básicamente escolástica, basta con la memoria, encadenada a los otros rasgos educativos escolásticos, como el autoritarismo, el dogmatismo, etc. El entendimiento y el pensamiento no son importantes para la educación escolástica pre moderna, aunque sea mezclada con elementos modernizantes; eso es propio de mentalidades críticas que no descuidan la razón para guiar sus actividades y su vida, sobre todo en la actividad académica y pedagógica.
¿Qué le importará a la mentalidad escolástica cien años de psicoanálisis, surrealismo, relatividad (que no relativismo), fenomenología, literatura moderna, arte vanguardista, etc., y doscientos años de educación moderna? ¿Cómo iba a cambiar la educación, como iba a modernizarse la educación peruana si después de la Independencia se mantienen los valores, los esquemas mentales, los estilos de relación social, las ideas y creencias coloniales, absolutistas y despóticas? Todos estos factores son inseparables de una cosmovisión, de una concepción del mundo, que ha mantenido su espíritu vivito y coleando hasta hoy. La Contrarreforma como hecho histórico coincide exactamente, o casi, con la Colonia y el Virreinato, más de tres siglos que han sido determinantes en el Perú y otros países como él. De allí proviene la “escolástica”, la concepción educativa con la que la gran mayoría se educa
Ser “hijos de la Contrarreforma”, como nos hizo ver Octavio Paz a mejicanos y peruanos, es el gran obstáculo a la modernización de nuestros ex virreinatos: los obstáculos político-ideológicos: la influencia del absolutismo monárquico y de la teocracia precolombina. Pero particularmente la Contrarreforma: “Somos hijos de la Contrarreforma, esa circunstancia, así como la influencia de las culturas prehispánicas, han sido determinantes en nuestra historia y explican las dificultades que hemos experimentado para penetrar en la modernidad. Creo que esto ha sido particularmente cierto en los casos de los grandes virreinatos: México y Perú. La inestabilidad, dolencia endémica de América Latina, ha sido el resultado de un hecho poco examinado: la independencia cambió nuestro régimen político, pero no cambió nuestras sociedades” (“El Alba de la libertad”, La Gaceta, UNAM, Méjico).
Eso se muestra dramáticamente en el Perú de hoy (2023). Un sistema político formalmente democrático y republicano convive (o mal vive ) con una sociedad de cosmovisión mayoritariamente pre republicana y anti republicana, de derecha o izquierda (esta última es una nueva versión del peor conservadurismo). Eso trae como consecuencia -lógicamente- un limitado desarrollo educativo, ideológico, económico, lo cual, a su vez, genera pobreza y miseria social y mental, es decir, subdesarrollo. Y las cosas básicamente no han cambiado; al contrario: en estos días vivimos la crisis ético política más grave y extendida de nuestra historia . El problema matriz sigue igual: se mantiene la abigarrada modernización tradicionalista (F. de Trazegnies) y los variados e inconsistentes cambios parciales, burocráticos y superficiales de acomodo. No se resuelve la contradicción básica que nació con la independencia: leyes nuevas y sociedades viejas. Todo cambia para que nada ni nadie cambie en el Perú.
¿Qué relación hay entre Contrarreforma y modernización tradicionalista? Como su nombre lo indica, la Contrarreforma supone, en primer lugar, un movimiento religioso político contra la Reforma protestante luterana, que dio lugar al cisma de la res pública cristiana y que es uno de los gérmenes esenciales de modernidad, como el Renacimiento, la Ilustración o el descubrimiento de América. En esencia la Reforma fue una respuesta frontal contra la autoridad más poderosa de Occidente en ese momento: el Papa. La crítica a la autoridad es una actitud típicamente moderna, más allá de las intenciones de Lutero y las poco santas actividades de Calvino.
La crítica a la autoridad (como se confirma en cierta forma con el psicoanálisis y su concepto de Superyó) estimula la inteligencia porque, desarrolla e incentiva la capacidad reflexiva (crítica significa toma de distancia, conocimiento, examen cauto y prolijo, y no rechazo o maledicencia). La Contrarreforma, por su parte, es (literalmente) lucha a muerte contra lo que representa ese germen de modernidad, la Reforma protestante, que gestó el novedoso gusto por el cambio, el sentido de individualidad, la actitud escéptica frente a la autoridad de la tradición y la capacidad autocrítica: imprescindible medio de desarrollo personal y social moderno. La Reforma no es exactamente la modernidad –Lutero abominó lo que él mismo había desatado– pero sí uno de sus cimientos históricos más importantes.
¿No fueron 30 años de miedo y terror, odio e intolerancia implacables entre católicos y protestantes? España ( y no Roma) lideró la Contrarreforma, siempre más papista que el Papa, desde los reyes católicos hasta la democratización post franquista. Y cuando digo España quiero decir también nosotros los hispano-americanos, que éramos parte del Imperio español, por lo que además de hispanos, como seguimos siéndolo, éramos en ese entonces españoles. Y por eso ahora hemos terminado siendo más papistas que los españoles actuales, que se han decidido por la democracia y el desarrollo integral, gracias a lo cual salieron de esa especie de subdesarrollo español que fue la España franquista: “Es bien conocido el hecho de que a lo largo del siglo XVI, se fueron enconando cada vez más los ánimos de los diversos campos en los que se había dividido la cristiandad. Mientras los protestantes fomentaban entre sus secuaces el odio más vivo contra todo lo católico, y en particular contra el Papa, los católicos presentaban a los protestantes como síntesis de corrupción y como víctimas de las más innobles pasiones. Mientras los luteranos y los calvinistas condenaban a muerte a los católicos por defender su fe, los católicos en Roma, en Francia y en España enviaban a la hoguera a los protestantes fieles a sus creencias (...) Al colmo del apasionamiento se llegó cuando se persiguió a muerte a los de confesión contraria”. ( La idea del Derecho en el Perú republicano del siglo XIX, Trazegnies, Fernando. PUCP, 1980).
Y esas experiencias no se van así no más del alma humana. De ahí nuestras fuertes dosis actuales de intolerancia, despotismo, autoritarismo, homofobia, machismo, misoginia, en todos los niveles, domésticos, sociales y políticos. Los protestantes se lo sacaron en buena parte con la modernidad que promovieron al contribuir a desarrollar la capacidad crítica y autocrítica. Es verdad que también dentro del movimiento de Contrarreforma se produjeron grandes ejemplos humanos de elevación espiritual, como los de la mística española (que se reprodujeron en América Latina) el lado sublime de ese movimiento que se pensaba como uno de renovación, cambio, es decir, como un movimiento no-reactivo, que no aceptaba la denominación de “Contrarreforma”, que evidenciaba ese carácter.
En cuanto a la mística, fue una experiencia humana grandiosa. Creo que se puede colocar al lado de Juan de la Cruz y Teresa de Ávila a San Martín de Porres o Rosa de Lima: una misma generación, un mismo espíritu, cada quien en sus circunstancias particulares. De ahí que no se trata de adoptar actitudes iconoclastas frente al pasado sino más bien de una “heterodoxia de la tradición”, como llamaba José Carlos Mariátegui a una actitud que no es ni iconoclasta, ni tradicionalista, ni ecléctica, sino crítica y creativa. Y creo que coincide con el citado jurista (F. de Trazegnies) en esa actitud frente a la tradición (jurídica y no jurídica). El también un heterodoxo: “Es muy grave menospreciar la tradición, porque ello supone intentar levantar un edificio sin hacer primero un estudio de suelos y sin aprovechar los materiales que ya tenemos a la mano. Es muy grave también sacralizar la tradición al punto de no distinguir entre el nivel del suelo en el que estamos de pie y el nivel de las capas geológicas anteriores. De esta manera puede suceder que nos convirtamos en topos. Que se mueven debajo de la superficie por corredores de un pasado sin darnos cuenta que éste ya pasó”. (Historia de la Iglesia Católica. Edad nueva. B. Llorca, Y. r. g. Villalobos, BAC pág. 913 Ediciones Cristianas).
Este último es nuestro caso: somos topos. Y no es el catolicismo en general (eso no existe) sino la Contrarreforma en particular, (la Inquisición, su producto más característico, nos ha afectado más de tres siglos y no en forma positiva, precisamente) probablemente tiene que ver más con esa situación, porque parece haber ocasionado una suerte de internalización popular de la represión, del miedo constante e ininterrumpido a la tortura y la muerte, análoga a la del terrorismo de Estado (y del otro) válida para el derecho de la época. Todo esto es, evidentemente, indiscernible e inseparable de la educación “escolástica”.
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