Cecilia Bákula
El Fondo Editorial del Congreso
¿Por qué se intenta destruirlo?
La semana que ha terminado nos sorprendió con noticias tristes y muy preocupantes desde diversos ángulos y puntos de vista. La primera se refiere a la triste desaparición de Pablo Macera, a quien tuve el privilegio de conocer y aprender de él; entre tantas otras ramas de su amplio saber, su valoración extraordinaria del arte popular. Creo que de estar aún con vida, estaría de acuerdo, también, en levantar su voz de asombro y protesta por lo que comento a continuación.
La segunda noticia se refiere a la información que se han difundido por las redes sociales, respecto a ciertas decisiones que estaría tomando la Comisión Permanente del Congreso, asociadas a un manejo “curioso”, por decir lo menos, de la estructura administrativa del propio Congreso, y la contratación, recontratación y mejoras en pagos a no pocos trabajadores. Y, lo que considero más grave, la innecesaria modificación del nivel administrativo en el que se desea ubicar al Fondo Editorial del Congreso.
Como es sabido, no soy abogada, pero ello no me impide conocer de ciertas normas legales. Y revisando nuestra tan maltratada Constitución, leo cuáles son las funciones de la referida Comisión Permanente, clara y taxativamente referidas en los artículos 99, 101 y 135 de la Carta Magna y en el artículo 43 del propio Reglamento del Poder Ejecutivo. En esas normas, no se lee las funciones administrativas que se viene irrogando esta Comisión que es también transitoria.
En setiembre último, destaqué la voluntad democrática de esa Comisión Permanente, por hacer defender el Estado de derecho y levantar su voz de protesta respecto al atropello constitucional que, con no poca reacción ciudadana, se instauró en nuestro orden político. Hoy, me sorprende que no hayan hecho honor a esa actitud primigenia y opten, así como lo hace el presidente accesitario, por exceder sus funciones, como podría entenderse por las pautas que van aprobando.
Respecto al Fondo Editorial del Congreso y la labor que desempeña, soy por supuesto testigo directo de su eficiencia y de la calidad del personal que lo integra. Tuve el privilegio de ser atendida inicialmente por Ricardo Vásquez Kunze, mientras ejerció la dirección; y luego por Dante Trujillo, quien asumió la posta con gran entusiasmo, singular capacidad creativa y disposición para elevar, aún más, los horizontes de esa instancia.
En todo momento me encontré con un realmente pequeño equipo de trabajo, pero conformado por una especie de ejército de guerreros comprometidos con su ideal de trabajo y con un altísimo compromiso con la ciudadanía, sin tener en cuenta opción o tendencia política, aspirando a incluir entre las publicaciones a su cargo obras de análisis, investigación, historia, producción literaria, pensamiento y reflexión, entre otros rubros. Con ese sello han aparecido grandes obras de autores contemporáneos y se ha reeditado textos de notable valor para el conocimiento de nuestra historia y realidad.
Creado hace unos 20 años, el Fondo Editorial ha demostrado la voluntad institucional de proveer un espacio y dar cabida a documentos y textos de gran calidad, ofreciendo ediciones perfectamente elaboradas y poniéndolas a disposición del público a precios más que razonables. Es decir, a ser eficientes en la propuesta y en la ejecución.
No quiere decir que todas las ediciones tengan el mismo valor “cultural” o académico, ni que todas pudieran competir o medirse con publicaciones muy especializadas; pero lo cierto es que el Fondo Editorial del Congreso, no ha de ser visto como una agencia de “gestión política” ni servir a instancias partidarias ni a caprichos voluntariosos de quienes, siempre transitoriamente, ostentan un poder que es efímero y que los debería obligar a pensar en la ciudadanía a los que supuestamente desean servir y representan.
Si en el Congreso existe ya un Fondo Editorial, cuyos éxitos son notables, ¿cuál es la razón de quebrar el trabajo actual, eficiente en obras, testimonios, proyecciones y cifras, para reducirlo a una mera y pequeña oficina con casi incapacidad de acción? Un país que no lee, que no promueve la lectura, que no se “abaja” desde las altas esferas para llegar a las masas, al hombre de a pie, al ciudadano, ¿cómo pretende formar y motivar a los nuevos ciudadanos, a ser capaces de pensar, reflexionar y amar al Perú?
Y, una vez mas lo digo: en vísperas del bicentenario, seguimos desaprovechando esa fecha, esa circunstancia, para motivar una seria y madura reflexión respecto a estos primeros 200 años de vida independiente, como viene siendo uno de los ejes en la preocupación del Fondo Editorial. Si el Fondo Editorial del Congreso pierde su ritmo, su calidad y sus propuestas, estamos cerrando una puerta que estuvo abierta a la difusión. Todo es perfectible, pero aspirar al éxito y a la mejora implica gestión, transparencia y buena voluntad. Y esa tendencia es de la que yo puedo dar testimonio.
Y si a todo ello agregamos que se estaría poniendo ese Fondo Editorial en manos de una persona cuya hoja de vida, tal como ha trascendido en medios y redes sociales, dista mucho, dista excesivamente, de lo que tendría que ser el historial de un amante de la lectura, de una persona con capacidad de justo, ético y sano discernimiento, nos estamos enfrentando a un noche gris y triste para la cultura peruana, y a un momento de oscurantismo e irresponsabilidad por parte de quienes vienen proponiendo con tanto énfasis esta nefasta decisión.
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