Manuel Gago
Diálogo improductivo, ¿pero necesario?
En su bicentenario, el Congreso enfrenta grandes retos
Pedro Castillo salió airoso de la reunión con José Williams, presidente del Congreso de la República. Para nuestro gusto, fue un té de tías, de buenas intenciones y trato protocolar, salvo valientes y aisladas excepciones fuera del libreto. Reservas y desconfianzas al más alto nivel. Unos planean cerrar el Congreso y los otros vacar al presidente.
No obstante, Castillo avanza, hace política, gana por puesta de mano. Llevó a la cita el documento “Consenso por el Perú”, en el que se proponen “ejes de estabilidad política y reforma constitucional, lucha contra la inseguridad ciudadana y reforma en la administración de justicia, y reactivación y crecimiento económico”. Fíjese la lisura ideada por los asesores cubanos: ¡reforma constitucional y reforma en la administración de justicia! Llámese como quieran, la estrategia original, de campaña electoral, sigue su curso: la patria socialista derrumbando la institucionalidad nacional.
En la reunión, los seis ministros que acompañaron a Castillo, más la directiva del Congreso hicieron multitud; una mesa de “diálogo”, de “desarrollo”, como muchas instaladas por años en el interior del país –en la zona minera– y que no resuelven absolutamente nada. Una conversación improductiva, ¿pero necesaria?, solo para guardar ciertas formas, sabiendo que el país se hunde cada vez más.
Conociendo sus debilidades y carencias, Castillo no le puede ofrecer nada al país. La ciudadanía no está para otras fintas que, en descarada apariencia, simulan actos de gobernabilidad y consenso inexistentes. ¿Cómo dialogar con alguien que abiertamente, al primer descuido, perseguirá a su oponente?
Castillo es el problema. Por lo tanto, cualquier discusión al respecto debe contemplar su permanencia como presidente. La precariedad, incompetencia e improvisación de su gestión no es lo sustantivo, sino la sospecha de la existencia de una organización criminal dirigida por él desde Palacio de Gobierno, y la certeza de un plan totalitario ideado para eternizarse en el poder.
Cualquier diálogo, entonces, apuntala al Gobierno, lo oxigena. Exactamente como los realizados entre el chavismo y la oposición, dentro y fuera de Venezuela. El mismo guión con el fin de mediatizar y desarmar a los demócratas ingenuos e inexpertos.
Williams lo sabe. Pudo haber planteado condiciones antes de la dichosa cita: a solas, a puerta cerrada, hablando como el pueblo lo hace, sin palabras finas, bonitas, elegantes o edulcoradas. Con las cartas sobre la mesa se hubieran dicho la vela verde, sin testigos que confirmen sus palabras para evitar infidencias. Al final, sonrientes, dándose la mano, hubieran anunciado la exitosa charla en aparente cordialidad. Después de la fugaz tregua la guerra continuaría.
Así es la política: dura y, a nuestro entender y gusto, no la pantomima vista, armada para ganar tiempo y titulares para esa prensa alternativa. Si hay ánimo para los acuerdos, se cede, se negocia y tranza. Por un bien común, los intereses propios son apartados. Pero no fue así. Las circunstancias tan adversas reducen los espacios para plantear objetivos de desarrollo social y económicos, dañados por la ideología de Perú Libre y Movadef que sustenta al Gobierno.
Castillo se vitaliza aun cuando su situación legal es bastante delicada y sin margen de maniobra. Los asesores cubanos llevan la delantera e intentan remozar su imagen. Más adelante inventarán entendimientos impostados y una estabilidad ficticia, haciéndole creer al mundo que el curso del Gobierno continúa firme y con una popularidad estable.
Todo esto hasta que finalmente la política –tal como se desarrolla en Perú– no valga un pepino ni salve al país del socialismo. Solo quedará confiar, esperar y apoyar las investigaciones fiscales y lo que vendrá después. En todo caso, en su bicentenario, el Congreso tiene entre manos la gran responsabilidad de mantener la libertad y la democracia.
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