Manuel Gago
De la confusión al caos
Réquiem por Carlos Boloña
Carlos Boloña, el ex ministro de Economía, murió la semana pasada y merece más que unas simples líneas. Los resultados de su aporte al desarrollo del Perú están a la vista.
Por un lado, existe mucha mezquindad. Estamos demasiado acostumbrados a poner zancadillas y a menospreciar a las personas que merecen ser reconocidas. Y, por otro lado, encumbramos a quienes no merecen ni un cobre partido en dos. Las celebridades mediáticas por lo general son cascarones huecos y vacíos. Por su parte, la izquierda entroniza a sus pares y a personajes de su órbita con la finalidad política de crear íconos. Por ejemplo, las ONG vinculadas al ambientalismo ideológico le otorgaron Máxima Acuña de Chaupe galardones por reclamar propiedades que no le corresponden en Cajamarca. En provincias, los cementerios están llenos de mausoleos para el orgullo de los herederos de mercachifles y populacheros. En cien años los jóvenes creerán que esos huesos putrefactos representan la historia de las localidades.
Con Boloña, sus resultados hablan por sí solos. Siendo ministro de Economía durante el primer gobierno de Alberto Fujimori, introdujo las reformas económicas que ni el fundador de Acción Popular, Fernando Belaunde, ni el heredero de Víctor Raúl Haya de la Torre, Alan García, se atrevieron a realizar durante sus gobiernos. A fines de los años ochenta el país estaba prácticamente quebrado por la desidia de esos gobernantes. No hicieron absolutamente nada para desmontar las políticas socialistas implantadas por el Gobierno Revolucionario de la Fuerzas Armadas, del dictador Juan Velasco Alvarado. Para recobrar el país había que hacer algo distinto. Y lo distinto fueron las reformas de primera generación que, entre otras cosas, desarmaron gran parte de las empresas y bancos de fomento estatales, que eran un lastre para la economía nacional. Perjudiciales para los más pobres, pero no para quienes se sirvieron del poder de la “revolución”.
Los resultados de esas reformas, contempladas en el capítulo económico de la Constitución de 1993, están a la vista. En 17 años, desde el 2000, la reducción de la pobreza, del 60% al 20%, es el logro más importante para la población. Asimismo, las agroexportaciones se han incrementando en más de 800% y el incremento del canon minero per cápita, en los últimos 11 años —según el Instituto Peruano de Economía (IPE)— es de 2.5 veces. Es decir, se incrementaron los presupuestos de los gobiernos regionales y de las municipalidades provinciales y distritales.
Sin embargo, la carrera reformista se frenó por razones claramente populistas. El andamiaje económico diseñado por el equipo de Carlos Boloña y Hernando de Soto quedó trunco. Después de ellos no hubo quien intentara una segunda generación de reformas. Ese es el terrible error que le achacamos a la lideresa de Fuerza Popular (FP), Keiko Fujimori. Teniendo una mayoría única de 73 congresistas —en las elecciones de 2016 el Frente Amplio obtuvo 20 congresistas; Peruanos por el Kambio, 18; Alianza para el Progreso, 9; Acción Popular, 5, y el APRA, 5— abdicó del talante reformista, innovador y vanguardista que caracterizó al primer periodo de Gobierno de Alberto Fujimori.
Hay que reconocerlo: Boloña ha sido un reformador. Así en la balanza de los pro y los contra que acostumbramos realizar con injusticias, se diga todo lo contrario. Boloña, intentó explicar en sus libros (Experiencias para una Economía al servicio de la gente, Cambio de rumbo, De la confusión al caos) y en artículos periodísticos, las razones por las que Perú debería cambiar y cómo. El pleito político, la abrumadora tentación por el populismo y el voto barato hoy ponen en peligro todos los resultados logrados.
Perú está inmerso en la llamada “trampa de ingreso medio” por no poder avanzar más debido a la ausencia de reformas. Las demandas de la población que ha mejorado su situación económica son ahora mayores. La demagogia está minando cualquier esfuerzo por mejorar la educación, la salud, la seguridad y la justicia de los peruanos. Si el Ejecutivo de Vizcarra no puede con la reconstrucción del norte, menos podrá con la infraestructura productiva atrasada del país.
Por esa esperanza genuina instaurada en los años noventa, descansa en paz, Carlos Boloña.
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