Hugo Neira
Cuando los grandes de este mundo hacen también tesis (II)
El Papa que se sometió a un jurado académico
Estas líneas siguen dedicadas a cómo en la formación de un ser humano, la elaboración de una tesis es una experiencia capital. No es que me desinterese de la actualidad. Me parece nefasta la judicialización de las candidaturas. Y esperaré, como todos, a saber a qué atenernos. Entre tanto, bravo a Fernando Vivas. Privilegia el hecho político del voto a las leguleyadas. G. Gorriti, complot, sí, pero los «manejadores» no son los que tú quieres creer.
Al amable lector ruego me perdone, debo comenzar desde un episodio personal. Fue bajo la cúpula de una gran biblioteca europea que encontré un texto sorprendente. A ratos, ocurre que ciertas temáticas me llevan a lugares y estantes que no están sino en Europa. Leo avariciosamente filosofía, antropología y otras disciplinas, no para dejar de ser sociólogo sino para serlo. Me apasiona la producción del conocimiento. E iba tras unos conceptos —formación de la conciencia, qué es la persona— cuando, en los catálogos, se me presenta ante los ojos un libro singular. Lo pido, el bibliotecario me lo trae, y de esa obra y de su autor, este comentario.
La tesis que hojeaba se inspira fuertemente en Max Scheler, y desde la fenomenología, corriente estrictamente filosófica, desde Husserl y Merleau-Ponty. El autor, sin embargo, la ilustra «con su propia experiencia del actuar humano», en lo que a mí parecía, desde mi lectura, muy competente. Intrigado, busqué más información y me entero que el autor había recibido un doctorado de Teología en Roma; y vuelto a su país, entonces sometido a la Rusia soviética, era vicario de una parroquia, cerca de Cracovia, y a la vez, docente. Enseñaba en facultades de filosofía. En una ciudad llamada Lublin, Polonia, impartía clases de ética. Ahora bien, si encuentro por azar su tesis es porque lo consideran filósofo y graduado. Y los comentarios y reseñas a su tesis son hechos por investigadores sin sotana. La obra se publica en 1969, y se titula, Osoba i czyn (Persona y acción). El autor es Karol Wojtyla. Perdón, el doctor Wojtyla. Más conocido como Juan Pablo II.
En efecto, cuando muere Juan Pablo I, octubre de 1978, tras una deliberación prolongadísima, el elegido es este prelado de solo 58 años. De la importancia de este Papa en la historia de la Iglesia y en la historia, no vale la pena extenderse. Es indiscutible la contribución de Juan Pablo II a la liberación de Polonia y a la democratización de media Europa. Por lo demás, sabemos que fue hombre de coraje y fuerte físicamente. Sobrevive a dos atentados.
Acaso ese otro aspecto de su vida, la alternancia entre vida religiosa —sucesivamente, obispo, arzobispo, cardenal— y vida intelectual, profesor en Polonia hasta que lo nombran Papa, es menos visible. Quiere decir que este hombre que se enfrentó todo el tiempo a despotismos, que hablaba diversas lenguas, del italiano al ucraniano, ruso, croata y el griego antiguo y el latín, este líder sin duda influyente, se somete como cualquier mortal a un jurado académico¡! Que, probablemente, tenía un estatus menor que el doctorante. Es gesto sin soberbia, me conmueve más que el lavado de pies a los pobres en Semana Santa.
Juan Pablo II amó intensamente la disciplina llamada filosofía. Era doctor en ella, y en Teología. ¿Cómo un hombre tan ocupado se dio tiempo, a despecho de ser sacerdote, arzobispo y cardenal, para redactar una tesis, y en la difícil Polonia de sus días? Cuando la prepara, ya es un líder muy conocido. Sin embargo, no se siente exonerado del ritual de humildad que es ponerse a disposición de un jurado. He aquí a uno de los grandes de este mundo, igual ocupado en su tesis. Por eso, planetariamente, se la exige. No es obra de arrogancia, sino lo contrario. Es entender, de una vez por todas, que se escribe y se piensa siempre para otros. Aun en la soledad de una celda. La lengua es de todos. Y las tesis no se compran, se hacen.
Por Hugo Neira