Cecilia Bákula
Cuando el Perú está en juego
El mensaje presidencial ha incrementado la desazón y la desconfianza
Estas Fiestas Patrias nos encuentran en un estado bastante delicado y con complicaciones en muchos sectores: descontento, desconfianza, preocupación y carencia de unidad y de rumbo. No obstante, la elección de Pedro Olaechea Álvarez Calderón como presidente del Congreso de la República se sintió como un posible amanecer de entendimiento y esperanza, de realización de buena y sana política, de concertación y respeto entre los poderes del Estado, pues así lo expresó en su discurso al iniciar su gestión. Se trata de una nueva etapa en la conducción del Legislativo, ya que obtener una victoria de 76 votos contra los 47 que obtuvo el intento reeleccionista de Daniel Salaverry, implican el respaldo mayoritario de los congresistas.
Hoy, 28 de julio, día en que celebramos los 198 años de proclamación de la independencia nacional, el mensaje a la nación del accesitario presidente Martín Vizcarra inició su participación con una cantidad impresionante de cifras, de ofrecimientos y de sueños; muchos de los cuales no ha podido culminar —o ni siquiera iniciar, como es el caso de la tan manoseada reconstrucción del norte— ofreciendo casas para los damnificados y, al margen de ello, nuevos hospitales regionales y miles de colegios. Luego comprendimos que era una oferta para ser realizada en un año, lo que es del todo imposible, no solo por temas presupuestales, sino por la grave paralización industrial y económica que vive el país. Con un crecimiento sumamente deficiente, no será posible ni salir del estado de postración ni evitar la creciente cifra de personas en extrema pobreza.
No puedo dudar de que gobernar el Perú en los tiempos actuales es un reto grande, y que son muchísimos los factores que vienen llevando al país a una situación límite. Pero la política es el arte de convencer y proponer, de imaginar fórmulas y presentar propuestas a fin de garantizar una forma de gobierno que permita la coexistencia entre grupos humanos y alcanzar las metas sociales y humanas que son anheladas por todos. Y quien opta por conducir un país ha de tener las cualidades óptimas para esa realización.
Lamentablemente, nuestra realidad dista mucho de ello. Y lo que hemos visto y oído hoy es, a mi criterio, una manera facilista y poco valiente de enfrentar el cúmulo de problemas. He escuchado a una autoridad que se solaza en los éxitos que aparentemente le aportan los números y las cifras, pero que se niega a mirar la magnitud de la crisis creada por la propia conducción. Se ha preferido el enfrentamiento al diálogo, la injerencia permanente en ámbitos que no le son de competencia, y se ha exacerbado a la población, denostando a los otros poderes, maltratando a otras autoridades y dejando de lado la auténtica y madura política de Estado.
Es cierto que el Poder Legislativo no ha estado, en todos los casos, a la altura de las circunstancias ni de las necesidades del país, y que tampoco ha logrado aglutinar posturas y planteamientos para hacer frente a problemas gravísimos. No obstante, es un poder representativo y elegido por el pueblo. Por ello, si una persona no se siente con la capacidad suficiente para ejercer un alto cargo, el más alto cargo de nuestro sistema político, la opción constitucional es la renuncia, no el complicado, costoso y de seguro orientado referéndum. Vale recordar que asistimos ya a una consulta popular y que, en el camino, se intentó esquivar las dificultades que una diferente respuesta hubiera podido representar, pues se propuso la bicameralidad y luego el propio autor decidió no apoyar su propuesta. Como resultado tuvimos confusión y malestar, y ninguna reforma contundente.
Es una situación muy compleja que no nos aleja de un marco inconstitucional ni de respuestas y acciones violentistas que quisiéramos que quedaran por siempre postergadas en nuestro devenir histórico. La complejidad de la innegable precariedad de nuestra realidad política y social se observa a simple vista en temas como el mínimo crecimiento económico y el hecho de que no se ha mejorado los niveles económicos, la pobreza aumenta, el desarrollo parece esquivo, la salud no es accesible, la educación está en crisis, los grandes proyectos mineros no logran iniciar su indispensable trabajo, el enfrentamiento social es una espada de Damocles y la fragilidad de las instituciones, por responsabilidad de sus propios operadores es altamente peligrosa.
Lo que hemos escuchado merecerá un severo análisis de los expertos constitucionalistas, pero en nada ha dado paz ni tranquilidad. Más bien ha incrementado la desazón, la desconfianza, la preocupación y la percepción de que nuestro gobierno no está en las manos adecuadas.
Salir de esta crisis nacional, será una vez más, tarea de todos.
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