Hugo Neira
Cómo era nuestra patria 20 años atrás
Comenzaba a descomponerse. Desde entonces, estar de acuerdo es muy difícil.
Escribir sobre política es una apuesta imposible decía Pascal. El filósofo llegaría a esa metáfora extrema al notar que unos y otros se tomaban por emperadores o reyes. En su contexto, es decir en 1742, eso quería decir gente que no dudaban. Sin embargo, frente a nuestras enormes desgracias individuales y colectivas, muertos en Puno, sucesos en Barranca, el riesgo de los unos y la responsabilidad de los otros, ocurre que sí, que dudamos. La opinión pública, a juzgar por las encuestas, es matizada, a menudo encontrada, pero si no resulta muy lógica, en cambio expresa la virtud de la incertidumbre. Por mi parte no he tenido empacho, a menudo, de ir a contracorriente, pero esta vez me inscribo en esos remolinos de dudas. Todavía no había visto otras sociedades.
¿Quién está en el secreto de los dioses para saber a ciencia cierta lo que está pasando? Nadie, ni en la inteligencia militar ni en salas de redacción, y aunque los congresistas han escuchado el informe del ministro Loret de Mola con razón secreto, no creo que las tengan claras, ni siquiera los probables comandos de la sombra —no nos chupemos el dedo— que están tras las legítimas protestas de maestros pésimamente pagados, y agricultores y empleados de salud y personal de justicia. Esos sectores de Estado que sin ellos no hay Estado. Y no hablemos de una policía nacional que tiene que comprarse sus propios uniformes. El cuadro es patético, como si a todos se les escapase la situación, a Palacio y a los “lobbies” del terror, al gobierno que quiere gobernar y a la oposición política que calcula sus ganancias mientras el país se hace trizas. Decir que el clima es de suicidio tampoco nos avanza mucho, pero igual lo digo. Como si no bastara la amarga experiencia, los decenios de intis devaluados y el fujimorismo de tirano sonriente, con resignada dulzura mi país intenta volverse otra vez una suerte de sudamericana República de Weimar. El antecedente de una frívola Alemania que por los años veinte desperdició su democracia, tiene la ejemplaridad de los grandes malos ejemplos que se repiten. Paradigma de cómo los pueblos se sabotean a sí mismos. Ya ha pasado en otros lugares, ya nos ha pasado, y es así como nos veremos dentro de unos años, mirando hacia atrás con ira, percibiendo la tenacidad de nuestros prejuicios. De cómo volvemos tirano a todo gobierno.
Pero menos mal la incertidumbre no es parálisis. Una inmensa mayoría aprueba la protesta y, a la vez, por contradictorio que sea, las medidas de urgencia. Están por los reclamos y a la vez por el libre tránsito. Sin duda las respuestas de los encuestados no son muy coherentes, pero acaso expresan la complejidad de la situación pues mientras se escribe esta crónica, Loret de Mola dice que a los soldados los sitiaron en Puno y Javier Diez Canseco recoge otra versión, el Sutep multiplica las manifestaciones. No falta quien sostiene que no era urgente declarar el país en emergencia. ¿Así? ¿Y los 61 puntos de ruptura de vías de tránsito? Sin soldados y con policías en huelga ¿cómo habría evolucionado la cosa? Escucho la argumentación contraria, nada prueba que las tropas de urgencia calmen el juego. Nada en efecto. Pero ante situaciones de extremo, y la presente lo es, no hay sino dos lógicas. La de “la convicción” es una. En efecto ¿quién puede estar a favor de servirse de la violencia de Estado, por legítima que fuera? Pero desde Hans Jonas (1903-1993), a lo largo del siglo XX, cabe invocar otra, la del “principio de responsabilidad”. O sea, aplicado a nuestros dolores presentes ¿qué pasaría sin el Estado de Emergencia? Las cosas se asemejan a algo nuevo, no a una revolución, sino a una situación de desplome interno, de implosión social. Entretanto, a Bedoya lo llevan al ex San Jorge, declaran contumaz al ex fiscal Aljovín, como si la aceleración de la lucha anticorrupción tuviera algo que ver con la actividad del enigmático “polo” que siembra las públicas desgracias que comentamos. Como si hubiera varias películas en una, un teatro de múltiples escenas. Por lo demás, Fujimori se llevó consigo el capital de confianza que une, en principio, gobernantes y gobernados y, así, el Estado de emergencia tarda en acatarse. Por cierto, el problema de fondo no se arregla con abrir carreteras o despejar escuelas vacías, no se necesita ser muy zahorí para afirmarlo. Pero ante al Estado enfermo, colapsado, lo urgente fue llevarlo a urgencias y no comenzar a recriminarlo si estaba obeso o fumaba en exceso. Después del marcapasos, vienen las dietas. Si hay después. Tendrá que haberlo, una aplastante mayoría de peruanos piensa, pese a todo, como un texto de Rousseau que nadie les enseñó "la democracia es una aventura, pero yo prefiero —decía— una libertad peligrosa a una esclavitud tranquila. En El contrato social, libro I, III; capítulo IV.
(Columna mía publicada en La República del 31 de mayo del 2003 y titulada “República de Weimar”)
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Mal que bien, andamos en democracia, aunque a trompicones, con mínimos de aceptación para Congreso y congresistas, ministros y clase política y devaluado Presidente, pero en fin, ahí vamos. Reforma de la Justicia, Comisión de la Verdad, a trancas y barrancas. Incluso hasta recibimos Jefes de Estado como Lula. Hay prensa libre, mass media, universidades. Todo muy bonito, precioso, rodando hacia el 2006. Solamente este cronista hace esta pregunta: ¿con qué ciudadanos? No hablo de militancia ni de partidos políticos, sino de otra cosa. […]
En Tumbes hallé una abandonada biblioteca municipal, no llega un solo libro de Lima desde hace treinta años. Además me contaron que no sé qué embajada —si Italia o España—, les había regalado una computadora, pero una “autoridad” se la llevó a su oficina para otros menesteres, y luego a su casa. Tal como. “No vienen alumnos” me explican. ¿Para qué van a leer? Multiple choice. Contestan con una aspita, y aprueban. […]
Desculturización, pues, a toda máquina, y no me vengan con que “la cuestión económica”. Se gasta más en chelas. El hábito de informarse ha desaparecido de las costumbres. ¿Democracia sin ciudadanos? Pobre Rousseau, en un país voluntariamente ágrafo. “Hay mucho periódico”, me argumenta alguno, en plan de queja. Claro, en la educación que un peruano recibe (salvo en las universidades de copete) no se le entrena en el cotejo de fuentes contradictorias, a sopesar argumentos, a formarse una opinión propia. No, millones de futuros votantes han sido deformados por el multiple choice. La aspita y ya está. Bacán, light, moderno. Pobre Sartori, con su idea de “la democracia régimen difícil que necesita de la inteligencia y la mentalidad lógica de los ciudadanos”. El caso es que todos en el Perú “saben”. En efecto en provincias me decían, enteradísimos, “que si Toledo, que si García, que si Lourdes o Paniagua, que si la CVR”... Socráticamente, y armado de paciencia, me dediqué a preguntar: ¿cómo lo sabe? Ni una sola vez alguien me mencionó diario, revista, informe o fuente alguna. Simplemente “saben”. Así, del aire. Cuando volví a Lima, el taxista que me recogió era también de lo que ya "sabían". Y votará. Por Fujimori.
(Otra columna mía publicada en La República del 28 de agosto del 2003. Su título: “¿Con qué ciudadanos?”)
La mentalidad de los peruanos es compleja. Porque en gran parte provienen de distintas regiones e ideologías. No hay una conciencia sino diversas. Explicar los diferentes grupos, las colectividades, es explicar un fenómeno a la vez político y psicológico cuyas raíces son múltiples. Pero entender las masas, cómo se tratan los peruanos entre sí, lo dejamos para otro ensayo, para el próximo artículo. No será solamente mi opinión sino los estudios de otros investigadores. Es conocido el dicho “el peor enemigo de un peruano es otro peruano”.