Manuel Gago

Alegato por la libertad de elegir

Alegato por la libertad de elegir
Manuel Gago
14 de marzo del 2016

Sobre el exceso de tramitología electoral

Se dijo que este sería un proceso electoral ejemplar, que la ley haría respetar la democracia interna en los partidos políticos, que la reforma electoral permitiría la participación de los mejores, que se protegería el derecho a elegir y ser elegido y que las autoridades electorales actuarían con “independencia y apego a la Constitución”. Sin embargo, con tanta novedad cada minuto, se estaría demostrando una vez más la distancia existente entre la realidad de la calle calurosa y el exceso de buenas intenciones e imaginarios del escritorio con aire acondicionado. Las leyes no calan, están allí para señalarnos que el alma nacional todavía es tramposa e informal y que las autoridades se apegan más al “detalle y a la forma”, sometiendo todo el proceso electoral a la dictadura de la tramitología y leguleyadas que detienen el país por todos lados. Letrados en nombre del derecho destrozan la Constitución incentivando la ficción y no la realidad. Mire usted como Francisco Távara, presidente del JNE, permitió que la audiencia contra Julio Guzmán y César Acuña se convirtiera en un acto político y no en un acto de derecho, sujeto a la estricta discusión de la verdad frente a las leyes.    

Con todo, se puede asegurar una vez más que el exceso de normas y regulaciones son piedras de tropiezo para toda libertad. Perturban el libre albedrío sin enriquecer la libre determinación, detienen las inventivas y los ímpetus del hombre, coaccionan el libre desenvolvimiento e, incluso, amenazan con inmiscuirse en el seno familiar hasta para controlar cómo los padres educan y alimentan a sus hijos.

La libertad y el respeto al prójimo, que debieran mamarse desde la leche materna, se impone con la fuerza de unas leyes que no emanan del espíritu popular, sin aleccionar a la población para el cumplimiento de las mismas y sin decirle que por encima de una ley mal dada están los discernimientos, criterios, sentido común, ecuanimidad y que la libertad y el respeto al prójimo deberían ser el ABC desde el vientre de la madre.

Quienes dominan, construyen y manejan una legislación convertida en amenaza para las voces discrepantes. Los leguleyos, en nombre del derecho, restringen el derecho constitucional de elegir y ser elegido. Edifican una legalidad que arrincona a quien no puede o no sabe cómo defenderse de quienes controlan la justicia, de quienes se valen de las injusticas y de quienes abusando de tantas leyes convierten las mentiras en verdades, alentando en todos los juzgados verdades legales en desmedro de las verdades reales. Si miramos el primer mundo como objetivo nacional, la dictadura de la normatividad no puede impedir las ansias de los inversionistas y empresarios, ni tampoco frustrar los deseos populares de elegir a quienes quieran.

Nos iría mejor sin tantos requisitos electorales que se amañan y, quien amaña mal, es quien pierde. O sea, el campeón y maestro de las trafas siempre termina bien librado, aplaudido y ganando elecciones.

Mientras las leyes se cumplen a regañadientes, las convicciones se cumplen con satisfacción enorme. Las motivaciones por lo bueno, correcto y legal se inculcan desde las entrañas, son personales, íntimas y hasta secretas. Las motivaciones no se nutren con premios, recompensas ni dádivas. Son motivos de la existencia humana, propósitos y razones que están por encima de cualquier valor material.

Libertad Si, coacción No.

Por: Manuel Gago

 
Manuel Gago
14 de marzo del 2016

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