Alrededor de 40,000 hectáreas de cultivos del proyecto ...
Lecciones para el Perú y las sociedades de ingreso medio
A pesar de que Chile comenzaba a arañar el desarrollo con un ingreso per cápita que sobrepasa los US$ 23,000 por paridad de compra y que la pobreza se ha reducido a solo 7% de la población, el gobierno de Michelle Bachelet y la mayoría de chilenos parecen decididos a cancelar los fundamentos con los que la nación del sur se convirtió en un ejemplo mundial en cuanto a logros económicos y sociales.
La explicación: el vertiginoso crecimiento disparó las diferencias sociales en las nuevas clases medias, por los enormes retrasos del Estado chileno, mientras las élites políticas liberales renunciaban a la necesaria lucha ideológica. Hoy Chile avanza hacia la conocida trampa de los ingresos medios, en la que las sociedades en vez de saltar hacia el desarrollo —mediante reformas audaces— se lanzan al abismo del pasado estatista.
No obstante tener uno de los mejores sistemas educativos del continente, que le permite ocupar lugares expectantes en los rankings de América Latina, en Chile la reforma educativa apunta a estatizar la educación y marginar la participación privada. Con ese objetivo se ha implementado una reforma tributaria que elevó el impuesto a la renta de 20% a 27% para recaudar US$ 8,300 millones para financiar la re-estatización educativa. También se eliminó la exoneración por reinversión de utilidades, que explica las impresionantes inversiones mapochas en el exterior. Hoy la economía ha ingresado a una alarmante desaceleración. El PBI apenas roza el 2% de crecimiento.
Cuando en una sociedad de ingresos medios no se impulsan las reformas necesarias para el salto al desarrollo y el polo liberal renuncia a la lucha ideológica, cunde la desesperación. Algo de eso empieza a suceder con respecto a la reacción de los chilenos frente a su sistema previsional. El hecho de que el promedio de las pensiones esté alrededor de los US$ 300 dólares ha desencadenado protestas y demandas que exigen el fin de las cuentas individuales administradas por entidades privadas y el regreso al sistema de reparto estatal. Si una propuesta de ese tipo prosperara, en la práctica, el Estado terminaría expropiando un fondo de US$ 160,000 millones perteneciente a diez millones de trabajadores. Uno de los fondos privados más poderosos del continente padecería un “kirchenazo”.
Los chilenos no entienden que todos los sistemas previsionales del planeta están en crisis, por el aumento de la longevidad, y que se requiere formas de ahorro individual y más competencia para lograr mayor rentabilidad y elevar las pensiones. Sin embargo, en los sistemas de reparto estatal no solo está en crisis el sistema previsional sino toda la economía, por los déficits fiscales que generan las obligaciones previsionales.
Cuando la desesperación frente a la diferenciación social (desigualdad) ante los clamorosos retrasos del Estado en proveer servicios básicos e infraestructura se apodera de una sociedad de ingresos medios, la demagogia y el populismo hacen su garbanzal. En Chile no solo se está hiriendo a la gallina de huevos de oro con la pasada reforma tributaria, la reforma de la educación y las movilizaciones contra el sistema privado de pensiones, sino que se pretende matarla con la convocatoria de una nueva Asamblea Constituyente, al mismo estilo de los proyectos bolivarianos que hoy se hunden en recesión e inflación.
No obstante que la Carta Política de 1980 ha sido modificada en más de treinta ocasiones para eliminar los rezagos autoritarios del pinochetismo, la izquierda pretende un nuevo orden constitucional para eliminar la preeminencia de la propiedad en la economía y la inviolabilidad de los contratos, y fomentar un sistema laboral de corte socialista.
Las lecciones son clarísimas, sobre todo para el Perú. Crecer, reducir pobreza, aumentar el ingreso per cápita y expandir las clases medias no garantiza la continuidad de la economía de mercado si no se construye un Estado eficiente y nacional, y si las élites que defienden una sociedad abierta renuncian a la imprescindible lucha ideológica. Los peruanos entonces no podemos cantar victoria.
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