Raúl Mendoza Cánepa
¿Y el aterrizaje liberal?
La escasa capacidad del sistema para capear las grandes crisis
Los puristas liberales pontifican sobre el absoluto. Cuando hay una peste o una guerra, el Estado es inmutable. Son más amigos del Tao que de la realidad. Para ellos no existen las excepciones porque toda excepción esconde una estrategia del enemigo. Si deliraran no dudarían que la pandemia es una creación marxista.
Algunos liberales no aterrizan porque volar es más cómodo, los aleja del peligro de ver tierra y de tener que admitir que los absolutos son metafísicos, y que ni la economía ni la política son metafísica. Las hecatombes cuestan, las crisis cuestan y le cuestan al Estado. Intenta ver quién te recibe si yaces ahogado en una calle. El sistema de salud estatal (que te importó siempre menos que un banano) cubrirá tus gastos, pero ya no hay suficientes hospitales que te reciban, se saturaron por insuficiencia; porque la clínica privada te sonó siempre más chic, más liberal. Sondea quién te recibe en una clínica privada ¿Tienes EPS? ¿Eres formal? ¿No? ¿Puedes cubrir los S/ 12,000 de un día en UCI o una semana? ¿Y la habitación? ¿Tienes crédito, ahorro o acceso a la banca?
El pacto social es una apuesta por la supremacía de la vida humana; pero en una catástrofe salvar gente cuesta, mil respiradores cuestan, levantar un hospital cuesta, poner en movimiento la infraestructura hospitalaria cuesta, salvar la economía de las familias cuesta, proteger a la gente de su propia indisciplina cuesta y, sobre todo, demanda una excepcional intervención estatal. Ojalá los liberales y más los pragmáticos (que somos) hubiéramos pensado en dilemas más que en teorías.
¿Saben lo que es un dilema? Es la resolución entre dos opciones que parecen igual de válidas, ambas tienen costos y son estos los que sirven para decidir mejor ¿Para quién? No para la vanidad doctrinaria, sino para la gente concreta. Dilema, por ejemplo, como el “que se contagien todos como rebaño (sus muertos no cuentan)” o “suspender temporalmente muchas actividades”. Es válido que algo se haga para alimentar a los que se perjudican por la “para”, y lo es para salvar a los que se infectan. ¿La vida es una idea? ¿La ideología antes que la vida?
Ocurre sencillamente que la realidad nos obsequió ese perverso dilema. Así, el capitalismo entró en crisis; pero no es el capitalismo lo que entró en crisis (valga la paradoja), fue un factor exógeno el que movió la tabla para obligarnos a decidir entre alternativas pasajeras. Nada hay intrínseco en el capitalismo que lo destruya y, por tanto, no entraremos a una “nueva normalidad” con visos de socialismo. Ese no es el debate. No falla el sistema. Lo que sí… habrá al final un capitalismo que debe mejorar. Cuando Roosevelt aplicó el New Deal durante la gran depresión no fue porque un ideólogo le rezara al oído, fue porque vio que frente al avance del socialismo, lo práctico era mover la maquinaria estatal para salvar al capitalismo.
Los dogmáticos terminarán por derruir su propia defensa al demostrarnos una debilidad de ese sistema (por ahora informal, usurero y caótico) que es nuestro pétalo de rosa: la escasa capacidad para capear las grandes crisis con sus propios recursos.
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