Juan C. Valdivia Cano
Verdades contradictorias
Rechazamos la modernidad y nos fingimos modernos
En el crepúsculo de la antigüedad clásica los dioses paganos murieron de risa ¿Qué les causaba tanta risa a los dioses paganos? La loca pretensión del Dios judeo cristiano de creerse único. Para los dioses griegos y romanos eso fue algo tan excéntrico y tan extraño que la olímpica carcajada terminó matándolos. Así se instaló triunfante en Roma el Dios “uno y único”, mimetizó sus formas romanizándolas, adoptó el logos helénico, tomó el poder imperial, cristianizó a Roma y se hizo universal; es decir, católico. “Oye Israel: Yahveh es único”, dice la Shema, principal oración judía, centro esencial de su religión que ha procreado el cristianismo y el islamismo, las religiones del Dios único, de la única verdad, las religiones del desierto, las religiones monoteístas.
Antropológicamente, señala Isaiah Berlín, “esta historia posee los contenidos más concretos, más carnales, más globales y más reveladores sobre la condición humana. Los procesos religiosos cambian de forma pero persisten incluso en formas laicas y ateas”. Así, el monismo, la forma laica del monoteísmo, tiene sus expresiones en diversas ideologías y sistemas políticos. Berlín lo analiza en profundidad. Sostiene que las grandes estructuras totalitarias no son una “terrible aberración”, sino la evolución lógica de una hipótesis que él llama “capital” (Ayleen Kelly). Hipótesis presente en todas las corrientes esenciales del pensamiento político occidental y en todas las formas de monismo a lo largo de la historia. Esa hipótesis “capital” es la siguiente: “existe una unidad fundamental subyacente en todos los fenómenos habidos y por haber en todos los espacios y tiempos”.
A pesar de que “las formas extremas de esta creencia -continua Berlín- hayan derivado en las perversiones criminales de la práctica política y en todas las formas de persecución, la idea misma no puede ser revocada como un producto de cerebros enfermos. Está en la base de toda moralidad tradicional y se encuentra arraigada en una profunda e incurable necesidad metafísica, surgida del sentimiento de una fisura interior y de la nostalgia de una mítica unidad perdida”. La expulsión del paradisíaco vientre maternal, la caída en el tiempo: la nauseabunda realidad. Y saber, en algún momento, que todo terminará irremediablemente. Esta nostalgia de absoluto sería la expresión de “un impulso a descargarnos del fardo de la responsabilidad de nuestro destino, transfiriéndolo a una entidad vasta, impersonal y monolítica: la naturaleza, la raza, la clase, la historia, la sociedad, la ciencia, el Estado”. ”¡Y cuántos dioses nuevos vendrán!” (Nietzsche).
El pensamiento libertario también hace preguntas metafísicas: ¿hay una sola respuesta al problema de cómo se debe vivir?, ¿se puede construir una escala de valor universal válida para todos los hombres?, ¿son compatibles todos los valores?, ¿llegará el día de la gran armonía, del gran concilio, la desaparición de los conflictos, la unidad definitiva? El monismo lo espera con ilusión y esa ilusión se llama “paraíso” o modernamente “revolución” (el socialismo "científico" ha sido doblemente utópico). El monismo sufre nostalgia de absoluto. De ahí el furor y la pasión con que ha puesto manos a la obra para hacer realidad ese sueño absoluto. Místicas empresas humanas han tenido su fuente de inspiración en esa pasión: un solo ideal objetivo y universal, una sola verdad, un sólo Dios, un solo partido, una sola respuesta al problema de saber cómo se debe vivir.
Pero nuestros siglos han sufrido también otras consecuencias de esa misma visión, lógico resultado de su hipótesis capital: totalitarismo y estatolatría, fanatismo e intolerancia, burocratización, odio, sectarismo y malentendidos mil. El monismo ha gestado el heroísmo y la santidad, pero también la persecución y el horror. El monismo constituye centros y estructuras arborescentes, jerárquicas y verticales, unidades centralizadas, concentra el poder y combate todo brote pluralista. El poder arborescente da unidad al todo, como el tronco a las ramas, flores y frutos. El totalitarismo constituye árboles genealógicos: “Y este fue Marx que engendrÓ a Lenin y este fue Lenin que engendró a Stalin, y este fue Stalin que engendró a Mao, y este fue Mao que engendró a Abimael...”. Y este fue Abimael….
De ahí el rechazo conservador y reaccionario al liberalismo de parte de la izquierda, cualquiera sea su tipo o matiz, que en el fondo es un rechazo – ahora por debajo de cuerda porque ya no es políticamente correcto- a la libertad, a la dignidad, al sentido de individualidad (que confunden con el individualismo) y en particular al pluralismo, que siguen considerando burgueses y capitalistas en sentido peyorativo. Y como ahora se han vuelto “democráticos” han asociado sinonímicamente dicho liberalismo al llamado “neoliberalismo” en nombre de la estatolatría, ahora asumida hipócrita o vergonzantemente. Y al echar la culpa de todos los males presentes y futuros al llamado “neo liberalismo” y al poner en el mismo saco al liberalismo siguen atacando impunemente a éste como siempre lo han hecho, bloqueando ideológicamente, descarada o hipócritamente, la modernización política y económica del país.
Y por eso los ingenuos (siempre demasiados) interpretan literalmente, o sea al pie de la letra, el vocablo “neoliberalismo”. Para ellos esa palabra significa simplemente nuevo liberalismo, pero liberalismo al fin, porque para ellos no hay diferencia de sentido entre esas dos palabras: “liberalismo” y “neoliberalismo”. No habría diferencia de naturaleza sino de ubicación temporal, nada cualitativo. El neoliberalismo sería sólo un liberalismo nuevo, adecuado a la época, un liberalismo renacido. Sin embargo, esto es válido sólo para quienes aceptan esta versión simplista y pueril que, sin embargo, es mayoritaria: liberalismo = neoliberalismo. El gran culpable del subdesarrollo no somos los peruanos, nuestra idiosincrasia, nuestro modo de ser, nuestra educación tradicional, nuestra forma de pensar y de apreciar, sino el “neoliberalismo” que para la opinión comunista-caviar no se diferencia esencialmente del pensamiento libertario.
El neo liberalismo sin embargo, no es un ideario político que abarque todos los aspectos necesarios de un ideario político, ligado a una concepción del mundo; no es una doctrina, una filosofía que uno pueda encontrar editada y accesible en la biblioteca (como sí puede encontrar mucha bibliografía socialista y liberal); el neoliberalismo es sólo la puesta en práctica de una política económica promovida por los organismos financieros internacionales que ciertos gobiernos adoptaron y que sugerían ciertas medidas macroeconómicas para combatir la inflación o el manejo de la política monetaria, por ejemplo, y que mejoraron relativamente la situación económica de algunos países. En el Perú redujo la pobreza del 55% al 32%, sin salir del subdesarrollo económico y sin convertirlo en un país capitalista.
Esos países corrigieron las aberraciones económicas de los gobiernos populistas e intervencionistas (como el de Belaunde, Velazco, García Uno). Pero no es una política económica liberal, de libre competencia, no intervencionista, anti mercantilista, anti populista, que se gesta en la vida económica de la sociedad civil, en la producción y el intercambio económico privado, con el mínimo o sin intervención del Estado, a pesar de los esfuerzos de Carlos Boloña en los años noventa hasta que fue “renunciado” por Fujimori en 1993. El capitalismo donde hay capitalismo, no se inventa e impone “desde arriba” , desde las brillantes oficinas de la sede central del Fondo Monetario Internacional o el BID, pasando por el MEF peruano.
Esos gobiernos neoliberales como el de Menem, Collor de Mello, Fujimori, García Dos, Ollanta, Macri, etc, desarrollaron –con varios matices– una política de estado que no se caracteriza necesariamente por defender los valores democráticos liberales, los derechos humanos; todo lo contrario en el caso de Fujimori, quien utilizó las formas democráticas para defender el interés particular de un partido, o de grupos económicos asociados mercantilistamente al Estado, o ideológicamente a la Iglesia. ¿Se puede decir que esos gobiernos eran liberales? ¿Fujimori un liberal?
Pero así como no podemos echarle la culpa a Karl Marx de todo lo que sucedió detrás de la “cortina de hierro” 50 o 100 años después que murió y de lo que sabemos antes y después de la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética, el fracaso cubano o venezolano o incluso del peronismo argentino, etc, así tampoco podemos echarle la culpa al liberalismo, al ideario liberal, (es decir a las ideas de John Locke, de Rousseau, de Kant, de De Tocqueville, de Montesquieu, de Diderot, de Kart Popper, de Vargas Llosa, de Kolakowski, de Octavio Paz, etc.) de lo que ocurrió en el Perú de Fujimori o García, ellos sí netos representantes de esa tendencia político económica que sin ser la solución ideal, mejoraron la vida económica de los países que la adoptaron a pesar de la corrupción: el neoliberalismo.
Pero si algo existe que se pueda llamar neoliberalismo, está claro que no tiene que ver con el liberalismo o con el modelo liberal. Las diferencias son tan importantes que, en el Perú por ejemplo, llegaron al antagonismo: como lo mostró el desencuentro entre el liberal Vargas Llosa y el neoliberal Fujimori, ni más ni menos. ¿Qué pueden tener en común estos dos peruanos? ¿Se puede decir que Fujimori y García fueron o son liberales, es decir, que sus valores personales y políticos se basan en la libertad, la dignidad (autonomía), la igualdad de derechos, en el espíritu democrático republicano? Creo que más bien en el caso de Fujimori y García es exactamente lo contrario: son típicos representantes del estilo de gobierno tradicional, autoritario y (neo) conservador de siempre, que parece intrínseco al neoliberalismo (aunque uno guarde involuntariamente las apariencias democráticas mejor que el otro).
Y si es así: ¿qué tiene que ver con el liberalismo? Somos una sociedad que rechaza la democracia –salvo cuando el defensor es mezquinamente interesado– porque la democracia moderna es inmanente al liberalismo y los peruanos somos anti liberales por excelencia, por identidad, lo reconozcamos o no. No se puede ser un demócrata sin amor y respeto por la libertad, la independencia, la dignidad, la igualdad de derechos, etc., porque la democracia es solo un medio, un sistema jurídico político que se basa en esos fundamentos para hacerlos posibles, no se basa en el marxismo, ni en el catolicismo, ni en el aprismo, ni en el populismo, ni en la ambigüedad caviar. Rechazamos la modernidad y nos fingimos modernos. Queremos ser modernos sin dejar el tradicionalismo, la costumbre, el pasado, la Iglesia, el Papa, etc.
La revolución que nos saque del subdesarrollo no se fundará en la toma del poder por el proletariado con el fin de eliminar la explotación y la lucha de clases, sino en los valores modernos que algunos (ex) izquierdistas han abrazado vergonzantemente y no a la franca -como debía ser. Para el liberalismo la tolerancia (garantía de vida en comunidad y alto valor social) es plenamente adecuada y coherente con su reconocimiento de las diferencias personales y culturales y la pluralidad e incompatibilidad de los valores. No se puede confundir esta idea de tolerancia con la pesada obligación de soportar a los demás por deber moral, sin comprender ni interesarse por su punto de vista auténticamente: puro aguante. Tolerar es comprender el punto de vista del otro, no aguantar. Y es aceptar la legítima existencia de diferentes puntos de vista y no de una “verdad” única.
Un libertario no cree que los conflictos humanos vayan a desaparecer y sospecha (como pensaba Herzen) que “el hombre moderno no tiene soluciones", por eso no es precisamente optimista. Sin embargo, aunque ha perdido la esperanza, como el Caballero de la Fe de Kierkegaard, no desespera. Al revés, vive fructíferamente una especie de desencanto activo. Es un pesimista afirmativo. Su espíritu democrático no se deriva de la creencia en la igualdad de los hombres. Al contrario, no cree en ella y sabe que, por eso, es necesario controlar permanentemente el poder y garantizar la igualdad jurídica y la libertad. Eso es para él democracia: considerarse iguales a pesar de las diferencias: isonomía.
Su visión pluralista y no el deber moral es lo que le permite conocer el valor de los puntos de vista que no son los suyos, su aporte y su calidad. No solo respeta sino que disfruta con las diferencias; en suma, el mundo y la vida como están hechos. Sin embargo, trabaja arduamente por cambiaros, no solo porque ama las causas perdidas sino también porque, como el maestro Zarathustra, cree que el hombre “es algo que debe ser superado”.
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