Marco Sipán
Venezuela en guerra
Nuevamente EE.UU. intriga para derrocar a un presidente latinoamericano
Cuando Chávez se reclamó revolucionario y expresó que su horizonte sería el socialismo, estaba declarándole la guerra a la potencia imperial más grande de la historia mundial —Estados Unidos— y a sus títeres en Venezuela, quienes se creyeron dueños eternos del petróleo del pueblo venezolano.
El 11 de setiembre de 1973, en Santiago de Chile, se realizó el golpe de estado que terminaría con la inmolación del presidente Salvador Allende en el Palacio de la Moneda. Hace algunos años, se desclasificaron documentos del servicio inteligencia de los Estados Unidos, confirmándose su participación, junto a los grupos empresariales locales y la derecha política chilena. El gobierno norteamericano, con el presidente Nixon a la cabeza, financió, asesoró y reclutó militares y trabajadores para instalar una de las más brutales dictaduras de América Latina, la dictadura militar de Pinochet. El derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular formó parte del Plan Cóndor, la estrategia más eficaz, en la lucha contra insurgencia, formulada desde el servicio de inteligencia norteamericano. Este plan dejó un saldo de aproximadamente 50,000 muertos, 30,000 desaparecidos y 400,000 presos, según Amnistía Internacional. Hoy el gobierno de los Estados Unidos quiere hacer en Venezuela algo muy similar a lo que hizo en Chile en 1973.
El gobierno de los Estados Unidos, conjuntamente con los grupos de poder económico en Venezuela, ha iniciado una tenaz guerra económica, sabotajes, acaparamiento y usura contra el pueblo venezolano. Realmente es una guerra. Un ejemplo claro es, la región de Portuguesa, donde hoy la gente viene pasando hambre, siendo una región cerealera. Es sin lugar a dudas una verdadera proeza de resistencia que el pueblo venezolano viene afrontando.
Las corrientes marxistas en Venezuela, reconociendo que la crisis es económica, se afirman en la posición de que la salida y la solución son políticas; si no se soluciona lo político, el entrampamiento extenderá la crisis. Pero hay que recordar la complejidad de nuestras sociedades latinoamericanas, con sectores importantes de la población habitando en la marginalidad, exclusión y pobreza, que deshumanizan y precarizan la vida. Esto es utilizado por el golpismo para quebrar la voluntad popular y pugnar para capturar la presidencia. Es por eso que la oposición tiene que ejercer disputa sobre todos los temas, como lo hace. La tendencia es a que las posiciones entre el chavismo y la derecha se hagan cada vez más irreconciliables.
En Venezuela dos fuerzas políticas ya se declararon la guerra. Cada cual hará lo que sea necesario para imponerse, cada cual tiene sus propios aliados y sus propias fortalezas. La derecha está a la ofensiva y la crisis actual será una batalla más, no la definitiva. Porque a diferencia de otros procesos progresistas latinoamericanos, en el chavismo se ha generado una identidad política que ha impactado en la cotidianidad del pueblo. Como el peronismo, podrá dejar el gobierno, pero ya estableció un régimen político y una hegemonía social. Y especialmente un icono simbólico potente: Hugo Chávez. Todo ello garantiza su existencia y posterior retorno al gobierno.
Es una coyuntura vertiginosa. El chavismo anuló la asamblea y el órgano electoral ha declarado que descubrió fraude en la recolección de firmas. Parado el referéndum, el chavismo quiere pelear, dejar la resistencia estratégica e ir hacia la ofensiva. Cuenta aún con muchos sectores populares con capacidad de movilización. Y está Maduro, convencido de que puede ganar, aunque está en un escenario complicado; de alcanzar una victoria no será a corto plazo. Han golpeado a la población muy fuerte: la peor crisis económica de Venezuela en cien años de explotación petrolera rentista.
Marco Sipán
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