Jorge Morelli
Una nueva legitimidad política
Fundada en la información y el conocimiento
Recoger iniciativas de otros candidatos e incorporarlas a su programa tiene que ser una iniciativa destinada a convencer a la opinión pública de la sinceridad de las intenciones de Keiko Fujimori de gobernar de manera plural y abierta. Acoger, por ejemplo, la reducción —de seis a cinco— del número de congresistas necesarios para formar una bancada en el Congreso es una generosa rama de olivo que la mayoría parlamentaria del fujimorismo alcanza a los demás partidos. Una iniciativa que reconoce el legítimo derecho de los congresistas a contar —en el Parlamento— con los recursos necesarios para participar del debate político, los que de otro modo no podrían disponer.
Es el mismo mensaje que envía al recoger también la idea de Alan García de un seguro para los taxistas, o la de Alfredo Barnechea de explorar la renegociación del precio del gas que le vendemos a México. Independientemente del mérito que técnicamente pueden tener ambas propuestas, el gesto de Keiko Fujimori de anunciar su adhesión envía este mensaje: no hay prejuicios ante las buenas ideas, vengan de donde vengan. Hay un sincero esfuerzo por pensar y actuar fuera de toda camisa de fuerza, ya sea ideológica o de interés político. Significativamente, esa nueva actitud impregna también el discurso de la candidatura de Pedro Pablo Kuczynski, un esfuerzo igualmente meritorio que se debe conocer para decidir mejor.
La nueva actitud puede resumirse en una vieja sentencia de Francis Bacon: conocimiento es poder. Puede tener entre nosotros una trascendencia mucho mayor de la que aparece a primera vista, y una proyección en el tiempo que apunta mucho más allá de un proceso electoral. Puede ser indicio de que en el Perú fin se está construyendo una nueva legitimidad política, basada no ya en la ideología ni en el carisma, sino en el conocimiento.
Fue Max Weber quien anunció casi cien años atrás ese giro en la naturaleza del liderazgo en toda sociedad moderna, una verdadera revolución en el fundamento y la naturaleza del poder. Dijo que en el proceso de toda sociedad, a la autoridad tradicional le seguiría en el tiempo la del liderazgo carismático, indispensable para la transición hacia el futuro. Pero que, en última instancia, surgiría al fin una legitimidad fundada en la información y el conocimiento. La llamó “legitimidad burocrática”, en el buen sentido de la palabra.
Todos los padres fundadores de la ciencia social, desde hace ciento cincuenta años, hablaron de ese proceso y lo llamaron de distintas formas. Emile Durkheim decía, por ejemplo, que a la sociedad de solidaridad mecánica le seguiría la de solidaridad orgánica, en la que las partes tienen funciones diferentes y complementarias, como en un organismo vivo. La etiqueta del funcionalismo no le hace justicia a esa imagen formidable.
Contra ese proceso que desemboca en la legitimidad del conocimiento nada pueden ya el ideólogo ni el caudillo carismático, ni sus respectivos mecanismos de sujeción emocional. Son instrumentos de otra era, pintoresca y cargada de una nostálgica belleza. Los que en otro tiempo fueron grandes movimientos sociales, revoluciones y partidos de masas, aparecen hoy plagados, al mismo tiempo, de fanatismo y violencia.
La ideología y el populismo están quedando atrás por primera vez en este proceso electoral. Ambos candidatos a la segunda vuelta, en sus discursos y sus programas, apelan a esa nueva legitimidad. En el mundo del futuro gobernar será una actividad profesional. Ese es el fundamento último de la nueva legitimidad política.
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
COMENTARIOS