Darío Enríquez
Una Lima que no se va: tugurios que persisten
Ningún programa municipal los enfrenta con eficacia
Revisando el “Plan Maestro del Centro Histórico de Lima 2019 al 2029 (con visión al 2035)”, encontramos los mismos elementos declarativos que pueden hallarse en otros “planes maestros” anteriores. Hay indudable progreso material en nuestra ciudad capital si nos comparamos con la situación crítica que vivíamos al inicio de la década de los noventa. Usamos ese momento histórico como referencia, porque desde entonces se tiene un vigoroso proceso de crecimiento económico y de gran cantidad de obras civiles que han mejorado ostensiblemente la vida de sus habitantes. Además, desde 1991 este centro histórico fue declarado patrimonio cultural de la humanidad por la ONU; por ello, se agrega como tarea fundamental la preservación y puesta en valor de ese patrimonio.
Sin embargo, muy poco se ha avanzado en resolver los problemas asociados a la tugurización del centro histórico. Aunque en la gran Lima podemos encontrar muchos espacios tugurizados en zonas como Breña, Surquillo, La Victoria, El Agustino, San Luis, etc., es en el centro histórico donde se concentra un altísimo porcentaje de los casos que persisten pese al avance urbano (insuficiente, pese a todos los esfuerzos) en muchos otros aspectos. Aunque no haya cifras del todo confiables, el centro histórico alcanzaría con facilidad el 90% de tal problemática urbana en hacinamiento, precarización y descomposición de la metrópoli limeña.
Una precisión conceptual. Debemos diferenciar barriada de tugurio. No es lo mismo, ni da igual. Aunque ambos espacios muestran el drama de la pobreza urbana, en las barriadas (también llamadas “asentamientos humanos” o “pueblos jóvenes” en el Perú) se aprecia un nuevo tipo de urbanización; en efecto, establecidas por lo general en zonas periféricas o sin mayor habilitación urbana, se verifica en ellas un proceso de mejora progresiva e integración a la ciudad central, con la pobreza como una situación que la mayoría de la población superará ciertamente, pese a todas las dificultades propias de un proceso urbano en gran parte espontáneo y autogestionario. Por su lado, el tugurio es fruto de la precarización y el hacinamiento en zonas que previamente ya fueron urbanizadas y que perdieron su vocación por un deterioro físico producto de múltiples factores, en donde la pobreza y la lumpenización tienden a configurar una condición difícil de remontar. Es bastante común encontrar un grave enraizamiento de la tugurización en los centros históricos de ciudades que han sufrido deterioro y empobrecimiento.
Se estima que en el centro histórico de Lima habitan al menos 500,000 personas afectadas por el problema de la tugurización. Pero esta es solo una de las dimensiones del problema. La penetración del comercio informal y el almacenamiento clandestino, precario o inseguro de mercadería, base para el intensivo, concentrado y denso intercambio abre otra dimensión en el problema, pues los espacios tugurizados acogen esta mercadería e incluso algunos procesos privados de destugurización han derivado en la construcción de almacenes y locales comerciales con dudosas calidades técnicas y de prevención. Muchos siniestros han destruido inmuebles y cobrado cuantiosas vidas humanas bajo esa dinámica perniciosa. También, más de 600 antiguos inmuebles que forman parte del patrimonio cultural de la humanidad, se encuentran en peligro de desaparición en el centro histórico de Lima.
Finalmente, todo esto se da en un contexto de precariedad predial, con una enorme cantidad de inmuebles cuya propiedad no está debidamente perfeccionada en Registros Públicos (pese a que instituciones como la Beneficencia de Lima, la Universidad Católica y la Universidad Mayor de San Marcos serían los propietarios más importantes).
En suma, teniendo en cuenta las dimensiones de habitabilidad humana, comercio informal, patrimonio cultural en peligro y registro predial imperfecto, el grave problema de tugurización se mantiene vigente y muy difícil de abordar con eficacia. Se requiere una sólida decisión política, una intervención altamente competente que considere las cuatro dimensiones, fuentes de financiamiento que se adapten a las particularidades de cada caso y un acompañamiento eficaz del gobierno central. También una vigorosa participación tanto de los ciudadanos afectados directamente por la tugurización, como de operadores privados que se comprometan a invertir bajo los riesgos inherentes y condiciones que vayan en consecuencia a esos riesgos. No debemos tener “miedo” que quienes hagan un trabajo profesional de calidad desde el sector privado, ganen dinero honesto con los proyectos de destugurización a ejecutar.
No se puede ni debe abordar la problemática con una visión megalómana que no considere el hecho de que casi por cada manzana tendríamos casos diferentes que deben ser tomados teniendo en cuenta tales especificidades. Según la Municipalidad Metropolitana de Lima, en el centro histórico hay 460 manzanas y prácticamente la mitad de ellas requerirían intervención debido a problemas de tugurización. La complejidad de las dimensiones indicadas, nos indica que debe haber un abordaje multidisciplinario. Todo un reto para nuestra ciudad capital.
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