César Félix Sánchez
Una hoja de ruta para Keiko
Tres consejos para que tenga éxito en la segunda vuelta
Hace ya varias semanas que nada más ni nada menos que el marqués de Vargas Llosa le ofreció una hoja de ruta a Keiko Fujimori, luego de anunciar que la apoyaría. A buenas horas mangas verdes. Y aunque fue verdaderamente maravilloso ver cómo le enmendaba la plana a su fiel seguidor Pedro Cateriano, que pensaba votar viciado antes del pronunciamiento del novelista, esperemos que este apoyo surta efecto, por lo menos más efecto que su prédica casi milenaria de odio general al fujimorismo.
La hoja de ruta vargasllosiana es bastante sencilla: defender la libertad de expresión, la separación de poderes y no indultar a Montesinos. Parece que una prudencia infusa ha tocado el espíritu de don Mario, usualmente vehemente y visceral en sus consignas.
Al igual que mi octogenario paisano, le ofrezco también una modesta hoja de ruta a Keiko.
Mi primer consejo es que no intente, bajo ningún concepto, edulcorar sus principios para hacerlos más agradables a los progresistas, especialmente en temas sociales y morales. Los progresistas, en su gran mayoría, no votarán por ella nunca; y a los pocos que lo harán poco les importará algún cambio en su programa, de todas formas se arriesgarán a marcar la K incluso en sus versiones más conservadoras por miedo al profesor Castillo y al doctor Cerrón. Por el contrario, una vacilación en ese punto desmoralizaría al frente anticomunista que se está consolidando en torno a su candidatura. Y aunque Rafael López-Aliaga ha manifestado que la apoyará personalmente, sus bases en el conservadurismo popular están lejos de ser totalmente endosables y tienen una gran aversión a las traiciones «moderadas». Así que una caviarización puede acabar engrosando el caudal del voto viciado, especialmente en un campo derechista que es imprescindible mantener unido.
Otro punto fundamental a tener en cuenta sería deslindar con la corrupción de una buena vez, particularmente por medio de la propuesta de López-Aliaga de desarraigarla definitivamente de nuestro territorio y sancionar penal y moralmente a todos sus agentes, colaboradores y paniaguados, en especial en la galaxia periodística y consultora. Finalmente, a Keiko le cabe una misión que de alguna manera podría significar una expiación de los errores y horrores del lado oscuro del gobierno de su padre: la moralización del país. No solo entendida como un simple respeto irrestricto al imperio de la ley, sino como una cruzada por el alma del Perú, por el rescate de sus tradiciones y valores más preciados, especialmente contra ese falso pragmatismo que nos pudrió en los noventa y que volvió a emerger con Vizcarra. Solo este rescate del espíritu de nuestra sociedad podrá vacunarnos contra sobresaltos totalitarios como los de Castillo y compañía.
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