Francisco Swett
¿Un gentío o una nación?
Sobre la actual crisis política en Ecuador
Ecuador posee una geografía que conjuga regiones diversas, entre el trópico, el Océano Pacífico, la Amazonía, los valles interandinos, los nevados y glaciares, y las islas Galápagos. Pero más diversas que su geografía son sus culturas. Hay diferencias marcadas entre costeños, serranos, indígenas, blancos, mestizos, montuvios y afros en cuanto a la visión de vida, vínculo con el resto del mundo, actitudes, virtudes, defectos y forma de hablar y expresarse. Hay además una clara bipolaridad económica entre Quito, la residencia del poder político, y Guayaquil, el dínamo del comercio nacional e internacional, ambas ciudades con su propia historia.
Este pedazo del planeta está hoy asediado y en guerra. Hay un gobierno débil y de escasa cultura política que se tomó dos años y medio para llegar a la conclusión de que la economía, tal como va, es inviable. Y al momento de corregir el problema, lo hizo muy mal, sin preparación, narrativa, planificación disuasiva ni capacidad de respuesta. El gobierno de Lenín Moreno tiene como enemigo declarado a Rafael Correa, un megalómano audaz que sostuvo las riendas del país a lo largo de su mayor bonanza y dejó la economía en soletas, luego de destruir las instituciones de la democracia, instituir un régimen de opresión e inaugurar una verdadera orgía de corrupción.
El tercer reparto en el drama presente del poder lo constituyen los aborígenes agrupados bajo la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) quienes, mejor organizados que todos los demás grupos en cuanto a su poder de convocatoria, exigen pasar “en un santiamén” de la condición de explotación del Huasipungo al renacimiento del Tahuantinsuyo.
Los sectores productivos y la inmensa mayoría de los comunes y corrientes ciudadanos del Ecuador son espectadores de una confrontación que reviste las imágenes y retórica de una guerra civil. Para un pueblo que normalmente ha permanecido al margen de estos avatares, la experiencia resulta una verdadera pesadilla, en la que cunden las escenas de la caída de Venezuela en las garras del comunismo.
El putsch, y de eso se trata, lo propinó Correa en su afán de librarse de las condenas que le esperan por haber liderado la banda de malandros que gobernó el Ecuador. Aprovechando la revisión del precio del combustibles, inició una agresión brutal con el concurso de los gobiernos de Venezuela y Cuba, sus socios ideológicos, quienes pusieron a su disposición contingentes de colectivos, pandilleros, fuerzas irregulares de las FARC y agentes de inteligencia para complementar la acción subversiva de los lugartenientes correístas, quienes dirigieron el asalto a la capital ecuatoriana.
Y lo han logrado. Hasta el momento han triunfado en la guerra psicológica y la diseminación agresiva de información falsa. Ha imperado la violencia nihilista, evidenciada por el saqueo y destrucción de la sede de la Contraloría General del Estado. Han asaltado los campos petroleros, cortando la producción de más de un millón de barriles; los pequeños negocios en zonas marginales han sido sometidos al vandalismo de bandas delincuenciales; han destruido sectores de Quito; y los asaltantes han pretendido intervenir las tomas de agua, centrales eléctricas, torres de transmisión y puntos estratégicos de la infraestructura. Y para estrangular la economía, han logrado el bloqueo total del comercio interno y parcialmente del externo. Las pérdidas de producción a esta fecha superan los US$ 1,500 millones, suma que ahonda el ciclo recesivo de la economía.
El estado de sitio que se vive pone a los ecuatorianos en jaque. La Fuerza Pública obra con las manos amarradas literalmente, pues los soldados y policías no usan sus armas para evitar ser enjuiciados el día de mañana. Y entretanto los revoltosos disponen de lanza proyectiles y escudos, que fueron apertrechados en claro conocimiento de su posterior utilización.
Frente a todo esto, el cuadro de conjunto es desalentador. Se tornan más claras y profundas las brechas que separan al país diverso. Se ha configurado un escenario que sobrepasa la tolerancia y debe dar paso al desmantelamiento del Estado unitario por uno federal, en el que cada unidad de gestión viva por sus medios, recaude sus impuestos y aporte a la federación de acuerdo a fórmulas aceptables que fortalezcan la República. La tragedia ecuatoriana es la de constituir un agregado con bajo sentido de Nación, poblado por grupos poco afines, cuando no antagónicos, y unidos por un pacto social resquebrajado.
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