Trump y la economía: ¿qué vientos soplan?

Con la autosuficiencia que le caracteriza, Trump maneja su narrativa de la economía como si fuese el autor de un verdadero renacimiento. Basa sus afirmaciones en el desempeño del mercado de valores, la baja inflación y el desempleo más bajo registrado en lo que va del siglo. Su fe en la proclama de “América primero” es total, y azuza en forma efectiva a su electorado cautivo, compuesto por votantes blancos de bajo nivel educativo, de clase trabajadora y agricultores, para extender su mandato por cuatro años más. 

Aparte de las altisonancias políticas, ¿qué evidencias son favorables, y cuáles los riesgos de que “se vire la torta” en el desempeño económico?. Las cifras muestran que no ha habido un “milagro económico” y eso es peligroso para quien se considera a sí mismo como un mago de las finanzas. El crecimiento económico de 2.8% es similar a las metas alcanzadas por Obama; la absorción de empleo (250,000 efectivos mensuales aproximadamente) es también equiparable; el empleo de calidad generado es insuficiente y el poder adquisitivo de los salarios se ha estancado, cuando no ha caído; el déficit fiscal de Washington se ha incrementado en unos US$ 400,000 millones, llegando a superar el 5% del PIB en el próximo año fiscal. El mercado Dow Jones ha subido, cierto es, pero esto pudo haber tenido mucho que ver con —y ya ha sido absorbido por— las expectativas creadas por las noticias de la reducción de impuestos. 

Trump ha cuestionado y busca cambiar el orden mundial que rige desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Si esto es positivo o no queda por verse; pero al momento, la incertidumbre campea, principalmente por la guerra comercial con China, que está convirtiéndose en una guerra de divisas. La historia revela que tales guerras son de perdedores y, si bien al momento es China la que más ha perdido, hay que recordar que tan solo una quinta parte del comercio chino es con los Estados Unidos y que China dispone de las reservas, el espíritu y la filosofía de pensar en el largo plazo.

Entretanto, los agricultores americanos, clientela de Trump, como lo he expresado, empiezan a sentir los efectos de la baja en la demanda para sus granos y demás productos. En algún momento los consumidores americanos sentirán también el efecto que los aranceles de hasta 25% que tienen sobre sus canastas de consumo, pues la alteración de las cadenas de producción y de valor impactará en la economía doméstica.

La guerra de divisas es aún más riesgosa, como ya lo demostró el hecho de que, con el solo anuncio de que el Banco Popular de China había devaluado el Yuan a siete por dólar, Wall Street cayó en mil puntos en un solo día. La actitud abiertamente racista contra los hispanos e inmigrantes en general puede despoblar los campos americanos del contingente laboral requerido para levantar y movilizar las cosechas. Declarar que la importación de autos desde Europa constituye un riesgo para la seguridad nacional y los ataques frontales a la Unión Europea no contribuyen a forjar buena voluntad entre aliados. Y los persistentes ataques e indagaciones de un Congreso dominado por la oposición, en un clima electoral agitado y candente, son temas que no pueden ser ignorados.

Trump apunta a asegurar el triunfo en los estados cuyos votos cuentan para la elección. Dentro de este contexto, la evolución del ciclo económico después de una década de expansión puede obrar contra los planes presidenciales. El consenso profesional es que hay fuertes vientos recesivos, y que estos soplarán más fuertemente al tiempo de la elección. La recesión implica que el déficit fiscal puede subir significativamente más allá de las proyecciones actuales, y la baja de las tasas de interés es un paliativo temporal. Son escenarios que no constituyen ningún solaz para quien se considera predestinado para cumplir otro mandato en el puesto más poderoso del planeta.