César Félix Sánchez
Trump: algunas reflexiones
La reacción de un pueblo que se resiste a morir
En el coro cansino y monocorde de la gran prensa peruana no se miran más que denuestos glosados del New York Times o de cualesquiera medios extranjeros progresistas contra Trump. En algunos casos hay denuestos nacionales que se unen al cargamontón; por lo general son burdas repeticiones de eslóganes vacíos que acaban convirtiendo al presidente norteamericano en una especie de criatura mitológica que compendia toda la iniquidad posible del mundo. Para cualquier ingenuo que pretenda informarse solo por esos canales “respetables”, el hecho de que tal figura tenga todavía un gran apoyo será un misterio inexplicable.
Algunas figuras del mainstream en Estados Unidos se lamentan de cómo la política norteamericana ha bajado de nivel y, a raíz del último debate entre Trump y Biden, miran con nostalgia el wit y el respeto mutuo del debate Mondale-Reagan de 1984. Lo que eligen ignorar es que el actual mundo degradado no es ni más ni menos que el mundo que ellos mismos han creado. Un mundo grotesco, donde toda jerarquía o sentido del orden y del decoro queda vulnerado por la idea destructiva de que todo deseo es un derecho, y en el que las manifestaciones más deshumanizantes de la seudocultura popular valen tanto o incluso más que el legado tradicional de Occidente.
En ese sentido, Trump es una suerte de reacción casi biológica de un pueblo que se resiste a morir. Un pueblo que, en medio de la destrucción de su vida laboral e incluso física, por las epidemias de suicidio o de opioides, se resiste a ser arrastrado a las urbes costeras para vivir de welfare checks, previa masificación y destrucción de su identidad espiritual. Un pueblo que intentó creer a las élites globalistas en sus múltiples versiones, y que acabó descoyuntado y estafado.
También los progresistas, responsables como nadie de la hipersexualización de la cultura norteamericana actual, llegaron en 2016 a utilizar ciertas declaraciones fanfarronas y lascivas de Trump como una señal de su supuesta misoginia. Lo curioso es que esas mismas personas juzgan la conducta caballeresca y respetuosa del vicepresidente Mike Pence hacia su esposa también como misógina. Eso sí, las múltiples y famosas andanzas del señor Bill Clinton, que constituyen francos abusos de poder contra mujeres, en el mejor de los casos, son seguramente encomiables, puesto que tan virtuoso personaje acaba teniendo el honor de dirigirse a la Convención Nacional Demócrata.
En estos tiempos el doble rasero de los progresistas ha alcanzado cotas inimaginables. Hace exactamente un año, en 2019, una firma como Moody’s auguraba un gran triunfo masivo para Trump. La economía norteamericana se encontraba en un estado boyante, con tasas de desempleo históricamente bajas. Además, Trump ya manifestaba una rara cualidad en un político: cumplir con sus promesas. Incluso la guerra comercial con China parecía ganada. Hasta que apareció la misteriosa pandemia. Pronto, todos los grandes medios norteamericanos atacaron al unísono a Trump por su supuesta “falta de respuesta”, cuando países desarrollados que más tempranamente acataron las consignas de la OMS y actuaron “responsablemente”, como España, acabarían a la larga teniendo más muertos por millón que Estados Unidos. O cuando las propias autoridades demócratas, como el alcalde Bill de Blasio de Nueva York, minimizaron al inicio todos los riesgos y acusaron a Trump de xenofobia por cerrar las fronteras.
Aun así, su popularidad subió en abril. Pero luego, a raíz del incidente Floyd, estalló la ola irracional de vandalismo y violencia que todos conocemos, ante la anuencia cómplice de los alcaldes y fiscales de distrito demócratas. A partir de ahí, las encuestadoras procedieron a “hundir” al presidente. Pero nada está dicho: diversos indicios confirman una fuerte presencia de un voto oculto, incluso en electores de minorías étnicas, y nada indica que aquellos que sobrevivieron a la catarata de desprestigio contra Trump en 2016 hayan cambiado su voto al errático Biden en los últimos meses.
En todo caso, el 3 de noviembre será una fecha histórica. De ella depende el futuro de la soberanía nacional, de la identidad de los pueblos e incluso de la libertad religiosa, no sólo en Estados Unidos, sino también en el mundo.
COMENTARIOS