Teóricos y utópicos, anacrónicos y catacrónicos

“La DC se intoxicó de utopismo”, ha escrito Carlos Peña al referirse al fenómeno contagioso que se expandió en la cultura política chilena en el período 1970-1973, precisando que dicho factor afectó muy profundamente a la Democracia Cristiana. Desde su aparición, en 1938, este partido “se planteó como “una alternativa global y revolucionaria al capitalismo y al socialismo… fue lo que la literatura denomina un centro-excéntrico”. La Democracia Cristiana “no se planteó como un mediador” (Peña, artículo “La experiencia de la Unidad Popular, según Patricio Aylwin: el fuego y las cenizas”. El Mercurio. 15 de julio de 2023). Aquel ‘utopismo tóxico’ al que aludió ha sido ponderado como agravio. Para Peña “el utopismo consiste en dejarse encandilar, hasta dejarse cegar por la visión del futuro que se anhela”. Utopismo es la enfermedad del obstinado crónico.

La utopía comunitarista

Recuérdese que el ideal utópico de la Democracia Cristiana, su máxima aspiración, era construir una sociedad nueva distinta a la capitalista y a la socialista, sobre cimientos humanistas cristiano-democráticos. Este ideal histórico concreto, conocido como ‘comunitarismo’, postulaba la realización de la democracia verdadera en una comunidad de hombres libres, promoviendo la convivencia de compañeros que trabajaran para fines comunes y practicaran la solidaridad (Jaime Castillo, artículo “Cristianismo y marxismo”, año 1948). A juicio de Peña “las elites intelectuales de la época… creían que el tiempo desenvolvía un guión que ellas habían inteligido, -la nueva cristiandad, la sociedad sin clases-, un mundo nuevo, como tituló uno de sus ensayos Frei Montalva” (artículo citado, El Mercurio. 15 de julio de 2023).

Desde allí el Partido Demócrata Cristiano surgió impoluto para denunciar a los extremos y proponer un camino nacional y popular, hasta que dejó de creer en sí mismo. Puede afirmarse que se ‘desacralizó’, se secularizó expresarán otros. Escrito está que en la década de los setenta perdió su virginidad demócrata y ha terminado abjurando durante el siglo XXI hasta de sus fundamentos cristianos, aquellos que le dieron identidad y fortaleza. Por ahora, no se ve cómo regresará a Ítaca.

Un nostálgico tardío

“No hay que desvalorizar a la Democracia Cristiana… En Chile se necesita un centro”. El juicio es de Tomás Moulian, uno de sus ex militantes durante los años sesenta y compañero de ruta de Rodrigo Ambrosio, ambos jerarcas y artífices del Mapu (Movimiento de Acción Popular Unitaria), grupo de jóvenes rebeldes que en 1969 encabezaron el primer cisma del partido fundado por Eduardo Frei, Bernardo Leighton, Ignacio Palma y otros destacados dirigentes de la ex Falange Nacional. Fue la primera puñalada del postmarxismo contra la colectividad que representaba su mayor amenaza antitética en América Latina. (entrevista “El Mercurio”, 21 de julio de 2023). Resulta sorprendente esta postura alabanciosa de Moulian, quien en su momento abandonó la nave madre. No es el único, eso sí. A otros también les ha bajado una extraña y tardía nostalgia.

Igual que en la época de la Unidad Popular, para varios intelectuales orgánicos el centro político a integrar sigue siendo la Democracia Cristiana. “Al gobierno (de Boric) le convendría conectarse con el centro demócrata-cristiano y a la DC le permitiría salir al escenario, dejar de estar en la sombra y generar liderazgo”, ha dicho Moulian (entrevista citada). 

La tentación, la incertidumbre y la negación  

El período convulso comprendido entre 1968 y 1973 es para dejarlo en el trayecto hacia el olvido. La tentación antidemocrática revoloteó por allí y depositó sus huevos. Algunos camaradas hasta entregaron su preciada virginidad demócrata, en una decisión estéril que resultó fatal para Chile y para ellos. Aunque hoy sea fácil decirlo: no era este el camino de la redención. Lo que fue un ciclo de incertidumbre estratégica se transformó además en un tiempo de negación valórica e ideológica.

Ya en la aurora del siglo XXI, a partir del retorno a la democracia, la DC heredera de la Falange Nacional fue oxigenada por aires nuevos que le dieron vida suficiente para llegar al presente siglo, pero su alma y su cuerpo ya no eran los mismos. A inicios de este siglo el mal habitaba en sus vísceras y no supo reaccionar a tiempo, ni encontró a los líderes que la sanaran y guiaran.

¿Qué le hicieron a Maritain y a Castillo?

El concepto de utopía en tanto espacio que no se encuentra en ninguna parte, “el no lugar”, tuvo origen en un texto de Tomás Moro, aunque incluso se rastrea sus primeros rasgos en escritos platónicos y agustinianos. Si el ‘catacronismo’ ha sido definido como la proyección del presente en el pasado, el anacronismo es la perduración del pasado en el presente. Aquí debiera concentrarse el principal núcleo de análisis. ¿Podrá renacer aquella utopía histórica que no fue? ¿Qué le hicieron a la utopía maritainiana? ¿Perdió su ser, para no ser?

Quizás la cuestión que quebró a la Democracia Cristiana fue esa apuesta por conformar un partido de inspiración cristiana que se ubicara en los márgenes del cristianismo, distante del caudaloso río milenario: esa ilusión de ser un movimiento de cristianos no-cristianos. Ahí comenzaron las dudas, la incertidumbre, la pérdida de fe en el proyecto, su desconexión ética y la cercanía al borde del precipicio que accede a la caída. Esta contradicción vital mató su espíritu. Por ahora, incluso la prédica comunitarista de Castillo seguirá reposando en las páginas resecas del recuerdo.