Octavio Vinces
Sueños de República
Las críticas a la monarquía constitucional española
En una notable entrevista emitida por la televisión alemana en 1964, la célebre pensadora Hannah Arendt —judía de Hannover, discípula de Heidegger, emigrada a Francia durante los primeros años del nazismo y posteriormente a los Estados Unidos— sostenía que los filósofos suelen ser incapaces de mantener una posición neutral frente a la política, a diferencia de lo que sucede cuando reflexionan sobre otras áreas de la realidad (la naturaleza, por ejemplo), y que desde Platón habrían manifestado una abierta hostilidad hacia esta.
Tal vez suene exagerado afirmar que el número de filósofos (aunque sea ocasionales) se ha multiplicado de manera exponencial desde ese entonces. Sin embargo, gracias a las posibilidades que nos brindan el Internet y las redes sociales, el acto de opinar sí que se ha democratizado notablemente en comparación con el momento en que Arendt daba esta entrevista cincuenta años atrás. No cabe duda de que se trata de un cambio positivo: los costos de acceso a la información han disminuido notablemente y, en consecuencia, se han ampliado las probabilidades de que posiciones diversas y puntos de vista diferentes se den a conocer. Y en este contexto de escenarios paralelos, la visión hostil sobre la política que describía Arendt se ha mantenido vigorosa. No sólo entre los filósofos, sino entre los hombres de a pie que twittean o bloguean.
A raíz de la abdicación del rey Juan Carlos I, por ejemplo, se han producido un sinnúmero de manifestaciones que contienen una abierta hostilidad hacia el modelo de la monarquía constitucional, en el que el rey reina pero no gobierna. Esto es comprensible. La existencia de privilegios basados en la sangre colisiona por necesidad con una sensibilidad contemporánea forjada a partir de los valores de la Ilustración: la libertad, la igualdad de derechos. Pero por otra parte, tal hostilidad parece querer ignorar que las instituciones de la democracia nunca nacen por generación espontánea, sino que son el resultado de una larga lucha que conduce a un acuerdo, a un compromiso. Es cierto que el modelo político surgido de este compromiso puede, en ocasiones, colisionar con nuestras percepciones éticas, estéticas, o incluso psicológicas (o las de los filósofos), pero esto no debería impedir que, desde una perspectiva práctica, valoremos positivamente la estabilidad y la eficacia de sus instituciones, a la luz de la evolución histórica de la sociedad. Es aquí —en la vida real, no en el mundo de las especulaciones— donde la monarquía, y don Juan Carlos en particular, juegan un rol fundamental para la España contemporánea. Negarlo sería una mezquindad. Y además poco práctico.
¿ O es que el modelo republicano le aseguraría a España la existencia de instituciones más sólidas? ¿O es que acaso propiciaría la superación de la crisis? Los latinoamericanos, con nuestra rebeldía adolescente y nuestra irrefrenable vocación por los caudillismos, conocemos de sobra las respuestas.
Por Octavio Vinces
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