Stranger things: ¿la serie del año?

Con motivo del inicio del verano en el hemisferio norte, y de las fiestas patrias de Estados Unidos, todos los streamings han estrenado sus series estelares de este año. Desde Disney con Star Wars: Obi Wan-Kenobi hasta Prime Video con la tercera temporada de The Boys. Pero sin lugar a dudas el mayor éxito le ha correspondido esta vez a Netflix (a despecho de las noticias sobre su supuesta crisis), con la cuarta temporada de su emblemática serie Stranger Things. Nuevamente la combinación de nostalgia ochentera, ciencia ficción, terror y aventuras adolescentes ha demostrado su efectividad. Y esta vez la serie –creada, escrita y dirigida por los mellizos Matt y Ross Duffer (Carolina del Norte, 1984)– y ha contado con un mucho mayor presupuesto, lo que se puede apreciar en todos los aspectos: desde el reparto y la duración (50% más que las temporadas anteriores), hasta la calidad de los efectos visuales. 

Recordemos un poco de la historia. En Hawkins, Indiana (Estados Unidos), a mediados de los años ochenta se abrió una brecha “interdimensional”, por la que llegan a ese pueblo aterradores seres, a los que enfrenta una pandilla de valientes adolescentes, entre los que figura Once (interpretada por Millie Bobby Brown), una niña con poderes telequinéticos. Si en la primera temporada lo que llegó fue un monstruo antropomorfizado (Demogorgon) y en la segunda una especie de araña gigantesca, en esta cuarta se trata de Vecna, una especie de demonio “asesino en serie”, que invade la mente de una persona para matarla de una manera terrible. Los adolescentes deben descubrir cómo acabar con Vecna, pero paralelamente hay otras líneas de acción muy diversas, una de las cuales se desarrolla en una prisión en Rusia. 

Stranger Things podría ser un indulgente homenaje de la década de los ochenta, al horror, a los thrillers y a películas como The Goonies, Stand By Me y ET, en las que un grupo de niños, sin ninguna supervisión, intentan salvar el día. Pero los hermanos Duffer quieren ir mucho más allá del pastiche superficial. Entienden lo que subyace a sus puntos de referencia y, en particular, entienden cómo funciona el género, y hacen que toda la historia sea una metáfora del paso de la niñez a la adultez. Por eso salpican las acciones con lecciones de vida universales, sobre cómo matar a tus monstruos personales o cómo aprender y crecer.

Solo una vez que se ha establecido cuidadosamente este marco “emocional” , en los primeros cinco capítulos de la temporada, comienza la verdadera acción trepidante. Varios personajes se encuentran al borde de la derrota en una lucha a muerte ante visiones de lo que realmente les importa, pero tienen la suficiente fuerza para recuperarse en el último momento. Y las subtramas, que en los primeros capítulos parecían demasiado desiguales y dispersas, convergen en un muy emocionante final. Sí, hay algunas pequeñas inconsistencias, pero resultan detalles menores frente a los grandes momentos que nos entrega la serie. Y que además son reforzados con el fondo musical de canciones de los años ochenta, que han vuelto a gozar de gran popularidad: “Running up that hill” de Kate Bush, “Master of puppets” de Metallica y “Separate ways” de Journey. 

Cuando las llamas se apagan y los murciélagos vampiros dejan de Volar, los sobrevivientes saben quiénes son y a donde pertenecen. Y que su pequeña ciudad podría ser el lugar más importante del mundo. Y parece que efectivamente lo será en la quinta y última temporada de esta serie.