Raúl Mendoza Cánepa
Señora presidenta, abra la carta
La turba (que no es ni el 1%) no manda, manda la Constitución
Si hay una objeción contra usted es que no sea decidida sobre la necesidad de restablecer el orden. Hágalo porque igual (lo haga o no) la van a hostigar judicialmente cuando deje el cargo. Para muchos fariseos que hubieran preferido ver a Pedro Castillo transmutar en Daniel Ortega y ser un dictador, y que votaron por él a sabiendas del ideario totalitario de Perú Libre, usted es una dictadora. Es irónica la hipocresía, ¿verdad? No haga caso, no es una dictadora según los cánones. No gobierna con el poder total, no juzga ni investiga delitos y no ha tratado de devorarse al Congreso para legislar.
No es usted una dictadora como sí lo quiso ser Pedro Castillo para apropiarse de todo el poder. Un “golpe cojudo”, pero golpe al fin, porque quien lo perpetró estaba dictando una orden en razón de la titularidad y el poder que tenía: presidente y jefe supremo de las fuerzas armadas, nada menos. No es lo mismo que cualquier loquito se pare en medio de una plaza a leer un manifiesto para cerrar el Congreso, tal despropósito solo le abriría las puertas del Larco Herrera, que hacerlo como presidente. A Castillo no le abrió el manicomio sino las puertas del fundo Barbadillo. Le dicen “usurpadora”, pero no lo es. La Constitución prevé que, vacado el presidente, asume el cargo su vicepresidente.
Igual la perseguirán y si la izquierda llega al poder se ensañarán: a diferencia de la derecha, que tiene la memoria de veinte años de persecución legal (2000-20223) que quisiera exorcizar si llega a gobernar. La izquierda de los ochenta deslindó de Sendero Luminoso. En estos tiempos cierto progresismo no parece deslindar, y hasta le hace el juego. Esta visión debería animar su coraje para combatir al terrorismo y derrotarlo.
Designe a un zar antiterrorista de entre los ministros. Denuncie el Pacto de San José y rebata a Amnistía Internacional y a otros febriles activistas en todos los foros internacionales, que las patrañas sobrepasan lo tolerable. Acusar a su gobierno de violar derechos humanos por racismo sistémico raya con lo surrealista, pero efecto tiene entre los desinformados de afuera. Cree vocerías externas.
Desconstitucionalice el debate, que de debate nada tiene porque si ve, ni los congresistas de Perú Libre saben por qué hay que cambiar de Constitución, esa misma de 1993 que trae progreso y con la que Alan García de 1985 no hubiera podido ser el desastre que fue (con la de 1979).
Señora Dina Boluarte, no hace falta una nueva Constitución, sino pequeñas reformas. Una de ellas es cerrarles el paso a los sentenciados y a los criminales de toda laya (aún con pena purgada), porque todos queremos una segunda vuelta entre lo mejor. Sé que no es su tema, el suyo es el de crear el gran proyecto nacional contra la pobreza: canon para la gente, plan integrado de infraestructura productiva, aprovechar el potencial minero, fiscalización del gasto regional, gasoducto al sur (energía, luego capital), zona franca en Puno, obras de infraestructura local con manos campesinas, oportunidades de inversión y miniempresa en los pequeños pueblos andinos, comunicación eficaz con convincentes spots sobre el verdadero reto del Perú… Hay tanto más que no cabe.
Entre nos, no tiene siquiera por qué irse pronto, salvo que siga generando suspicacia sobre su fatal cercanía con la izquierda mala. Si logra la confianza de la mayoría del Perú, que no es roja, de esa clase media creciente (que no odia, ¿verdad?) y de esas multitudes desencantadas del Ande que no votarán por la izquierda nunca más, usted será recordada y no estará sola.
¿2026? Sí, porque ese es el plazo que la Constitución le concede a usted para culminar el mandato y es el que le corresponde al Congreso, porque no hay adelanto que valga; salvo que ahora la extorsión de los vándalos y la perpleja calle sea nuestra Constitución. Señora, la muchedumbre (que no es ni el 1%) no manda, manda la Constitución. Respétela y hágala respetar.
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