Eduardo Zapata
¿Rumbo a la excelencia académica del 20?
Reflexiones sobre la “reforma educativa” del gobierno nacionalista
La publicidad tiene –cuando bien hecha- el poder de hacernos soñar en mundos mejores que los presentes. En aquellos donde uno quisiera aferrarse, creer ciegamente y perpetuar la ensoñación. Tal vez hasta la no vigilia.
La palabra sincero, tomada del latín sincerus, significaba “intacto, natural, no corrompido”. Figura repetidamente en el Quijote y en Góngora. Y desde entonces se ha generalizado en el lenguaje oral de la gente culta.
Hace algunos años asistí en las alturas de Cusco a la inauguración de un módulo educativo financiado con un préstamo de un Banco internacional. De los generosos. Yo había hecho seguimiento a la construcción y equipamiento del aula. Se multiplicaban los microscopios, pizarras de última generación y –por qué no decirlo- muebles de diseño casi finlandés. Cuando llegó la delegación del Banco referido, todos los alumnos alborozados y alentados por sus profesores parecían gozar de las innovaciones. Todos posaron para la foto. Pero me consta que antes y después todo ese material cayó en el más absoluto desuso.
A la CADE reciente asistieron algunos ministros. Uno de ellos, el de Educación, precedido de una campaña comunicacional intensa y últimamente hasta enternecedora.
Muchos de ustedes deben haber visto el spot del actor Adolfo Chuiman con un niño en Broadway. Donde le subraya cómo quisiera él haber actuado allí, pero que no lo pudo hacer por falta de oportunidades de estudio. “Rumbo a la excelencia académica” termina diciendo este spot del MINEDU.
Y he ahí el problema de nuestra educación: el sinceramiento. Reclamado desde sus orígenes y por nuestra habla culta. ¿Queremos alcanzar el 20 en excelencia que otros tienen hoy porque se atrevieron a sincerarse y a cambiar? ¿Queremos alcanzar el 20 repitiendo lo que Europa tenía en el siglo XIX? ¿Somos capaces –con los medios humanos y logísticos que tenemos- de alcanzar esa llamada excelencia?
A veces se repite hasta la saciedad que somos un país sobre diagnosticado. Sí, hemos gastado millones de dólares en consultorías y asesorías para la nada y el ocultamiento. Pero ya hemos dicho que el proceso educativo es un proceso comunicativo. Y esto supone tener respuestas claras sobre quién dice qué para qué y a quiénes.
Me pregunto simplemente: A. ¿La estructura orgánica del MINEDU ha sido adaptada a los tiempos y tiene los profesionales y técnicos que realmente requiere? B. ¿Nos hemos preguntado rigurosa y científicamente sobre lo que significan las metodologías de lectura analítica y sintética para la comprensión de lectura y escritura? C. ¿No es acaso cierto que estamos amaestrando alumnos para pruebas censales y aun para pruebas PISA, olvidándonos de la educación real? D. ¿Hemos entendido que la brecha de la infraestructura educativa se cerrará con material “innoble”, pero apropiado a una zona sísmica E. ¿Hemos asumido que un colegio emblemático no consistía en un cambio de color, sino de equipamiento y gestión? F. ¿Hemos convocado especialistas para que nos expliquen los efectos de la electronalidad sobre la aceleración de procesos y la importantísima distinción entre alumnos neurotípicos y neurodiversos? Y faltarían más preguntas.
Ojalá los sueños de la publicidad hayan sido creados con fondos propios y no con algún endeudamiento o transferencia. Porque habríamos distraído inversión y estaríamos ante una gestión que privilegia el gasto en aras de la comunicación política olvidando el sinceramiento.
Últimamente se nos habla de la reforma educativa. Últimamente de una ley universitaria. Pero no hemos definido –ni siquiera rozado- el cor currículum de la educación básica. Curiosamente admitimos que necesitamos menos doctores y más técnicos. Pero empezamos por el dúplex del edificio educativo y no por los cimientos. ¿Será porque los jóvenes votan o votarán pronto? ¿O será que no entendemos la educación?
Si el 14% del sector A declara su adhesión a un candidato que se vanagloria de no haber leído un libro –y dada la campaña publicitaria aludida- no dudo de que ramos de flores y aplausos habrán acompañado al ministro en la CADE.
Por: Eduardo E. Zapata Saldaña
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